10. Luke

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Miércoles. El dichoso día que le había estado pisando los talones como una amenaza al fin había llegado. Contempló el edificio que se cernía ante él, y sin más preámbulos caminó hacia él con la mochila cargada en un hombro. Saludó a los encargados de mantenimiento del hospital, que estaban al tanto de su servicio y acostumbraban a trabajan con Fontanería Vukket.

—Lo siento chaval. En otras circunstancias te ofreceríamos nuestra ayuda, pero no me meto en ese invernadero de heces y peste ni aunque me paguen —se acercó a Luke a modo de confesión—. Muy duro te la está jugando el viejo de Hank. De todas las veces que esto ha estado mal, esta es la peor de todas.

—¿Qué decir? —contestó risueño— Querrá asegurarse de que esté a la altura. Puede que luego de esto se plantee ascenderme —bromeó, a lo que los dos hombres rieron con él.

—Suerte chico, la necesitarás.

—Te diría mucha mierda —habló el otro encargado, quien todavía no había abierto la boca—, pero de eso ya vas a tener suficiente.

Charlaron un rato más, en que la opresión que había sentido en el pecho al entrar al hospital fue descendiendo poco a poco. Se despidió de ellos después de asegurarles que mandaría saludos a Hank y a Mary, y bajó al sótano, donde se encontraba la sala de calderas. 

Nada más pisar aquellas baldosas ennegrecidas, pudo comprobar que todo lo que había escuchado sobre la pestilencia que se iba a encontrar era verdad. Ernesto no había exagerado al decirle que los ojos le lloraban cada vez que tenía que ir hasta allí. Todavía no había visto los baños de las plantas superiores, pero si Ernesto también había sido sincero en eso, estos dejaban mucho que desear sobre la limpieza que uno esperaba encontrar en un hospital. 

Se puso los guantes de goma que le llegaban hasta el codo y se subió la cremallera del mono hasta llegar al cuello. Le daban sudores fríos solo de pensar en que alguno de aquellos fluidos pudiera tocar su piel. Se aseguró de tener bien ajustadas las botas y se puso manos a la obra. Aquello iba a tomarle más horas de las que en un principio había pensado. 

A media mañana solo había tenido tiempo para cambiarle un par de cosas a las calderas y averiguar de dónde provenía aquel olor tan nauseabundo que se había empezado a filtrar por las habitaciones de los pacientes. Resultaba que lo de las ratas no era solo un bulo para asustar a novatos como él. Sí había habido una auténtica plaga de roedores, y por lo visto, quienes intentaron eliminarlas no lo lograron por completo. Allí, en el desagüe y en las calderas, Luke había encontrado una decena de ratas en estado de descomposición. Si antes había creído que la mierda sería la causante de sus pesadillas, estaba muy equivocado. 

Limpió los guantes y las botas. Por suerte, el uniforme no había quedado demasiado estropeado;  con un par de lavados saldrían aquellas manchas amarillentas. De todos modos, tampoco resaltaban mucho en la tela oscura del mono. Recogió los bártulos de la empresa y salió de nuevo a la planta principal del recinto. 
Hacía calor, bastante. Por supuesto aquello era típico de los hospitales; otra cosa más que no soportaba de ellos. Buscó a los encargados de mantenimiento con los que había hablado antes, y les contó sobre el hallazgo de las ratas. No les sorprendió escuchar aquello. Le confesaron que lo habían supuesto desde hacía meses, pero que como no era su problema y no les pagaban por ello, habían pasado de ensuciarse las manos. 

—Aquel tipo que vino, el exterminador, era medio estúpido. Dweyn creo que se llamaba. Estuvo aquí semanas enteras, ¿y total para qué?

El que era más alto miró a su compañero con un repetitivo parpadear. Era su forma de darle la razón, aunque Luke estuvo a punto de preguntarle si tenía un tic o si acaso se estaba mareando. Hasta que lo vio despegar los labios.

—Sí, el tal Dweyn. No sé cómo tiene el coraje de llamarse a sí mismo el rey de las cloacas —posó sus ojos en Luke, todavía con el semblante serio—. ¿Crees que deberíamos exponerlo en algún lugar de internet? Como en forocoches, o esas cosas que usáis hoy en día.

—Oh, es una buena opción, señor. Aunque Twitter también le serviría. Créame, he visto hasta el más digno de los soldados caer en el gran pozo de las críticas y boicot.

—¿Si?

—Le aseguro que si lo hace, en una semana no podrá pisar ni una sola calle sin que alguien le llame estafador. Pero tenga cuidado, es un arma un poco potente si lo que quiere es simplemente darle una lección.

El resto de la jornada la pasó encerrado en los baños de las plantas superiores. Varias personas expusieron sus quejas por el olor ante él, cuando lo veían entrar y salir del que era el origen de tan fétido olor. Luke se excusaba como podía, aunque en algún momento que otro no tenía problemas en detenerse a contar la historia de Dweyn, el exterminador que la había pifiado.
Pasaron horas, hasta que las piernas le comenzaron a pesar. La espalda le dolía y los antebrazos se le estaban cansando de tanto apretar tuercas y levantar retretes. Merecía un descanso. Y un refresco tal vez. Así que volvió a quitarse los guantes y el mono y salió al pasillo.

Fue entonces cuando la vio.

La historia que nunca ocurrióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora