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Cuando regresamos a Hogwarts, el clima había cambiado un poco, se había ido la nieve y la reemplazaba la lluvia. Como era sábado, yo planeaba dormir hasta tarde y luego pasar a hacer los trabajos que nos habían dejado en los últimos días, pero las cosas no fueron como esperaba. Estaba profundamente dormida cuando Angelina me despertó, sacudiéndome por el hombro.

—Emily —dijo—, tenemos que ir a entrenar.

Abrí los ojos y me di cuenta de que todavía era muy temprano.

—Voy a matar a Oliver cuando lo vea —murmuré, malhumorada. Solo a él se le ocurría levantarse a entrenar a las seis de la mañana.

Angelina sonrió y yo me levanté. Miré con envidia a Madeleine que dormía profundamente sin preocuparse por nada... ojalá yo estuviera tan despreocupada como ella.

Veinte minutos después, estaba entrando con Angelina en el campo de quidditch. De todo el equipo, el único que estaba realmente despierto era Oliver.

—Te odio —le dije al llegar a su lado. Él me miró con sorpresa.

—¿Y ahora qué hice? —preguntó.

—¿Te parece poco ponernos a entrenar un sábado a esta hora?

Compuso una pequeña sonrisa y subió en la escoba. Pasamos las siguientes tres horas entrenando exhaustivamente, cuando terminé estaba muy cansada y fui a darme una ducha. Después, me encontré con mi prima en la sala común, estaba lista para irse.

—¿Te vas? —pregunté. Ella terminó de pintarse los labios y asintió.

—A ver si encuentro a Cedric —explicó, aunque yo ya lo suponía.

Me parecía que estaba realmente obsesionada con Cedric, pero no le dije nada, aunque no comprendía por qué tenía que estar persiguiéndolo todo el tiempo.

—Pensé que ibas a hacer los trabajos... tenemos bastantes —dije.

—A diferencia de ti, yo tengo cosas más interesantes que hacer que estar estudiando. Con razón no le gustas a nadie, solo sabes de tareas y quidditch.

Su tono fue bastante agresivo, y me molestó mucho, pero me mordí la lengua para no decirle nada. En lugar de eso, pasé de ella y me fui a la habitación a sacar mis libros. Odiaba cuando se ponía en ese plan de hacerme comentarios de ese tipo. Siempre trataba de no prestarle atención, pero cada vez era más difícil. Tomé lo que necesitaba y regresé a la sala común. Mi prima ya no estaba, lo cual fue un alivio porque me había ofendido de sobremanera lo que me había dicho. Me senté en una mesa y me concentré en hacer los trabajos. No descansé hasta que tuve todo terminado. Habían pasado varias horas y sentía que me dolía un poco la cabeza. Regresé a mi habitación y dejé los libros en orden para salir y dar un paseo por el castillo.

La tarde avanzaba y casi todos los estudiantes estaban en sus salas comunes. Afuera todo estaba tranquilo, así que al final me senté a la orilla del lago y me quedé mirando las aguas tranquilas mientras pensaba. A veces me parecía que mi prima no sentía ningún cariño por mí y por eso se aseguraba de repetirme que yo no era nada interesante y que por eso nunca nadie se fijaría en mí. Por suerte eso no era algo que me preocupara realmente, había cosas mucho más importantes que buscar a alguien con quién tener una relación. Aún así, que te diga eso alguien a quien quieres, es algo doloroso.

Había comenzado a hacer algo de frío, así que pensé en regresar a la sala común o ir a la biblioteca a buscar algún libro para leer y no morir de aburrimiento. Me puse en pie despacio, pero sentí como que algo me golpeaba y caí al lago. Como fue tan sorpresivo, una gran cantidad de agua entró en mis pulmones y casi me ahogo. Cuando por fin logré salir del agua, pasé un rato tosiendo, sentada sobre la hierba de la orilla. Busqué mi varita en los bolsillos hasta que la encontré y me sequé con un hechizo. El agua estaba muy fría y no quería que me diera un resfriado o algo así. A unos cuantos metros de distancia, localicé a Riddle con algunos de sus compañeros de casa. Entonces supe lo que había pasado, estaba casi segura de que había sido él el que me había tirado al lago.

Me dirigí hacia donde estaba, sintiéndome cada vez más airada y cuando estuve frente a él, le apunté con la varita.

—¿Qué demonios te pasa, imbécil? —pregunté, a punto de lanzarle alguna maldición o algo así. Él me miró como si estuviera completamente loca.

—¿Qué demonios te pasa a ti? —preguntó y sacó también su varita, pero la sostuvo en la mano sin apuntarme.

—No te hagas el idiota. Seguro que por tu culpa me caí al lago.

Puso aquella sonrisa burlona que yo tanto odiaba.

—No seas ridícula, Parkbey, yo ni siquiera sabía que estabas aquí.

Estaba decidida a lanzarle una maldición, no tenía duda de que él me había lanzado al lago, pues mi caída no había sido accidental. Pudo ver mis intenciones, así que levantó también la varita y me apuntó.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó la profesora McGonagall, a cierta distancia.

Despacio, los dos bajamos las varitas y la miramos. No estaba ella sola, estaba acompañada de Slughorn y nada más y nada menos que de Dumbledore. Por la forma en que los tres nos miraban, supe que tendríamos un problema. Si tan solo me hubiera ido directamente a mi sala común después de que me caí al lago... qué estúpida que era cuando se trataba de pelear con Riddle.

Nos llevaron a la oficina de Dumbledore. En todos esos años no había entrado ahí ni una sola vez, era un lugar bonito e interesante, lleno de libros y retratos de anteriores directores de Hogwarts. El director se sentó tras el escritorio y se quedó mirándonos. Su expresión no revelaba nada, así que me pregunté qué iría a hacer.

—Como esta es la primera vez que sucede algo así con usted, señorita Parkbey —dijo, con voz calmada mientras entrelazaba los dedos sobre el escritorio—, no voy a escribirle a sus tíos, además no ocurrió nada grave.

Sentí un gran alivio, pues no soportaba la idea de que mis tíos se sintieran decepcionados de mí, además, ver a mi tío Remigius disgustado era algo que nadie quería soportar.

—Sin embargo —continuó Dumbledore, sin apartar la vista de nosotros—, no puedo dejar de castigarlos porque estaban a punto de atacarse y eso pudo haber salido muy mal. Ahora me gustaría que me explicaran qué ocurrió.

Sin perder tiempo, Riddle y yo comenzamos a hablar al mismo tiempo.

—Riddle me tiró al lago —dije—, estoy casi segura de que fue él porque no había nadie más cerca.

—Parkbey quiere culparme de todo lo que le pasa —dijo Riddle—, yo no hice nada, ella se cayó al lago sola.

El director levantó una mano para hacer que guardáramos silencio.

—Uno a la vez, por favor —dijo—. Entonces usted no tiró al lago a la señorita Parkbey, señor Riddle.

—No, señor —respondió Riddle, en un tono de voz muy cordial. Lo miré y me di cuenta de que quería parecer completamente inofensivo.

—Bueno... creo que todos aquí sabemos que usted y la señorita Parkbey no se llevan nada bien.

—Eso es cierto, señor, pero yo no le hice nada. Nunca le he hecho nada.

—El profesor Slughorn dice que se ofenden constantemente.

—No le he hecho nada además de eso, señor.

Por un momento, pareció que Dumbledore miraba a Riddle con desconfianza, pero cambió tan rápido de expresión que no supe si solo había sido mi impresión. Se inclinó un poco sobre el escritorio y nos miró fijamente.

—Cuando odiamos a alguien, esa persona vive en nuestra mente mucho más que si la amáramos —dijo, con sabiduría—. Entonces nos dedicamos a buscar maneras de hacerle daño, y al final, nos convertimos en esclavos de ese odio. Nos dejamos llevar y podemos hacer cosas muy malas por eso. Pero en fin, mañana tendrán que cumplir con el castigo correspondiente.

Las palabras del director se repetían una y otra vez en mi mente. ¿Hasta dónde podría llevarnos el odio a Riddle y a mí?

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora