Forma

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Con un movimiento rápido, libero sus manos para llevarlas hasta su estómago donde lo apretó mientras reía a carcajadas. Apenas se esta acostumbrando a lo que es un cuerpo materializado así que no sabía, definir porque se le retorcía el estómago de tanto reír. –Idiota...– murmura secándose las lágrimas que se le han acumulado. –Lo peor de todo, es que tú sabes que sí soy un Dios, ¡que grosero! – menciono actuando indignación.

Agita con enfado su rubio cabello, ¿todos los dioses son tan molestos? Porque este le genera unas ganas inmedibles de romperle la cara. –Okay, eres un Dios, yo un faraón. ¿Así que, qué diablos haces en mi habitación? – pregunta con hastió mirando desde arriba al minúsculo ser.

La sonrisa gatuna lo desubicada, mientras siente cada parte de su cuerpo estremecer ante los cetrinos ojos que le miran como si pudiera desnudarle el alma. Instintivamente desvía su rostro, sabe de sobra que es un signo de debilidad pero hay cosas que quiere guardar en la privacidad de su alma.

–Uhm... bueno, yo solo pasaba a dejar algo en claro faraón...– menciono utilizando aquella posición suya con desdén y descortesía, –a la próxima chica que intentes llevarte a la cama, la lanzare en pedazos a las fauces de Ammit– retomo sin un ápice de broma, componiendo una mirada por demás, atemorizante.

Tomo con delicadeza las manos impostadas a los lados del faraón, y las dirigió desde su pecho hasta tomar su cintura. Observo como el monarca tembló, de gusto, de excitación. Era la primera vez que podía tocar un cuerpo masculino, tal como en sus fantasías. –Si tanto necesitas acostarte con alguien, fácilmente lo puedes hacer conmigo– murmuro a gusto mientras notaba levemente el rubor asomar en su rostro.

– ¡Ja! Debes estar bromeando. ¿Nunca se me pararía con el cuerpo de un hombre? –sentencio con voz déspota. Siento la frase valida, la escupió con total seriedad, de eso estaba seguro. Ya muchas veces se había preparado para actuarla, para decirla frente a otros en un desliz de su fachada.

Una risita resonó por toda la instancia, fresca y atrayente, consiguió erizarle la piel.

Sus ojos se abrieron desmesuradamente mientras unos senos grandes y parados se apoyaban en su pecho, la cercanía entre ambos desapareció al tiempo que con agilidad la despampanante mujer de cabellos verdes hasta la cintura le cruzaba el velo por detrás de sus hombros para sostenerlo cerca de sí. Una voz mucho más aguda que la que antes le pertenecía le susurró al oído. –Con el de una mujer no debe haber problema, majestad.

La mujer frente suyo era toda cuanta fantasía erótica siempre le había contado su mejor amigo. Una mirada inocente, acompañada de la más tentadora sonrisa. Una incitación entre la inocencia y la lujuria. El cuerpo que de soslayo opacaba cuanta mujer hermosa se hubiera cruzado. Una desnudez que le sentaba armónica, deslumbrante, natural... como si aquellos bellos pechos y cintura tallada no merecieran nunca lucir tapados por telas. Unas piernas largas, torneadas, que tintineaban al compás de sus pasos por aquellos adornos de oro.

Era toda la mujer que su posición social le dictaba tener, y sin embargo pese a su exorbitante belleza, menos que un mal pensamiento le producía.

Era para su gusto tan atractiva como cualquier otra, y para sus placeres un simple no.

Una delicada mano le guio, a recorrer su pecho como primeramente lo había hecho con aquel cuerpo masculino. Esta vez, siguió la curva pronunciada de su pecho, la planicie de su abdomen y descendío a una zona donde no pudo evitar querer alejar su mano.

En una caricia lenta, disfruto ver la cara contraída del faraón al tiempo que lo llevaba acariciar su entrepierna. Allí, esa zona tan caliente, tan sensible y fémina.

Sin ningún bulto, sin ninguna erección, la encontró desabrida y asquerosa.

Se alejó de un manotazo, y tomo dos pasos para alejarse completamente de esa mujer. –¡Que mierdas haces! – grito a la chica que con soltura y naturalidad acariciaba las curvas de su cuerpo.

–¿Eh? Bueno hago realidad las mentiras del faraón– menciono con aquella voz chillona que le crispaba los nervios.

–¡No son mentiras! – se vio atrapado por esa mirada que le escudriñaba como si conociera la realidad de sus gustos. –¡De cualquier modo tú no eres de mi gusto! – señalo con prepotencia.

«Arrogante»

Resonó en su cabeza, tenía frente suyo nada más y nada menos que un Dios. Y aun así se atrevía a decir que no era de su gusto.

– ¿No crees que es inútil mentir a quien puede juzgar tu corazón? – menciono con parsimonia la chica, mientras llevaba su mano hasta el pecho de Katsuki justo sobre los latidos de su corazón. –Dime, ¿te gusta esta forma?, una mujer por la cual serias vitoreado a lo largo y ancho de Egipto.

Una mujer como la que esperaba su madre desposara, una mujer como la que esperaba su amigo se tirara, una mujer como la que esperaba el pueblo diera su descendencia.

No pudo negarse a la verdad.

Suspiro con cansancio. –Es obvio que no– dijo observando la sonrisa radiante que componía el Dios. Este le abrazo fuertemente acurrucándose en su pecho, al tiempo que sentía como los senos daban paso a un pecho plano y poco marcado.

Los centímetros que descendió la figura masculina le hicieron reír tenuemente. –¿Eres más enano de hombre? ¿Qué clase de lógica tienen los dioses? – pregunto divertido, al chico que volvía a su forma primaria.

El rostro enmarcado en rulos verdes, confirió un puchero. –¡Es porque a ti te gusta más tomar que ser tomado!– alego molesto porque se burlara de su forma masculina. –Además tú siempre te pones duro y te vienes con este cuerpo en tus sueños, idiota– le recordó al tiempo que le sacaba la lengua.

Aquella revelación le hizo chirriara los dientes. Tomo con fuerza el frágil cuello del chico y lo estampo contra la pared. –¡Maldita mierda! ¡Tú eres el que me esta jodiendo con todos esos malditos sueños! – le grito mientras sostenía con fuerza innecesaria el cuerpo que no se inmutaba ante su ira.

Los gruñidos detrás suyo le alertaron de los chacales, estos no dieron señal de querer abalanzársele encima sin embargo mostraban sus dientes con las fauces bien abiertas, para comunicar la molestia que les producía todo aquel daño a su amo.

La sonrisa de oreja a oreja, le provoco repulsión. –Contemplar tu muerte no es tan malo después de subir hasta el paraíso– contó, con la sonrisa más brillante que pudo componer.

Le desconcertó sentir como su cuerpo se entumecía y su voz se perdía ante el estrangulamiento. –El cuerpo humano, es sumamente frágil– menciono en voz alta, a pesar de que esto era más una reflexión interna.

Libero la presión sobre su agarre dejando así caer el cuerpo como peso muerto al suelo. Le sorprendió exageradamente notar su mano marcada en rojo sobre la piel pálida, era un Dios siempre supuso que él no podía lastimarle. Los chacales se situaron sobre su amo protegiéndolo y dándole lengüetazos sobre la rojiza marca.

–Tu cuerpo... ¿es tan frágil? – pregunto anonadado mientras observaba al chico respirar a grandes bocados.

Los ojos verdes estaban cristalizados, y su rostro lucia contrariado.

–Es un cuerpo humano– comento al tiempo que sobaba su nuca. –Es decir, los dioses no tomamos formas terrenas en el mundo de los humanos, pues nosotros preferimos aparecer como ilusiones, sueños o visiones. Sin embargo al ser amorfos en forma y espacio, no podemos tener contacto con los humanos– relato intentado responder las dudas del faraón.

Lo medito unos segundos, hasta dar con una conclusión no muy difícil. –Tomaste forma humana solo, ¿para venir a joderme? – pregunto con una mueca en su rostro.

Anubis rió, beso la cabeza de uno de sus chacales, antes de ponerse en pie. –Sí– respondió sin una pizca de vergüenza.  

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La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora