21. Vivian

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Si había creído que despertar en una casa ajena, con el móvil roto y sin recordar nada, era una desgracia, se había quedado corta al pensar qué tan desdichado podía ser el destino. Escuchar aquel nombre siendo pronunciado por Harrison la hizo estremecerse. Aguardó, sintiendo que de un momento a otro desfallecería en medio de la cocina. Se apoyó a la encimera para evitar que aquello pasara. Después de lo que el chico de ojos azules le había contado, lo último que quería era montar otra escena, y menos delante de Luke Bennet. La trayectoria de su mirada permaneció fija en la puerta corrediza que ella había dejado abierta, y aguantó un jadeo cuando atisbó el reflejo de aquel pelo castaño que tantas veces había rememorado en su cabeza. 

Los ojos de ambos se encontraron al instante, de forma casi automática. Se sintió estúpida al notar que su corazón amenazaba con salírsele del pecho, pues en la mirada de Luke no había más que indiferencia e incluso desagrado. Fue ella la que se obligó a romper el contacto visual. Si hubieran seguido así un par de segundos más no habría podido aguantar las ganas de salir corriendo.

Harrison carraspeó desde el otro lado de la cocina, provocando que Luke apartara los ojos de ella como si de repente la imagen de Vivian quemara. Ris dedicó una mirada interrogante a su amigo, que la morena ni vio, y después intentó neutralizar aquella tensión que se había apoderado de la cocina.

—Ella es Vivian. Vivian, él es Luke —volvió a dedicar una mirada burlesca al castaño, esperando a que dijera algo. Pero ni Vivian ni él parecían querer decir nada, quedando de nuevo la estancia en silencio. 

Los pensamientos de la chica iban a doscientos por hora, aglutinándose unos encima de otros, dejándola desamparada en una situación a la que jamás pensó que tendría que enfrentarse. Lo tenía delante de ella de verdad. Estaban los dos allí, en carne y hueso, y no en sus sueños o imaginaciones fantasiosas. La última vez que habían estado tan cerca había sido aquella noche en la que dejó salir por su boca, por primera vez en toda su vida, sus verdaderos sentimientos. Y de bien poco le había servido, porque aquella noche Luke había pisado sus esperanzas y con ello, su dignidad. No se habían vuelto a tener uno enfrente del otro desde el día en que él la destrozó. 

Su corazón se estrujó. Había hecho tanto por dejar atrás aquellos tontos sentimientos y de tan poco le había servido, que se sintió la persona más desaventurada del planeta. Si aquello hubiera formado parte de una película, la gente habría dicho que era imposible que algo así pasara en la vida real. 

Vivian pensaba que la situación no podía ir a peor. Pero una vez más, se equivocaba. Una voz chillona sonó por toda la casa, a la vez que se escuchaba un portazo ensordecedor. Luke se giró con una gran sonrisa en la boca, luciendo absolutamente contento, y totalmente lo opuesto a cuando la había visto a ella allí. No tuvo que esforzarse mucho para llegar a la conclusión de que la dueña de aquella voz era la nueva novia de quien, algún día, había podido llegar a ser su amado. Y si no era la novia, al menos sí sería uno de sus ligues. ¿Y si Luke estaba enamorado de aquella chica?, no pudo evitar pensar. 

La rubia se colgó del cuello de Luke al llegar a su lado. Él le plantó un beso en los labios, con una urgencia que incluso maravilló a Harrison. Vivian no sabía dónde meterse, pero el nudo que se había adueñado de su estómago le pedía a gritos que se largara de allí, que bajo ninguna circunstancia se subiera a la camioneta del castaño porque su pobre corazón no podría soportar aquello. Pero cuando iba a hablar para decir adiós y dar las gracias, las ganas de vomitar la poseyeron y las piernas le flaquearon, y no tuvo más que asumir que no podía volver a casa por sus propios medios. 

La chica se separó de Luke y le dijo algo al oído que provocó una sonrisa en él. Luego, reparó en la desconocida que se hallaba en mitad de la cocina. Como ninguno de los dos muchachos mostró intenciones de presentarlas, fue Melissa quien se aproximó a ella dejando ver su alineada dentadura.

—¡Oh, hola! Yo soy Melissa. Si es por estos ni nos conocemos —ironizó rodando los ojos y mirando furtivamente a Luke con reproche—, así que dime, ¿Cómo te llamas?

Vivian no podía negar que la chica era encantadora. No solo era preciosa, sino que además su carisma y simpatía eran perceptibles desde el primer momento en que abría la boca. Entendía que Luke estuviera prendado de ella, y no lo podía culpar por ello. Aunque le hubiera gustado encontrar algo malo en aquella chica de rasgos felinos, no pudo. De repente se sintió intimidada al tener la atención de los tres presentes encima, y entendió que en aquella casa la intrusa era ella. 

—Encantada, Melissa —contestó de vuelta con una sonrisa que, esperó, no delatara que la noche anterior se había comportado como la más grande de las borrachas—. Yo soy Vivian.

Pensó que la rubia le preguntaría de qué conocía a Luke y a Harrison, pero esa pregunta nunca salió de entre sus labios. Vivian supuso que debía pensar que era alguna conquista de Harrison. Y era mejor que fuera así.
Quiso añadir algo más, pero la voz grave de Luke no se lo permitió. Vivian no lo pudo ver, pero detrás de ella Harrison negó con desaprobación hacia su amigo. 

—Tenemos que salir ya —fijó su mirada severa en ella, y la muchacha tuvo que tragar saliva ante aquellos ojos que destellaban rabia—. ¿Tú ya estás? 

Ese caló en Vivian de una forma dolorosa. La voz del chico había sonado frívola y distante, como si ella fuera la persona más odiosa del mundo entero. Se forzó a ignorar la punzada de tristeza que amenazó con invadirla, y asintió con la cabeza. Caminaron todos juntos hasta el porche, donde Harrison se despidió de ellos y entró de nuevo en la casa para, a escondidas, observarlos alejarse desde la ventana. 

De camino al coche dio las gracias porque Melissa estuviera allí. Ya no le importaba que fuera la novia de Luke ni que pudieran estar enamorados. Aquella chica de cabello dorado la había salvado de tener que estar encerrada durante diez minutos a solas con alguien que la odiaba. Así que todo lo demás le resultaba irrelevante. 

Melissa cambiaba de tema tan rápido que apenas le daba tiempo para procesar las cosas que decía. En el coche, hablaron del tiempo, de las nuevas reformas que iban a hacer para construir un centro comercial en Geollen, de coches, de bicicletas, del bosque y de cómo un cazador se había dado a la fuga tras confundir a un conejo con una persona y atestarle un tiro en la pierna. La conversación entre ambas fluía con naturalidad, y agradeció infinitamente aquel inesperado giro que había dado su mañana. 

Observó a Luke a través del espejo retrovisor. En la comisura de sus ojos había dos pequeñas arrugas consecuencia de su fruncir de ceño. Hizo memoria, sin quererlo, de seis años atrás, cuando iban juntos a clase. Había visto aquel gesto muchas veces en el rostro del chico, y sabía que solía emplearlo cuando estaba enfadado o pensativo. A juzgar por la situación, llegó a la conclusión de que estaba enojado. Pero tampoco entendía por qué. ¿Qué mal le había hecho ella a parte de confesarle que le quería hacía ya dos veranos? Suspiró con pesadez, apartando la mirada del espejo antes de que el muchacho la pillara mirándolo y se le ocurriera tirarla del coche o vaya Dios a saber qué. En un pasado creyó conocerlo. Ahora, sin embargo, no estaba segura de ello, así que tampoco lo estaba sobre sus reacciones. 

Lo miraba y lo volvía a mirar, y una parte de ella no reconocía aquella dureza en sus facciones. ¿Tanto la detestaba? Antaño, su mirada había sido otra muy diferente. 

La voz enérgica de Melissa la sacó de sus cavilaciones: —¡Ah, ya sé! ¿Por qué no te vienes con nosotros al campeonato de boxeo? Seguro que a Luke no le molesta, ¿a que no? 

Por automatismo, Luke y Vivian negaron con fuerza. Si a Melissa aquello la tomó por sorpresa, no lo dejó saber. En cambio siguió insistiendo, por mucho que Vivian decía una y otra vez que le era imposible, que tenía cosas que hacer y que además estaba algo cansada. Lo cierto es que su cabeza aún amenazaba con estallarle y a ratos sentía que un mareo intenso se apoderaba de ella. 

Luke, por su parte, estaba callado, con los ojos fijos en la carretera. Vivian deseó que él dijera que no podía ser, que ella no podía ir a verlo en el ring de ningún modo, y que no tenía más remedio que dejarla en casa. Al fin y al cabo, los dos habían movido la cabeza con el mismo ímpetu cuando Melissa lanzó aquella proposición. 

Pero él no dijo nada, y Vivian estaba demasiado cansada como para seguir rebatiéndole nada a aquella chica a la que acababa de conocer y que parecía tener energía infinita. El resto del recorrido estuvo solo ocupado por el parlotear incesante de Melissa, que solo calló cuando llegaron a su destino y tuvo que saltar de la camioneta para bajar.  


La historia que nunca ocurrióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora