De nuevo había llegado el día de la clase de pociones con los de Slytherin y no podía evitar sentir cierta emoción por ver a Riddle.
—Me siento terrible —me decía Madeleine, que no se había levantado de la cama—. No voy a ir a clases hoy.
Había pasado toda la noche quejándose de que le dolía mucho la cabeza, y parecía que hablaba en serio, pues esta a bastante pálida y su aspecto no era el de siempre.
—Deberías ir a la enfermería entonces —le aconsejé.
—Voy a esperar, puede que me pase pronto.
—Está bien, que te mejores.
Ella sonrió.
—Que te vaya bien en clases.
Después de las disculpas, siempre le seguían días de amabilidad por parte de ella, ya estaba acostumbrada a eso. Le sonreí y tomé mis cosas para ir a clases.
Entré en el aula de pociones y no había rastro de Riddle por ahí. Por un momento pensé en que tal vez se había puesto de acuerdo con Madeleine para faltar a clases y pasarían el día juntos, pero de repente, Riddle apareció y se sentó junto a mí. Lo miré alzando las cejas.
—¿No vas a preguntar si me molesta que te sientes ahí? —pregunté.
Él se encogió de hombros.
—No, no voy a preguntar eso.
Acto seguido, se retiró un mechón de cabello de la frente y me dirigió una mirada intensa e indescifrable.
Durante toda la clase, traté por todos los medios de mantener la vista fija en el caldero y prestar mucha atención a las instrucciones para preparar la poción, pero tenía la sensación de que Riddle me miraba constantemente y eso me ponía nerviosa. No volvió a dirigirme la palabra y cuando se dio por terminada la clase, salió primero que yo.
Recogí mis cosas y pensé en ir a ver cómo estaba Madeleine, así que me dirigí a la torre de Gryffindor. Iba llegando, cuando sentí que alguien me cubría los ojos con las manos.
—No vayas a decir absolutamente nada —susurró la voz de Fred—. Todo esto es parte de un plan.
Me quedé callada, aunque quería saber qué clase de plan se le habría ocurrido a los gemelos. De repente, dejó de cubrirme los ojos y pude ver una puerta abierta, antes de que me empujara dentro y cerraran.
—¡Ay! —exclamó Riddle, acababa de chocar con él.
—¿Qué demonios..? —murmuré, tratando de comprender a Fred y George.
Todo estaba en completa oscuridad, así que busqué en mi bolsillo y saqué mi varita.
—¡Lumos! —dije.
Nos habían metido en un armario. Había algunos utensilios de limpieza en un rincón, y muchas telarañas en el techo. Entretanto, Riddle no decía nada, ni se movía. Sentía que la varita se me resbalaba un poco de la mano porque comenzaba a sudar. Estar en un espacio tan reducido con él, me ponía nerviosa. Concluí que no tenía caso seguir ahí, así que me dispuse a salir. Iba a abrir la puerta, pero Riddle me tomó del brazo.
—Espera —dijo.
Giré lentamente hacia él, e iba a preguntarle qué ocurría, pero no tuve tiempo de hacerlo, porque salvó de un solo paso la distancia que había entre nosotros y fue acercando su rostro al mío. Así de cerca, sus ojos eran mucho más bonitos, aunque no revelaban nada de lo que podía estar pensando en esos momentos. Suavemente, puso sus labios sobre los míos y yo dejé caer la varita, porque no esperaba que fuera a hacer algo así. Cerré los ojos y sentí cómo sus manos subían y bajaban por mi espalda mientras sus labios se movían contra los míos.
Cuando se apartó, estuve a punto de decirle que no lo hiciera, aunque solo se alejó un par de centímetros, y sus manos seguían en mi espalda.
—¿Por qué hiciste eso? —pregunté, en un susurro.
—Porque quería hacerlo —respondió— y porque sé que tú también querías lo mismo.
Iba a preguntarle cómo sabía que yo también quería eso, pero volvió a besarme, esa vez con mucha más intensidad. Le rodeé el cuello con los brazos y deslicé los dedos entre su cabello oscuro y suave. Si tan solo un año atrás alguien me hubiera dicho que eso iba a pasar, lo hubiera encontrado inaudito, pues me había convencido a mí misma de que lo odiaba. Pero las cosas habían cambiado irreversiblemente.
Lentamente, se apartó, recogió mi varita del suelo y me la devolvió. Luego, compuso una sonrisa radiante, abrió la puerta y salió sin decirme nada más. Tardé unos segundos en darme cuenta de que no podía quedarme ahí todo el día, así que también salí. Fred y George esperaban afuera y me miraron con curiosidad.
—Disculpa que no hayamos planeado algo mucho más romántico —dijo Fred.
—Pero funcionó, ¿o no? —dijo George.
Asentí, porque tenía la mente en blanco, ni siquiera sabía qué decir. Ellos intercambiaron una mirada triunfante y sonrieron.
Pasé el resto del día pensando en aquel acontecimiento, que se repetía una y otra vez en mi mente. Terminadas las clases, fui a ver a Madeleine, que no había salido de la habitación en todo el día. Cuando entré, seguía acostada y en pijama.
—¿Cómo estás? —pregunté y me senté en la cama, junto a ella.
—Ya no me duele la cabeza, pero he estado pensando en algo —respondió ella.
—¿En qué?
—Me siento un poco atraída por Riddle.
Sus palabras me golpearon con fuerza, y lentamente, la sonrisa que había estado en mi rostro todo el día, fue desapareciendo. ¿Por qué mi felicidad duraba tan poco? Si ella se enamoraba de Riddle, yo sería incapaz de involucrarme con él y lo que me esperaría sería terriblemente doloroso. Tal vez, nunca sería capaz de anteponer mi felicidad a la de cualquier otra persona. De todas formas, tampoco sabía qué sentía Riddle, que me hubiera besado no significaba que también le gustara. Tenía que hallar la forma de hablar con él.
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𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊
Fanfiction«El amor es un juego peligroso, y no puedes escoger con quién jugarlo». Emily Parkbey ha centrado su vida en estudiar y jugar quidditch. Es responsable, autoexigente y muy dedicada. Siempre ha tenido la idea de que debe ser la mejor en todo lo que h...