5. Vivian

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Sábado noche. Había pasado un día de la fiesta, de la promesa que se había hecho de dejar ir a Luke Bennet. Y lo iba a lograr, fuese como fuese.
Miró al chico de ojos almendrados que reposaba junto a ella en el sofá que tenía en la habitación. Jonas. El chico perfecto con el que ya se había acostado. Al final, y a pesar de haber huido de él la última vez que estuvieron juntos, el muchacho había accedido a tener una segunda cita con ella.
A decir verdad, Vivian no tuvo que esforzarse mucho por obtener un sí. Casi pareció que fue él quien le rogaba cuando ella lo fue a buscar en la facultad de ciencias sociales.

Ahora lo observaba con detenimiento, pensando que tal vez sí era posible que el chico pudiese acabar por gustarle. Se acercó a él, pícara, dejando ver una sonrisa que hubiera deslumbrado a quien fuera. Y Jonas no pudo más que acercarse a ella y esconder esa sonrisa tras un beso.
Sus labios respondieron con agilidad. Voraces, se pegaron uno al otro. El cabello, los pechos, su torso desnudo... Cualquier resquicio de piel era un instrumento de placer.

La pelinegra se desabrochó el cierre del vestido y él no tardó en seguir sus pasos, quedando los dos en ropa interior en aquel sofá rojo, ironía del dios Eros. De un giro rápido, Jonas la tenía debajo. Vivian no pudo evitar soltar un gemido débil, que anticipaba todo aquello que vendría. La poca ropa que quedaba de por medio ya había desaparecido. Observó como su amante desenfundaba un condón, y luego de unas cuantas caricias más y unos pocos besos, estaba dentro de ella. Empezaron los movimientos, constantes, bastante exactos, en los que ambos se perdieron en la lujuria.

Y justo en el momento en que Vivian iba a alcanzar el clímax, la puerta de la habitación se abrió, encajando con el momento exacto en que Jonas, aquel pobre diablo, llegó al orgasmo.

Ocurrió todo muy rápido. La cara perpleja de Mateo. El golpe que, por inercia, Vivian le propinó a Jonas para quitárselo de encima. La mueca de espanto del chico desnudo al darse cuenta de que un desconocido le había visto y oído correrse.
El muchacho se levantó. Primero, avergonzado. Luego, la vergüenza dio paso a la rabia, al sentido de la humillación. Y fue cuando se dirigió al rubio que seguía contemplándolos desde la puerta.
Vivian fue rápida al vestirse de nuevo, y pudo evitar, no sin grandes esfuerzos, que el robusto de Jonas se abalanzase sobre el igual robusto Mateo. Jonas le dedicó una cara de pocos amigos, pero al final se resignó y la dejó a ella tomar el mando.

—¡Joder Mateo! ¿Pero es que a ti qué te pasa? Eres un maldito lunático, un irrespetuoso, ¡estoy cansada de ti! Eres un cerdo asqueroso y no quiero que vuelvas a entrar en mi maldita habitación. ¿Me has escuchado?

—Tranquila fierecilla —contestó calmado, como si toda aquella situación no fuese con él. Como si las palabras de Vivian fuesen fruto de una clara confusión—. Solo venía a despedirme. Mañana cojo un avión a primera hora de la mañana, y no vuelvo hasta dentro de un par de semanas. Te estaba dando vía libre, aunque por supuesto, a ti eso no te hace falta.

Le guiñó un ojo. Y luego se lo volvió a guiñar a Jonas, que de nuevo hizo ademán de darle un puñetazo. Vivian le dedicó un par de insultos más mientras veía aquella cabellera rubia alejarse por el pasillo. Lo odió. Lo odió con ganas en su interior. Lo odió tanto que ni se enteró cuando su acompañante, el estudiante de derecho, recogió sus cosas y salió de allí por patas.
Sentía tanta rabia que las lágrimas empezaron a resbalar sin más por sus mejillas. Rabia porque aquel estúpido, aquel descerebrado, le había estropeado la primera oportunidad en años que se daba para seguir adelante, para poder rehacer su vida.

Bloqueó la puerta apoyando la silla del escritorio contra la manilla, y se tiró en la cama haciéndose una bola.
Llamó a Torres, que contestó al primer aviso, y estuvieron toda la noche hablando del despojo humano que era su compañero de piso. Lo torturaron, varias veces para ser justos, en su conversación. Y cuando creyeron que los oídos de Mateo ya habrían pitado lo suficiente, se despidieron y prometieron que un día se vengarían de él.

La historia que nunca ocurrióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora