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Madeleine estaba hecha un mar de lagrimas con la cabeza recostada sobre mi regazo, mientras íbamos en el tren, de regreso a Londres.

—Le dije que estoy enamorada de él —me contaba, entre sollozos— ¿y sabes qué dijo? —hizo una pausa para mirarme— Desde hace tiempo que lo sé —imitó la voz de Cedric, sin mucho éxito.

—¿Y qué más? —pregunté, animándola a seguir con el relato.

—Le pregunté si sentía algo por mí, y me dijo que no —muchas más lágrimas salieron de sus ojos, parecía que realmente estaba sufriendo y sentí mucha pena por ella.

—¿Te lo dijo así, sin más? —pregunté, asombrada, pues Cedric parecía muy amable, no podía creer que le hubiera dicho eso de esa forma.

—No fue tan así, en realidad... me dijo que valoraba que yo siempre estuviera cerca, que me preocupara por él y que lo quisiera, pero que no podía corresponderme porque no había logrado, en todo ese tiempo, desarrollar sentimientos hacia mí. Dijo que lo sentía, pero que no podía hacer nada.

—Bueno, no lo dijo tan de mala manera, pero sigue siendo doloroso.

—Me siento terrible, Emily, terrible.

—Puedo verlo.

—Me siento... poca cosa, ¿será que él cree que no soy suficiente?

Me apresuré a hacer que cambiara de idea. Era algo horrible sentirse insuficiente y yo no quería que el rechazo la hiciera insegura o le ocasionara problemas de autoestima.

—Claro que no —le dije—. Que una persona no se haya enamorado de ti, no quiere decir que seas poca cosa, o que no seas una persona valiosa.

—Cedric es todo eso con lo que he soñado siempre.

—Pero creo que no hay mucho que hacer al respecto.

—No... creo que tendré que olvidarme de él.

—¿Y crees que le interese alguien más?

Se quedó pensando unos momentos y luego negó con la cabeza.

—No estoy cien por ciento segura, pero creo que no. No lo he visto con ninguna chica en plan de salir o algo así —se encogió de hombros—. La verdad, Emily, es que no entiendo por qué no se fijó en mí —se secó las lágrimas con el dorso de la mano—. Soy bastante bonita, soy agradable, le demuestro interés, además, por si es de los que les preocupa eso... soy medio virgen.

Eso último me hizo reír.

—Tal vez no eres su tipo —me aventuré a decir.

Se quedó pensativa.

—En definitiva, creo que soy lo mejor que podría tener.

—No te ofendas, Made... pero creo que deberías pensar que Cedric no es el único chico en el mundo —le dije—. Sé que lo quieres, pero él puede no ser para ti. Como te has pasado todos estos años persiguiéndolo, tal vez has dejado de ver que hay otros chicos interesantes que pueden hacerte feliz.

—Tal vez mi error ha sido perseguirlo tanto... a veces cuando más ignoras a alguien, más interesante le pareces a esa persona.

—Entonces cuando regresemos de vacaciones, puedes hacer como que no existe. Puede que al notar tu ausencia, se replantee las cosas.

—No lo sé. Creo que no hay nada que hacer, lo mejor es darme por vencida, dejarlo en paz y olvidarme de él.

—Lo importante ahora es que te sientas bien.

—Un corazón roto tarda mucho en sanar.

Ella se levantó y sacó un espejo de la mochila. Se notaba bastante que había estado llorando, pero logró disimular de alguna manera. Ya habíamos llegado a la estación, así que tomamos nuestras cosas y bajamos del tren.

Como siempre, mis tíos esperaban a que llegáramos y al vernos, nos saludaron con cariño. Yo no veía la hora de llegar a casa y descansar, quería estar en mi habitación, a solas y poder pensar.

—¿Estabas llorando, Madeleine? —preguntó mi tía Clarissa al mirar con atención a mi prima.

Madeleine se apresuró a negar con la cabeza.

—Para nada —dijo—. Es que anoche no dormí bien.

Mi tía no pareció muy convencida, pero no le dijo nada más, en lugar de eso, la tomó de la mano y se desapareció con ella. Mi tío hizo lo mismo conmigo y cuando abrí los ojos, estábamos en casa. Mi padre estaba esperando en la sala, mirando el retrato de mi madre que colgaba de la pared. Me acerqué y él me dio un fuerte abrazo.

—¿Cómo estás? —preguntó.

—Bien —le respondí—, ¿y tú?

Cuando se apartó, pude ver que no le hacía muy bien ver el retrato de mi madre. Siempre que iba a casa durante el verano, evitaba mirarlo y yo sabía que en cierta forma, se sentía culpable por su muerte.

—Estoy bien —respondió, aunque de una forma no muy convincente. Lo miré alzando las cejas y pareció concluir que lo mejor era no mentirme—. No tan bien, en realidad. No es fácil ver el retrato de tu madre... me causa mucha nostalgia.

Me acerqué para abrazarlo de nuevo y en ese momento, mi tío entró en la sala.

—Hora de cenar —anunció—. Y ya deja de torturarte, Alfred. Culparte no hará que Sarah regrese a la vida.

Aunque no lo dijo en un tono muy compasivo, mi padre, al igual que yo, sabía que mi tío tenía mucha razón, así que solo asintió y me tomó de la mano para que fuéramos al comedor. Me senté junto a mi prima, que parecía perdida en sus pensamientos, pero de repente levantó la mirada y me habló.

—Tengo una idea... no todo está perdido con Cedric —dijo en voz baja, para que solo yo la escuchara.

—¿Qué piensas hacer? —pregunté, haciendo suposiciones sobre lo que podría habérsele ocurrido.

—No te puedo decir aún, además... no te va a gustar para nada.

Estaba casi segura de que se trataba de un filtro de amor o algo así, solo me encogí de hombros y me dispuse a comer.

𝕺𝖉𝖎𝖔 || 𝕿𝖔𝖒 𝕽𝖎𝖉𝖉𝖑𝖊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora