33. Luke

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Se había estado repitiendo que no pasaba nada, que su mente le estaba jugando una mala pasada con aquellas facciones con las que se había empeñado en hacerle fantasear. Pero la única verdad, al fin y al cabo, era que desde hacía dos noches intentar dormir era un infierno, hasta tal punto que se pasaba el día dando cabezazos. Y el motivo de su insomnio tenía nombre y apellido.

El jueves al llegar a casa Harrison lo esperaba en la puerta. Luke estaba cansado del trabajo, ese día había salido más tarde porque Hank y Mary estaban de vacaciones en las Bahamas y la carga de faena se había triplicado en la empresa. Miró a su amigo con cansancio, aguantando las ganas que se le antojaban de decirle que aquel no era un buen momento y que mejor se fuera por donde había venido. En cambio, subió los escalones que lo separaban del chico de cabello multicolor y sacó la llave para abrir la puerta principal de la vivienda. 

Sabía que por mucho que le hubiera gustado despachar a Harrison, su amistad estaba por encima de cualquier malhumor pasajero, y que si su amigo había ido a buscarlo a las tres del mediodía en lugar de estar haciendo la siesta, era que algo gordo había pasado. Ris, por lo general, era una persona de secretos, de esas que se lo guardan todo y solo cuentan las cosas cuando están a punto de explotar. A Luke le gustaba bromear diciéndole que se hacía el misterioso solo para captar la atención femenina, aunque ambos supieran bien que aquello poco tenía que ver. 

Subieron al altillo después de saludar a Julie y de pasar por la cocina a llenar los platos con el asado que ésta había preparado. Estaban hambrientos y comieron casi en silencio, hablando muy pocas veces para compartir banalidades de lo que había sido su día hasta el momento. Cuando acabaron, se tumbaron cada uno a un lado del sofá. Suspiraron al unísono, y fue Harrison quien muy a su pesar, dio comienzo a la conversación que había intentado evitar. 


—Cuando conocí a Ángela el verano pasado, pensaba que sería una simple compañera más de trabajo, ¿sabes? —los ojos grises del castaño se desviaron hacia el suelo, pero no dijo nada, dando permiso al de sonrisa triste para continuar —. Por una vez no quería ser yo a quien le rompieran el corazón, así que nunca le dije lo que sentía. Y ahora me arrepiento tanto... Por necio puede ser que ella nunca llegue a saberlo. 


El dolor era claro en sus palabras, tan hondo que no supo qué contestar. Él no había pasado por nada parecido, pero podía llegar a comprender el daño emocional que su amigo estaba experimentando, y al tratarse de algo tan complejo, sintió que se había quedado sin habla. Hizo un esfuerzo sobrehumano por encontrar alguna frase que sonara aceptable, y contestó.


—Ella sí lo sabe, Ris. Tú mismo me dijiste que los dos sentíais cosas.


—Suponer no es saber —negó cruzándose de brazos. Se apartó un mechón púrpura que cubría su ojo derecho y reclinó la cabeza sobre el posa brazos del sofá. 


Quiso decirle que al final todo iría bien, que la joven despertaría más pronto que tarde y que podrían casarse y tener muchos bebés, tal como pasaba en las películas. Pero hubiera sido una farsa, y sabía que darle esperanzas en balde a alguien era un error que, aunque la gente solía cometer, iba totalmente desencaminado. Así como un enfermero no le diría a un enfermo terminal que iba a vivir, él no podía decirle a Harrison que la chica de la tienda de electrodomésticos estaría como una rosa al día siguiente. Como su madre solía decirle, una falsa ilusión podía resultar más demoledora que la más terrible de las verdades. 

Estuvieron hablando detalladamente hasta que el cielo se empezó a teñir de negro. Al parecer, la tal Ángela era mucho más importante para el menor de los Toresano de lo que Luke habría podido imaginar. Después de que su amigo descargara toda la pena y rabia que lo habían estado engullendo, se despidieron y el castaño practicó hasta la hora de cenar con el saco de boxeo. No obstante, por mucho que intentaba centrarse en la competición que tendría en dos días —y en la que puede que tuviera que enfrentarse al creído de Helsyville— sus pensamientos divagaban tanto de un lado a otro que le era imposible atestar los puñetazos de manera precisa. Acabó profanando frente al saco con cada golpe que daba, y se llevó el malhumor con él a la cena, durante la cual una muy curiosa Brenda lo estuvo observado clandestinamente. 

La historia que nunca ocurrióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora