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Natacha.

Peino mi cabello mientras mis ojos observan a través del espejo al chico que ha puesto mi vida patas arribas. De malas maneras.

Lo peor es que no me arrepiento.

El oscuro cabello le caí desenfrenado sobre su frente y de sus tupidas cejas, pequeñas gotas de agua recorrían todo su cuerpo que lo único que llevaba era una toalla alrededor de la cintura, la tinta sobre su piel desnuda le daba ese toque de rebelde que me había conquistado desde el día uno.

— ¿Terminaste? — da unos pasos hasta mí, pegando su pecho en mi espalda.

— ¿Qué?

— De comerme con la vista, digo — se burla — la baba está por caer y no quiero ahogarme con tanto. 

— Creído. 

— Mirarme como si fuera un aperitivo me da razones para creerme.

— Egocéntrico — me quejo bajito. 

— ¿Qué me has dicho?

Sus manos envuelven mi cuerpo y en menos de unos segundos estoy sobre la cama barata de un hotel de carretera y él sobre mí.

Estuvimos dando vueltas sin rumbo hasta encontrar este lugar donde pasamos la noche. 

— Hoy iremos a casa — comento — acariciando su rostro. 

— ¿Estás segura?

Mi madre no había parado de llamarme, al igual que Cristina, según ellas mi padre estaba más tranquilo, ellas habían hablado mucho con él.

Aunque conociéndolo nos sacará los ojos a Scott y a mí, nada más que nos vea. 

— Tarde o temprano debemos enfrentarlo — suspiro.

— No puedo creer que estemos juntos y ya todos lo sepan — dice, sonriendo — Es una locura. 

— ¿Quién dice que estamos juntos?

— Yo — responde enseguida. 

— Tú no me has preguntado nada. 

— ¿Qué tengo que preguntarte según tú?

— Pues eso — siento como mis mejillas comienzan arder.

— ¿Eso qué? — ladea la cabeza.

— Ya nada. 

Se queda en silencio mirándome unos segundos. 

— ¿Quieres ser la novia de este imbécil?

Si, si y si.

Contigo quiero todo. 

— Mmm. No sé tengo que pensarlo.

Me besa de repente invadiendo mi boca con su lengua mientras sus manos acarician mi cuerpo.

— Aún no lo tengo claro.

— Te lo voy a aclarar.

Sus manos recorren acariciando lentamente mi cuello para luego acercar su boca erizando toda mi piel.

— Todavía no sé el por qué te gusta provocarme.

Muerde succiona y lame la piel desnuda de mi cuello.

— ¿Quién dice que me gusta provocarte?

Sus dientes tiran del lóbulo de mi oreja y trago en seco para callar un jadeo.

— Acepta ser mi novia — exige. Mientras sus manos bajan hasta mis caderas.

— Puedes hacerlo mejor.

Atrapo su labio inferior con mis dientes.

Levanta el vestido que llevo puesto, retirándolo por mi cabeza. Ahora en ropa interior podía sentir claramente la erección que se escondía detrás de la pequeña toalla.

— Si — digo al fin.

— ¿Si qué?

— Que si quiero ser tu novia.

Sonríe antes de volver a besarme y yo me pierdo en el momento que sus dedos llegan al elástico de mis bragas.

#

Mis manos me sudaban, y puedo decir sin duda alguna que esto es uno de los momentos más difíciles de mi vida. Scott caminaba aparentemente más calmado que yo con su mano en mi cintura.

Toqué temblorosa el timbre y por suerte quien me abrió fue Diego, que se limitó a saludar y volver al salón sentándose al pie de la escalera.

Parecía programa de televisión, todos sentados en el salón.

Mi madre se limaba las uñas con pereza y sonrió al vernos. Con sus largas piernas cruzadas.

Tipo me da igual si quieren estar juntos, yo estoy de acuerdo y ahora quiero volver a mi casa.

Cristina estaba sentada en el sillón tenía una taza de té entre sus manos, removiendo una pequeña cuchara que no dejaba de sonar. 

Tipo a mí lo que me preocupa es Albert, yo estoy bien si ustedes lo están.

Mi padre se veía furioso, su semblante estaba serio, creo que le salía humo por las orejas en este preciso momento y tenía unas ojeras horribles.

Tipo estoy realmente enfadado, pero eres mi hija y ahora no sé qué hacer. Quiero entenderte, pero no es fácil.

— Al fin llegaron — exclamó mi progenitora — Tengo muchas cosas que hacer, necesito volver a casa. 

Mi padre la fulminó con la mirada antes de hablar:

— Han jugado conmigo todo este tiempo. Ni siquiera quiero pensar en todo lo que ha pasado dentro de estas cuatro paredes y yo sin saber absolutamente nada. Me vieron la cara de estúpido.

Ya te digo.

— Papá yo no pude evitar enamorarme de Scott — digo — Tampoco sé en qué momento ocurrió, pero todo fue así. En mis planes no estaba engañar a nadie. Creí que sería pasajero. 

— Me siento traicionado, no sé en qué estabas pensando Nat — mira directamente a Scott — ¿Tú no tienes nada que decirme?

— Sé que yo no soy santo de tu devoción — dice con desdén —, pero Natacha me gusta de verdad y estoy intentando hacer las cosas bien, por ella. Me comporté como un estúpido en el pasado, pero ahora lo único que quiero es a su hija. 

Ay cristo.

— Tampoco es para tanto — la voz de mi madre retumba en el salón — No son hermanos, no crecieron juntos, no tienen ese sentimiento entre ellos, así que  no es un delito. Yo no veo ningún inconveniente.

No sé si mi madre quiere ayudar o empeorar la situación.

— Pienso lo mismo — opina Diego — Además ya te digo yo que sentimientos entre ellos si tienen, pero no precisamente los de hermanitos queridos.

Lo que me faltaba. 

— ¡Diego — Cristina lo regaña por el tono picarón que utiliza.

Me quiero morir.  

— Esto es una locura — mi padre se pone ambas manos en la cabeza — he intentado ser cool, pero esto definitivamente es mucho para mí. 

Ha llegado mi muerte.

Veo la luz al final del túnel.

— Albert es fácil — el idiota sonríe de lado y me dan deseos de darle con una silla por la cabeza porque con esos aires de creído no va a lograr mucho. — ¿Nos dejas estar juntos o qué? 

A no, falsa alarma. Es mi padre que me va a pasar con un carro por arriba.

Mi padre se levanta dando unos pasos hasta nosotros, se rasca la barbilla, pone una mano en el hombro de Scott y la otra en mi hombro, para luego de unos minutos contestar...

No Sonrías ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora