18 El elefante en la habitación

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El drama se va aponer intenso :0

***

Unos días después de la fiesta de cumpleaños de Zel, Elizabeth se encontraba trabajando tranquilamente en la biblioteca. Habían avanzado mucho con sus planes de mudanza, Meliodas había sido muy especial durante ese tiempo, y en las noches, los dos habían consentido a su demonio usando un par de trucos nuevos en la cama. Y eso solo era el comienzo. La peliplateada sentía que volaba por los estantes de libros, ligera y feliz, y justo cuando estaba por deslizarse para bajar de la escalera, escuchó una voz que casi hace que se caiga.

—Hola linda. —Era inconfundible. Cabello rojo, ropa entallada, y una sonrisa peligrosa.

—Se... señora Demon. ¿Qué está haciendo aquí?

—Qué bueno que te encontré. ¿Tienes un momento para hablar? —La albina no supo qué hacer en ese instante, pero justo cuando estaba a punto de decir no, se le ocurrió una idea brillante.

—Por... por supuesto. Deme un minuto, debo terminar esto y cerrar la aplicación en línea —La pelirroja asintió mientras esperaba, y entonces Elizabeth puso en marcha su plan—. Listo. Acompáñeme por favor —Sin ser vista por nadie, condujo a la voluptuosa mujer hasta el rincón al aire libre que siempre compartía con Meliodas—. ¿En qué puedo ayudarla? —La pelirroja se le quedó viendo con una sonrisa torcida, y tras una pestañeo coqueto, le soltó algo que la dejó sin aire.

—Vamos linda, sabemos que no estás con Meliodas porque sea el hombre más maravilloso del mundo. No hagas más daño a esta familia, y déjalo por favor. Si se trata de dinero, yo puedo ofrecerte una suma generosa y un puesto de trabajo mucho mejor que el de bibliotecaria. —El silencio se extendió, filoso y duro como un cuchillo, y aunque Elizabeth sintió cómo la rabia le subía por la garganta, decidió resistir un poco más.

—Señora, me está ofendiendo. ¿Cómo se atreve a pensar eso de mi relación? Nada de esto se trata de dinero.

—Estoy hablando de un número de seis cifras.

—¡Ya le dije que no! —La mirada furibunda de la albina debió convencer a la pelirroja, porque tosió incómoda y luego volvió a sonreír.

—¿No? Que raro, habría jurado que... bueno, no importa. Si no era eso, solo puede existir otra razón para que estén juntos. Y de ser así, me caes aún mejor.

—¿De qué habla? —La pelirroja acercó su rostro lo más que pudo al de ella, sonrió de forma siniestra, y le susurró de forma cómplice.

—¿Es por un fetiche verdad? Me da un poco de vergüenza admitirlo, pero debo aceptar que Meliodas es un maestro del BDSM; lamento mucho que él te haya quitado la inocencia al introducirte en ese mundo. Pero si te ha gustado tanto como para seguir con él, no hace falta. Te puedo llevar a una comunidad exclusiva en una sex shop dónde tengo unos amigos que... —En medio del silencio de la biblioteca, la cachetada que Elizabeth le dió a Liz sonó tan fuerte que hizo eco.

—¿Cómo se atreve? —A la peliplateada ya no le importó arruinar su propio plan. Estaba tan furiosa que no sabía si llorar o agarrar a su rival a golpes. Pero esta no se quedaba atrás.

—Mocosa tonta, yo soy ya que debería decir eso. ¿Por qué te lo tomas así? ¡Yo solo estaba tratando de ayudarte!

—No necesito su ayuda. Por favor, ¡márchese! —La chica de rojo rió un poco de forma perturbadora, y se le quedó viendo a la menor con una expresión de burla.

—No sabes con quién te metiste.

—¿Me está amenazando?

—No hablo de mi, estúpida. Aún no conoces al verdadero Meliodas, y no tienes idea del infierno en el que estás por meterte.

El BibliotecarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora