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Tom estaba jugando una partida de ajedrez mágico con mi padre. Me sorprendía lo bien que se llevaba con casi toda mi familia, aunque a la vez no tanto, pues era consciente de lo encantador que podía ser cuando quería.

—Jaque mate —dijo, y puso una sonrisa triunfante. Mi padre también sonrió.

De repente, dos hombres que nunca había visto antes, se aparecieron en la puerta. Mi tío iba bajando las escaleras y se detuvo en el último escalón, mirándolos con sorpresa.

—No puedo creer que se hayan atrevido a venir hasta aquí —dijo mi padre al verlos.

Me quedé mirándolos, cada vez más confundida y preguntándome quiénes eran. Parecían estar entre los sesenta y setenta años, y los dos miraban a mi padre con impaciencia.

—Si nos hubieras hecho caso, no estaríamos persiguiéndote —dijo uno de ellos, el más alto.

—Es decir que vienen a lo mismo —dijo mi padre, con fastidio. Ellos asintieron.

—¿Tanto te cuesta decirle que la perdonas para que pueda morir en paz?

Mi padre se encontró con mi mirada, y se acercó con intención de sacarme de mi confusión 

—Mi madre está a punto de morir —explicó—, pero hace poco supe que me ha mentido durante toda mi vida. En realidad no es muggle, es una bruja, pero renunció a su magia al casarse con mi padre, que era nada más y nada menos que un squib. Estos dos hombres son sus hermanos, y hasta hace poco tampoco sabía que existían.

—Y mi hermana quiere que Alfred la perdone por todo, pero él no quiere ni ir a verla —terminó el otro hombre.

¡Qué historia familiar tan complicada! Podía entender en parte cómo se sentía mi padre, pues al principio mi tío me había ocultado también parte de mi historia. Es algo difícil de asimilar que tu propia familia te mienta.

—¿Cómo voy a querer verla después de eso? —dijo mi padre—, desde que supo que era un mago se dedicó a tratarme mal por eso, como si fuera algo malo, y ahora resulta que ella es igual.

—Lo hizo por tu padre —insistió el primero que había hablado—. Como era de esperarse, él odiaba la magia, pero ella lo amaba y por eso se resignó a vivir como una muggle.

—Pues no es mi maldita culpa que mi padre fuera un squib, ni tampoco que mis hermanos hayan salido iguales a él.

Y sí, mi padre era muy obstinado, y le costaba perdonar, de eso me había había cuenta. Intercambié una mirada con Tom, que parecía tan sorprendido como yo por todo ese drama familiar que había resultado de repente.

—Padre... —intervine por fin— no quiero meterme en tu vida, pero... podrías ir a verla solo una vez, y decirle que la perdonas, para que pueda descansar en paz. Solo es una sugerencia.

Se quedó pensando un momento, como debatiéndose entre hacerme caso o seguir negándose a ir a ver a su madre.

—Bien —accedió después de largo rato—, pero será una visita rápida.

Los hermanos de mi abuela intercambiaron una mirada y sonrieron, aliviados.

—Emily y Tom, ¿quieren venir conmigo? —preguntó mi padre, mientras tomaba su capa que estaba sobre una silla y se la ponía con un movimiento ágil.

Los dos asentimos y nos acercamos a él. Nos aparecimos en la calle vacía de un pequeño pueblo que no tenía más que unas cuantas calles. Todo el lugar tenía un aspecto triste y desolado. Caminamos hacia una casa pequeña, con un  descuidado jardín en frente. Tom y yo intercambiamos una mirada, él se sentía tan incómodo como yo. Se acercó para tomarme de la mano y juntos entramos en la casa. Todo estaba limpio, pero había muy poco mobiliario y decoración. Pasamos de la sala y entramos en un estrecho pasillo con varias puertas. En una de esas habitaciones estaba mi abuela. Por su aspecto supe que no le quedaba mucho tiempo de vida. Al ver a mi padre se acomodó con dificultad en la cama y lo miró con los ojos llenos de lágrimas.

—Por fin estás aquí —dijo, con un hilo de voz. Mi padre asintió y ser acercó—. Tengo que decirte que lo siento, pedirte perdón por haberte hecho la vida imposible solo porque eres un mago. No debí haberte dicho tantas mentiras, y tampoco haberte tratado de esa manera durante toda tu vida.

—No vamos a hablar más de eso —dijo mi padre, con paciencia—, te perdono.

La mujer comenzó a llorar, y dirigió la mirada hasta donde yo estaba, junto a la puerta, todavía sujetando la mano de Tom. Me miró a través de las lágrimas, por largo rato, sin hablar.

—¿Ella es Emily? —preguntó.

Yo asentí.

—Sí, yo soy —dije, suavemente.

Ella me hizo una seña para que me acercara y así lo hice, pero muy despacio. Abrió el primer cajón de la mesa de noche que estaba a su izquierda, revolvió todo lo que estaba adentro con una mano, hasta que sacó un guardapelo dorado con una s grabada. Estiró la mano para tomar la mía y entregármelo.

—No diré por qué está en mi poder —dijo—, pero lo mejor es que ahora lo tengas tú.

—Gracias —le respondí y lo guardé en el mismo bolsillo donde llevaba la varita.

Ella asintió y se quedó mirando a mi padre con expresión de sincero arrepentimiento. Yo me retiré lentamente y regresé a donde había estado antes, al lado de Tom. Él volvió a tomar mi mano, y yo recosté la cabeza en su hombro.

La visita duró menos de dos horas, cuando salimos de la casa, mi padre se veía mucho más tranquilo.

—No saben cómo odio este lugar —comentó cuando cruzamos la puerta.

—Por lo menos cumpliste con perdonarla —le dije—, así no tendrás cargo de conciencia después.

Él asintió y se detuvo para mirarnos.

—Gracias por venir conmigo.

—De nada —le respondí.

—Yo necesito pedirle una cosa —dijo Tom.

Mi padre lo miró con curiosidad.

—Dime.

Tom se acomodó el cabello con una mano antes de hablar.

—Voy a necesitar a alguien en el ministerio, que me informe de todo lo que pase ahí, y ese alguien podría ser usted, si quisiera.

Mi padre asintió.

—Cuenta con ello. Seré tus ojos y oídos en el ministerio.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora