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Había pasado una semana desde el incidente con Scott, por llamarlo de alguna manera. Actuamos como si nada hubiera ocurrido, ninguno de los dos volvió a tocar el tema. Lo dejamos estar y ya. Bueno eso creo.

— Despierta — me gritaban y me removían mientras dormía.

Me incorporé sobre la cama el reloj no marcaba más de las tres de la mañana, mierda no había dormido nada.

Abrí los ojos como platos cuando vi quién era él que me había despertado.

— Estás loco Diego, solo son la tres de la mañana. ¿Qué haces en mi habitación?

— Alguien está empezando su día especial con mal pie.

—¿Perdón? — fruncí el ceño.

— Mierda me equivoqué pensé que tú cumpleaños era hoy.

— Si, si es hoy — casi olvido el día que nací —, ¿No podías esperar por la mañana para felicitarme?

— Felicidades — dijo de manera sarcástica —, en realidad lo que quería era darte un regalo.

— ¿Y no podía ser por la mañana?

— Natacha tienes diez minutos para vestirte, te espero abajo. — era una orden.

Tenía un poco de sueño, pero la curiosidad por el regalo de Diego ganaron.

Me coloqué un abrigo, ya que hacía un poco de frío, unos jeans de mezclilla y calce mis tenis negros.

—A la calle —anunció cuando bajé las escaleras.

Pedimos un taxi y luego de treinta minutos de carretera, estacionamos en un callejón. Busqué con la vista lo que podía ser mi regalo...

— Ni de coña, Diego — bufé al instante que unas luces de neón alumbraban un local con un enorme letrero que decía: TATTOO.

— Venga, es un regalo de cumpleaños debes aceptar.

— Me niego —me crucé de brazos —. Ni siquiera sabría qué hacerme. Siempre he querido un tatuaje pero no así.

— Tranquila tengo el tatuaje perfecto para los dos. Es mi regalo y tengo todo planeado.

— ¿Te vas a tatuar conmigo?

— Claro, Natacha — me agarró del brazo —. Vamos.

Entramos en el local, nos recibió un moreno con toda su piel tatuada, muy amigable. Para tener figura de chico rudo y peligroso.

Yo decidí ser la primera, porque si no me rajaría. Me senté en la silla y pensé en dónde me lo haría porque no quería que se viera, Diego me había prometido que era chiquito, no quedaba de otra que confiar en él. Con un trozo de papel y a lápiz dibujó el diseño y se lo mostró al tatuador.

— Déjame ver — le exigí.

— No — sentenció —. Acaba de escoger dónde quieres el tatuaje y ya.

Luego de reflexionarlo un poco, indiqué que quería el tatuaje en el cuello. Así mi cabello lo cubriría.

El tatuador comenzó con su trabajo, dolía, pero era un dolor que se podía aguantar, luego de diez minutos culminó y me ofreció un espejo. Recogí mi pelo en alto y me quedé encantada con lo que vi. No era más que un pequeño número. Si el número 11 para ser exactos, pero los trazos eran delicados.

No Sonrías ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora