30

9.4K 574 100
                                    

Scott.

La funeraria tenía algunos arreglos florales colocados por mi madre y algún que otro conocido que traían ramos de flores. Todo olía a narcisos, ambientador y a café caliente.

Lo busqué para verlo morir, era lo único que pasaba por mi cabeza en estos momentos.

Muerto.

Muerto.

Muerto.

Él estaba muerto, mi padre estaba muerto y yo no podía dejar de sentirme culpable, tal vez si lo hubiera encontrado antes él no...

— Scott — la voz de mi hermano me sobresaltó.

Lo miré, pero no pude decir palabra alguna. En esos momentos Diego se me parecía a papá.

— Te conozco y sé que estás pensando que esto es tu culpa y no es así. lo intentamos, él no quiso renunciar a la maldita bebidas.

—Yo tendría que...

— No — me interrumpe — Nuestro padre, quiso llevar esta vida, tú intentaste ayudarlo y él no se dejó. No tienes que sentirte culpable. 

Me abraza.

—¿Quieres que te traiga un poco de café caliente? —me pregunta— De seguro te ayudará a que te sientas mejor.

—Si, por favor.

La rabia me estaba consumiendo, sentía como mi propia sangre me quemaba, no sabía si llorar porque mi padre estaba muerto o sonreír porque ese cabrón le jodió la vida a mi madre y ahora estaba muerto. La opresión que sentía en mi pecho no tenía palabras para describirla, pero el sentimiento era insoportable.

Joder.

Mi corazón dejó de latir por unos instantes en el momento que mis ojos la detectaron: Parada estática en la entrada con un vestido negro que no pasaba más allá de sus rodillas, combinados con unos zapatos oscuros y en sus manos portaba un puto ramo de flores blancas que intentaban competir con su belleza.

Eso era imposible, porque antes mis ojos lo único perfecto de este jodido mundo era ella.

Y no tenía competencia alguna.

Moví mis pies sin pensarlo, olvidando el lugar y las personas  que nos rodeaban. La distancia acabó en el momento que mis brazos se apoderaron de su cuerpo, mis labios se encontraron con los suyos. Comencé a sentir la vista y el bullicio de todos sobre nosotros. 

Éramos pequeños puntos en el universo. 

Me dio igual, Natacha me correspondía con más ganas, luego vendrían los problemas, pero ahora no me importaba. Sus manos pasaron temblorosas por mi cuello, dejando caer el ramo al suelo, y yo profundicé el beso invadiendo su boca con mi lengua. Recordando lo bien que se siente hacer esto. Lo bien que solo ella me hace sentir.  

— ¡¿Qué carajos creen que están haciendo?! — reconocí la voz de Albert a mi espalda — ¡Paren ya! — volvió a gritar. 

Natacha se sobresaltó, sus ojos vidriosos miraron a todos en el lugar. 

— Mierda — dijo bajito — Pasando las manos por su cabello. — ¿Qué hemos hecho?

— Estoy esperando una explicación por parte de los dos — insistió Albert — No entiendo por qué soy el único de la familia que parece sorprendido.

Su mirada viaja de mi madre que está con los brazos cruzados, luego a Nora que se mantiene atenta observando en silencio y luego a Diego que muestra una sonrisa orgullosa por nosotros. 

— Yo puedo — mi madre intentó hablar, pero le corté enseguida. 

— Esto — señalo a Natacha y a mí — viene de hace días, quizás se nos fue un poco de las manos, pero creo que este no es el lugar para hablar de ello. 

— ¿Ustedes están locos o qué? — vociferó.

— Albert no es el momento — mi madre recalcó el escenario, agarrándolo del antebrazo. 

— ¡¿Es que no lo ves?! — ladea la cabeza — Es tu hijo con mi hija. No pueden estar juntos. 

— ¿Por qué no?

Esta vez habló Diego. 

— No son hermanos, es normal que sientan una atracción y decidan estar juntos. Ya están mayorcitos.

Eso fue el inicio de una discusión entre todos, alzaban la voz y ya era imposible decir algo.

— Scott — Natacha me llamó, tomando mi mano — Vamos.

— ¿Qué? — me sorprendió. 

— Vámonos. 

Tiró de mi brazo saliendo casi que corriendo. 

— ¿Qué estamos haciendo? — pregunté. 

— Huir de la realidad —.  Responde con simpleza. 

El alboroto era tanto que nadie se dio cuenta de que nos habíamos ido hasta que una mujer que reconocí al instante se cruzó en nuestro camino. 

— Querido siento mucho lo de tu padre — la madre de Natacha, me saluda con amabilidad.

Asiento y le regalo una media sonrisa. 

— ¿Todo bien? — pregunta — ¿Por qué tan agitados?

— Mamá no tenemos tiempo.  Luego te explico. 

— ¿Pero qué ocurrió?

— Un pequeño problema — le dice Natacha a su progenitora — Solo te puedo decir que Scott y yo estamos juntos y a mi padre no le gustó mucho la idea — y la deja siguiendo de largo.  

— ¡Cómo se atreven a decirme eso y dejarme intrigada! — grita — ¡Que quiero todos los detalles joder!

— Tu madre no está bien.

— Es loca, pero al menos está de nuestro lado. 

— En realidad creo que todos lo están, menos tu padre. 

— Estamos locos ¿no? — me pregunta.

— Yo diría enamorados — sonrío — ¿Ahora que haremos? Mi auto está por aquí — la guío.

— Estoy segura de que Cristina y mi madre hablarán con mi padre. 

Llegamos hasta mi auto. 

— Mañana volveremos a casa y veremos que ocurre — continúa. 

Subimos al instante y me pongo a conducir sin rumbo fijo. 

— ¿Quieres hablar?

Se refiere a mi padre y la verdad es que no quiero hablar de ello. 

— No tengo muchas ganas. 

— Sabes que aquí estoy para ti.

— Lo sé Natacha. 

— ¿Y bien, ahora cuál es nuestro destino?

No Sonrías ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora