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Y esos dos besos fueron el inicio de algo completamente inesperado entre Riddle y yo. Poco después se nos hizo costumbre besarnos cada vez que nadie nos estaba viendo. El único problema era que seguía en su extraña relación con mi prima, y eso me hacía cuestionarme constantemente qué estaba haciendo yo ahí. Todas las noches, hacíamos juntos el recorrido por el castillo que los prefectos debíamos hacer y era una oportunidad para pasar algo de tiempo juntos. Llevaba días pensando en hablar seriamente con él, para que me dijera de una vez si aquella relación, que ni siquiera tenía nombre, significaba algo para él. Me dolía la idea de que estuviera jugando conmigo, pero parecía ser algo muy probable. Yo no estaba dispuesta a ser el plato de segunda mesa de nadie, y por mucho que Riddle me gustara, no iba a convertirme en la persona a la que le daba besos de vez en cuando y con la que pasaba las noches, pero que no podía esperar ningún futuro. Si bien, no iba a pedirle que gritara a los cuatro vientos que teníamos algo, tampoco quería ser su secreto, ese alguien de quien no habla con nadie.

Había llegado el veintitrés de abril, día de mi cumpleaños y tenía algunos regalos sin abrir en mi habitación, pero de eso me encargaría después, pues era la hora de hacer el recorrido por el castillo. Me despedí de mi prima en la sala común y salí. Riddle me esperaba afuera, y como siempre, se acercó sin decirme nada y me dio un cálido beso a modo de saludo. No quería que mis sentimientos se salieran de control, pero era difícil, pues sentía que cada vez me gustaba más. Nunca hubiera pensando que podría sentirme tan cómoda con él, incluso cuando no hablábamos, pero era así. Caminar por el castillo, tomados de la mano podía no ser nada especial, pero con él todo era diferente.

—Hay una pregunta que me he hecho millones de veces —dijo de repente y yo lo miré con atención.

—¿Cuál? —le pregunté.

—¿En qué piensas? Paso mucho tiempo mirándote y me gustaría saber qué ocupa tu mente cuando estás en silencio y sin prestarle atención a lo que está a tu alrededor.

Me quedé callada un momento, y pensé que podía introducir en la conversación todo eso que quería decirle desde que habíamos iniciado esa indefinible relación.

—Pienso en que todo esto es muy extraño —le respondí—, me refiero a lo que nos está pasando... hace solo unas cuantas semanas se suponía que nos odiábamos.

Él se quedó mirándome, un poco pensativo.

—Tú y yo nunca nos hemos odiado de verdad —dijo—, solo nos hemos mentido a nosotros mismos para ocultar lo que realmente sentimos.

Sus palabras tenían mucho sentido, tal vez llevábamos mucho tiempo sintiéndonos atraídos, pero no queríamos admitirlo y por eso tratábamos de convencer a todo el mundo y a nosotros mismos de que ahí no había más que odio.

—Creo que tienes razón —admití—. Podíamos haber hablado de esto antes, en lugar de estar discutiendo todo el tiempo.

—Yo no podía hacerlo.

Fruncí el ceño y me detuve.

—¿Por qué no? —quise saber.

—¿Cómo podía venir a hablarte de cosas que no puedo comprender y no tengo idea de cómo describir o de cómo nombrar? —dijo.

Me quedé mirándolo en silencio, haciéndome un millón de preguntas acerca de él. A decir verdad, yo tampoco podía comprender muy bien lo que estaba sintiendo, era un poco confuso, pero prefería no darle muchas vueltas al asunto y limitarme a disfrutar de lo buen que se sentía.

—Creo que no es necesario que le pongamos un nombre a esto aún —dije—, es muy pronto para eso. Con el tiempo, las cosas irán tomando forma... claro, si quieres seguir con esto.

Pareció estar muy de acuerdo.

—¿Por qué no iba a querer seguir? —preguntó—, esto es tan agradable que podría acostumbrarme.

—En eso tienes razón, es agradable.

Una pequeña sonrisa apareció en su rostro y se acercó lentamente para darme un beso. Después, reanudamos nuestra caminata y salimos del castillo, para ir a sentarnos en los jardines. La primavera había empezado y había muchas flores de distintos colores que hacían que todo fuera un poco más bonito. Me quedé mirando a Tom con un poco de confusión cuando soltó mi mano y fue a cortar una margarita blanca. Iba a preguntarle qué hacía, pero la puso en mi cabello, justo sobre la oreja. Ese pequeño gesto me hizo sonreír y sentir una emoción indescriptible. No necesitaba de mucho para gustarme un poco más.

—Yo... escuché que hoy es tu cumpleaños —dijo, y yo asentí.

—Es verdad.

—Pensaba que harías algo importante hoy... no sé... todo el mundo celebra sus cumpleaños.

Parecía un poco incómodo, así que volví a tomarlo de la mano y me acerqué un poco más. Me gustaba mucho cómo se veían sus ojos al mirarlos de cerca.

—Mi cumpleaños nunca me ha causado mucha emoción, la verdad —confesé—, este día suelo pensar mucho en mi madre y... eso no me pone muy feliz que digamos.

Me dedicó una mirada comprensiva. Me parecía que en parte podía entenderme, pues alguna vez había dicho que tampoco conoció a sus padres.

—Me pasa algo similar —me dijo.

—¿Cuándo es tu cumpleaños? —pregunté.

—El treinta y uno de diciembre.

Era la primera persona que conocía, que cumplía años en esa fecha, pero me alegraba saber un poco más de él.

—¿Puedo preguntarte algo? —preguntó y yo asentí—. Una vez me dijiste que tus tíos te habían cuidado desde que naciste...

—Mi tío Remigius es el hermano de mi madre —expliqué. No me costaba nada hablarle sobre mi vida y creía que era importante que supiera cosas sobre mí—, él y su esposa Clarissa, han sido como unos padres para mí. Se han preocupado por que no me falte nada, y me han cuidado siempre, creo que eso me ha ayudado a no sentir tanto la ausencia de mis padres.

Él asintió lentamente y se quedó mirándome, pero parecía perdido en sus pensamientos.

—Me pregunto cómo sería todo si yo hubiera crecido con alguien de mi familia —dijo, más para sí mismo que para mí.

En esos momentos, quería hacerle un millón de preguntas acerca de su vida, hasta que no quedara ni un solo detalle que no supiera sobre él, pero no. Me mordí la lengua y lo pensé mejor.

—¿Puedo preguntarte en dónde creciste? —pregunté, con mucha cautela—, si no quieres decírmelo, está bien —me apresuré a añadir.

—En un orfanato en Londres, con Muggles —respondió, al cabo de unos segundos, sin dejar de mirarme a los ojos.

Esa información me sirvió para hacerme alguna idea de cómo podría haber sido su vida y a la vez me hizo sentirme un poco más cerca de él, como si ya no fuéramos tan desconocidos. Constantemente me preguntaba cuánto duraría lo que había entre nosotros, pero no quería pensar en que podría ser algo pasajero y breve, pues entre nosotros estaba formándose algo que todavía no tenía nombre, pero que podría llegar a ser muy grande.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora