Hermandad

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La Enéada susurra,

clamores de cambio y guerra.


Nut embellece la vista hasta donde alcanzan sus ojos. La fría ventisca entumece su cuerpo, las pieles y el fuego hacen lo suficiente para permitirle cerrar ligeramente los ojos.

No puede en buena fe aceptar la oferta de Denki de recluirse en su morada. Ni siquiera las noches inclementes le harían abusar más de la bondad del niño.

Aunque ese niño no se lo deje fácil.

Por los dioses quiere hacer tantas cosas impúdicas cada vez que ve a ese chiquillo revolotear a su alrededor.

A clavado su propio puñal, pues a cambio del sustento diario que ha insistido en llevar le ha ofrecido entrenarlo en combate y espada. Pero por Ra se está volviendo intolerante no arrastrarlo al suelo y simplemente saciarse de él.

Saciarse de sus gestos, su risa, sus palabras, su cuerpo y sus caricias.

Quiere creer dentro de sí, que sí le inca el diente a esa tentadora carne podrá dejarla de lado. Podrá alejarse sin mirar atrás como tantas otras veces.

No es un hombre para sentar cabeza, como cualquier militar en su rango espera morir en batalla y quizás si la historia de sus congéneres ha sido exacta, no muy viejo.

No dejará un alma enamorada morando en la tierra mientras se va a matar contra el filo de una espada bajo la bendición del Faraón. No es tan ruin, prefiere como bien ha hecho divertirse jugando entre pliegue y pliegue de piel hasta que llegue su hora de transitar el camino a Anubis.

Por eso, necesita que ese chiquillo rubio salga de su mente, se borre de sus ojos y desaparezca de su alma.

Suspira con impaciencia mientras contempla tras sus párpados todo de aquel que quiere dejar de lado.

Lo primero que perturba sus lamentables sentimientos es el filo de una hoja rompiendo el viento. Gira sobre su espalda tirando tanto la piel como la arena sobre su asediador, choca espadas con prontitud y entra rápidamente en ataque.

Sea quien sea perecerá o comparecerá un tenso interrogatorio bajo su espada.

Carga con fuerza haciendo retroceder a su atacante, aunque rápidamente se da cuenta del combate parejo. Cada golpe a la derecha es bien interceptado, cada estocada al pecho es evadida, si intenta desviarlo hacia el terreno desnivel a su espalda para tumbarlo, se encuentra rodeado por golpes hasta que es él quien debe evitar caerse.

Gruñe de frustración tomando el arma con ambas manos para potenciar sus golpes.

Cuando logre quitarle la capucha a este desgraciado, tendrá un ojo morado solo por las molestias extras que está valiendo derrotarlo.

Gira sobre su pierna derecha y se agacha evitando el corte sobre su cabeza. Con la pierna izquierda logra desestabilizar al bandido, empujándolo al suelo.

Pero el cuerpo sobre él, cambia el peso de su caída, arrastrándolo a la tierra, se retuerce sobre el suelo logrando apuntar un codazo sobre la cara de quien lo retiene.

El cuerpo sobre el suyo, posa la espada sobre su cuello firmando su inminente derrota y quizás su muerte.

Aunque el gruñido acompañado de una risa que sale de su atacante, envía una sensación de pavor completamente diferente, ya que es una voz que reconocería en cualquier instante.

–Tu, maldito bastardo– menciona al tiempo que escupe la sangre que acumuló en su boca. –Me encantará verte explicando porque el jodido faraón tiene un maldito diente menos, lástima que sigues golpeando como niña y no me tiraste ninguno– menciona mientras sonríe manchado de sangre y el carmín de un nuevo morado que pronto aparecerá.

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⏰ Última actualización: Jan 30 ⏰

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La grandeza del faraónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora