2. Luke

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Salió del baño con ella envuelta en sus caderas. Los besos que se daban eran intensos, llenos de pasión y lujuria. Se había acostumbrado a tenerla siempre allí, entre sus brazos o entre las sábanas, suplicando por más, pidiéndole clemencia cuando ella quería repetir. Hacía apenas unos meses que la conocía, pero pensaba que había sido un acierto lo suyo, pues había dejado de pensar casi en Alessa.

Los condujo hasta la habitación, con sus respiraciones entrecortadas haciéndose eco en la casa. Cayeron en la cama como dos amantes enamorados, y no tardó en recorrer su cuerpo con una secuencia de besos y caricias. Le excitaba todo en ella, desde sus labios rosados hasta el hundimiento de su ombligo. Siguió bajando, marcando el camino con nuevas succiones y lamiendo con sutileza. Y al llegar allí donde pretendía prender fuego, fue detenido por las manos traviesas de su acompañante.

—Ahora me toca a mí —le murmuró rozando su oreja con ese tono que le llevaba a encenderse en apenas un instante.

Dejó que Melissa se subiera a él a horcajadas y dictara el ritmo de sus gemidos. Acariciaba sus pechos y cuando sintió que estaban al borde de su destino la ayudó con los movimientos de cadera. Al acabar, la muchacha de cabellos dorados se apartó de él para coger un cigarro. Le ofreció otro a él, que lo rechazó y se levantó para ir al baño.

Melissa era el tipo de chica por la que cualquier persona a la que le gustasen las mujeres se hubiera enamorado. Era bonita, tenía su propio negocio y además tenía un cuerpo espectacular y un apetito insaciable. Le gustaba, claro estaba, como a cualquiera en su sano juicio le habría gustado. Pero allí acababa la cosa. No tenía ninguna intención de quererla, y lo único que despertaba en él era lascivia y un leve toque de cariño.

Su última novia, Alessa, había arrasado con sus ganas de querer a alguien. No es que ella hubiera sido el amor de su vida, pero sí la había querido y había llegado a pensar que lo suyo podía tener algo más de futuro.

Se vistió y cogió la bolsa del entrenamiento. Cuando regresó a la habitación Melissa ya estaba vestida y le miraba con cara de pocos amigos.

—He supuesto bien al pensar que hoy no te quedarías un rato más.

Luke contestó con un asentimiento de cabeza.

—Chica lista, como siempre, te has adelantado a mis movimientos.

Se acercó a ella como un depredador vería a una gacela, y le plantó un cautivador beso en los labios. Aquello, sin duda, acallaría sus quejas al menos hasta que él saliera por la puerta, que era todo y cuanto le importaba.

La rubia sonrió, colorada. O acalorada, como él quiso pensar.

—Me tengo que ir Melissa. Si no lo hago llegaré tarde.

Se dio la vuelta, a sabiendas de que dejaba allí plantada a una chica con ganas de más. Abrió la puerta y dio paso al gélido viento de la calle, que lo acompañó todo el trayecto hasta el coche.







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La historia que nunca ocurrióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora