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Nunca había pasado las vacaciones de navidad en Hogwarts, pues mis tíos preferían que mi prima y yo regresáramos a casa para esas fechas. Mientras íbamos en el tren, Madeleine me hablaba, como casi siempre, de Cedric Diggory. Era un tema que comenzaba a cansarme, pero trataba de que no se notara, pues sabía que mi prima no tenía nadie más con quién hablar de esas cosas, ni de nada, porque no se llevaba bien casi con nadie. Yo consideraba mis amigos a mis compañeros del equipo de quidditch, pues con ellos podía hablar de muchas cosas, pero ella no cruzaba palabras con nadie, de no ser necesario.

—¿Me estás prestando atención? —preguntó de repente.

—Claro que sí —me apresuré a responderle.

Ella asintió y siguió hablando de lo mismo. Después de un rato, vi con alivio que estábamos llegando a King's Cross. Tomé mis cosas y me preparé para bajar del tren.

No nos costó mucho localizar a mis tíos, a pesar de que había mucha gente esperando. Habían sido como unos padres para mí, y siempre me alegraba verlos. Al vernos llegar, los dos sonrieron y se acercaron a saludarnos.

—Hola, Emily —me saludó mi tío Remigius, y yo me acerqué para darle un beso en la mejilla.

—Hola, tío —le dije, luego me acerqué para saludar a su esposa—. Tía Clarissa.

Ella me dio un abrazo breve, después me tomó del brazo con fuerza para que pudiéramos desaparecernos. Mis tíos vivían en una casa muy grande en en campo, con amplios jardines y rodeada por altos setos perfectamente podados. La casa tenía dos pisos y una gran cantidad de habitaciones. Era espaciosa y con mucho lujo. Además de eso, teníamos un elfo doméstico llamado Gliggy. El salón era grande, con pisos de madera brillante y sillones de cuero oscuro. En el centro había una mesa de cristal y sobre ella un jarrón grande que contenía un ramo de flores que mi tía Clarissa cambiaba todos los días. La chimenea era de mármol y sobre ella, colgados de la pared, había una gran cantidad de cuadros pequeños con fotos que se movían. Como siempre que llegaba de Hogwarts, me acerqué para ver la foto de mi madre. Su nombre era Sarah, y había muerto cuando nací. Era una mujer muy hermosa, pero yo no me parecía en absoluto a ella. Tenía el cabello oscuro y los ojos azules, como los de mi tío Remigius y mi prima. Pasé un rato contemplando el retrato, que suspiraba y miraba el ramo de flores que sostenía en las manos, después subí a mi habitación. Estaba justo al lado de la de Madeleine y en frente de la de mis tíos. El segundo piso constaba de un pasillo largo, con muchas puertas a ambos lados y un gran ventanal al final. Al abrir la puerta, me encontré con que todo estaba como lo había dejado. Mientras no estaba, el único que entraba en la habitación era el elfo, y solo entraba para limpiar. La cama estaba en el medio, era ancha y con dos mesas de noche a los lados. Había un tocador junto a la enorme ventana y un armario al otro lado. El techo estaba encantado como en el gran comedor de Hogwarts, mi tío lo había hecho como regalo en mi cumpleaños número seis. En ese momento mostraba un cielo invernal, bastante oscuro y algo deprimente. Después de compartir habitación por casi todo el año con mis compañeras, era extraño tener una habitación para mí sola, así que disfruté un poco de la soledad y me acosté en la cama hasta que fue la hora de la cena. En momentos como ese, en los que no tenía la mente ocupada en nada, tenía la horrible tendencia a pensar en Riddle. Su rostro entraba en mi mente vacía y yo odiaba que me sucediera eso. Se suponía que no me agradaba en lo más mínimo, y nos llevábamos muy mal, no tenía por qué pensar en él. Después de largo rato, me recogí el cabello en una trenza y bajé a cenar.

Al otro lado del salón había una puerta doble de madera y cristal que conducía al comedor. La mesa era grande, rectangular y con veinte sillas a su alrededor. Mi tío estaba desdoblando la servilleta y poniéndola sobre su regazo con mucha concentración, mientras que mi tía leía una carta. La cena apareció y comenzamos a comer en silencio. Casi íbamos terminando cuando un búho entró con una carta para mi tío, pero no era cualquier carta, era un vociferador. Al notar lo que era, se levantó de un salto y salió corriendo del comedor por la otra puerta, que conducía a un pasillo donde estaba el estudio y la cocina. A pesar de que ya se había alejado bastante, podía escuchar algunas palabras:

—Tu culpa —decía la voz al parecer de un hombre—... decirle todo... quién soy... llevarla lejos...

Fruncí el ceño mientras cortaba otro trozo de pavo. ¿Qué significaría todo eso? Con esas pocas palabras que había escuchado, no lograba hacerme una idea general del contenido del vociferador. Al final concluí que debía tratarse de asuntos personales de mi tío y yo no tenía por qué meterme en su vida. Poco después regresó, pero no sé veía nada de buen humor. Se dejó caer en la silla y bebió un sorbo de vino, mientras miraba a un punto fijo, aparentemente disgustado.

—¿Qué ocurrió? —preguntó mi tía Clarissa mientras ponía su mano sobre la de él.

—Otra vez lo mismo —respondió él, y en su voz podía notarse una ira inmensa e indescriptible—. Ese... ese estúpido.

Volví a preguntarme cuál sería el problema, pero no podía preguntar directamente. Mi tío tenía sus asuntos fuera del alcance de mi prima y mío, pero aún así, me hubiera gustado saber quién le había enviado ese vociferador.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora