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Poco a poco fui recuperando mis recuerdos, y todo en mi vida regresó a la normalidad. Madeleine había estado en San Mungo, y aunque poco a poco recuperaba sus recuerdos, había algo más que mis tíos no querían contarme en sus cartas, y decían que me hablarían de eso en las vacaciones de navidad, cuando fuera a casa. Entretanto, mi relación con Tom se hacía más y más cercana. Pasábamos mucho tiempo juntos y mis sentimientos hacia él aumentaban con el tiempo, aunque me ocultaba cosas y yo lo sabía muy bien. Intercambiaba cartas con mi tío, e incluso lo invitaron a pasar las vacaciones de navidad en casa. No me había atrevido a preguntarle directamente qué tramaba con mi tío, porque sentía que me estaría metiendo demasiado en sus asuntos. Tal vez después me lo contaría, y era mejor esperar a que lo hiciera voluntariamente que acribillarlo con preguntas y preguntas.

Nevaba copiosamente cuando llegamos a casa, pero la chimenea del salón estaba encendida, lo que hacía que el clima dentro fuera agradable. Me gustaba estar en Hogwarts, pero no había ningún lugar en el mundo en el que me sintiera mejor que en esa casa, que siempre había considerado mi hogar. La cena caliente esperaba en el comedor, así que pasamos de inmediato allí y nos sentamos.

—¿Qué ha pasado con Madeleine? —pregunté, mientras desdoblaba una servilleta y la ponía sobre mi regazo.

Mis tíos intercambiaron una mirada, de esas que nadie más que ellos dos comprendía.

—No ha podido recordar muchas cosas —me respondió mi tía, mientras cortaba un trozo de carne con el cuchillo, sin mirarme—, hasta ahora solo sabe quiénes somos, te recuerda a ti, porque ha preguntado, y a veces pregunta por un tal Cedric Diggory.

Esperaba que ya hubiera recordado a Cedric, después de todo, él era alguien importante para ella, aunque lo que sentía por él estuviera mucho más cerca de la obsesión que del amor.

—¿Entonces va a seguir en San Mungo? —preguntó Tom.

—Por ahora sí —respondió mi tío, y dejó los cubiertos sobre el plato para mirarme—. No te habíamos dicho, pero... es que hay algo más. Los sanadores han estado investigando y observándola porque parece que tiene otra enfermedad, por eso a veces se desmaya, le sangra la nariz, entre otras cosas.

Por más que mi relación amistosa con mi prima estuviera arruinada, escuchar eso me causó una profunda preocupación. Pobre Madeleine, pensé. Miré a mis tíos y pude ver lo difícil que estaba siendo todo eso para ellos. Aunque Madeleine no fuera la mejor estudiante, y les hubiera causado más problemas que alegrías, era su única hija, y era probable que tuviera una enfermedad grave.

—¿Y podría ir a verla? —pregunté, lo más suavemente que pude, me dolía ver lo mal que la estaban pasando.

—Mañana tenemos que ir, porque el sanador que se está encargando de ella, nos dijo que tenía un diagnóstico —me respondió mi tío.

Asentí y me dediqué a comer, mientras pensaba, con mucho pesar, en mi prima. Tan pronto terminamos, me fui con Tom a mi habitación, y nos sentamos en la cama.

—¿Estás bien? —preguntó, mientras tomaba mi mano.

Me acerqué un poco y recosté la cabeza en su hombro.

—A pesar de todo, me preocupa lo de Madeleine —le respondí, en voz baja.

—¿Por eso quieres ir a verla?

—En parte, y porque me pesa un poco la conciencia, por lo mal que nos hemos llevado en estos últimos meses.

—Eso no es tu culpa, ella fue la que hizo todo ese drama porque estábamos juntos, ella fue la que te lanzó el obliviate, no tienes que sentirte mal por eso.

Me alejé un poco para mirarlo a los ojos. Sabía que tenía razón, pero yo seguía sintiéndome mal de todas maneras. Me preguntaba qué recordaba mi prima de mí, y me cuestioné si ir a verla era una buena idea. Podía solo haber recordado nuestras discusiones de los últimos meses, y estar odiándome.

—Deja de preocuparte tanto —dijo Tom, en un susurro y se acercó lentamente para darme un beso suave y muy dulce.

No sabía qué tenía él, o qué tenían sus besos, que parecían tener un efecto medicinal, para hacer que me calmara y me sintiera bien. A veces recordaba esos días, que ya se sentían tan lejanos, en los que no hacíamos más que discutir y ofendernos. Parecía casi increíble que en esos momentos estuviéramos así, queriéndonos tanto, y funcionando tan bien juntos.

Buscó en sus bolsillos hasta que encontró un anillo de aspecto antiguo, con una piedra oscura en en centro. Algunas veces se lo había visto puesto, pero nunca le había preguntado de dónde lo había sacado. Lo tomó y con cuidado, me lo puso en el dedo.

—Es muy bonito —le dije, intentando parecer un poco menos emocionada de lo que estaba, aunque estaba a punto de lanzarme sobre él y llenarlo de besos. Esas pequeñas cosas que hacía, solo aumentaban lo que sentía por él—. Gracias.

Él sonrió.

—Cuídalo mucho, es un anillo muy especial —dijo.

Miré el anillo, que brillaba en mi dedo, para mí era más que especial, porque me lo había dado él. Entonces dejé de disimular y lo envolví en un fuerte abrazo que tardó un poco en devolver.

Recordé que le había comprado un regalo de navidad, así que me levanté y fui a buscarlo.

—Creo que no soy muy buena dando regalos —le dije mientras se lo entregaba—, pero espero que te guste.

Él pareció emocionado y se apresuró a abrirlo. Era una pluma de pavo real, y un frasco de tinta que cambiaba de color, para que escribiera todo lo que quisiera.

—No estoy acostumbrado a recibir regalos —dijo, con toda sinceridad, aunque seguía viéndose muy feliz—, pero gracias.

Me senté de nuevo junto a él y lo miré a los ojos.

—Yo sé que no estás acostumbrado a eso —le dije, casi en un susurro—, tampoco a recibir cariño de nadie, pero ahora todo es diferente, porque me tienes a mí, y yo te quiero.

Se veía entre sorprendido y emocionado. La sonrisa que iluminó su rostro, hizo que mi corazón saltara de alegría.

—¿Tú me quieres? —preguntó.

Asentí y lo tomé de la mano.

—Sí, yo te quiero.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora