18. Luke

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Luke decidió que lo mejor para subir los ánimos de su amigo era salir con varios colegas a tomar algo. Ciertamente, no sabía si aquello era realmente lo mejor, pero era lo que él acostumbraba a hacer, así que como no contemplaba más opciones razonables hizo un par de llamadas y arrastró a Harrison hasta el bar de Joe. Sugirió a su acompañante que bebiera para ahogar sus penas. Él, por su parte, no iba a beber ni una sola gota. Al día siguiente tenía competición y lo último que quería era mandar tanto tiempo de trabajo y esfuerzo por la desembocadura. 

Hacía algo de frío, pero como estaba habituado a aquella humedad y a que las orejas se le congelaran, la chaqueta de mezclilla le fue suficiente. A su lado, Harrison parecía un esquimal: levaba gorro y su nariz era comparable a la del reno Rudolf. Cuando entraron al calor del bar, se quitaron las chaquetas y, con un breve saludo de cabeza a Joe, caminaron hasta el rincón en que se encontraba el resto del grupo. Jorge, Peter, Mike y Enzo, el francés, los saludaron con una enorme sonrisa y unas cuantas palmadas en la espalda. 

Se pusieron al día. Hablaron de trabajo, estudios, novias, novios y Enzo explicó un poco sobre su nuevo drama familiar. El pobre siempre tenía broncas con sus hermanas mayores, y cuando no era por ellas, era su padre el que se encargaba de romper la poca paz que había en esa casa. Afortunadamente, Enzo solo estaba en casa los fines de semana, ya que estudiaba arquitectura en la universidad situada en la costa del país. A veces, si encontraba alguna buena excusa, conseguía no bajar a casa hasta pasadas dos semanas o diez días. Todos asintieron en apoyo cuando terminó de contar la última pelea que tuvo, y uno a uno fueron explicando lo más relevante de la semana. Cuando llegó el turno de Harrison este omitió la parte en la que la chica de la tienda, como todos la conocían, acabó ingresada en el hospital. Tampoco dijo nada de sus arreglos con aquel perfume floral que lo había hechizado desde el momento en que la conoció, ni mencionó sus visitas a aquella habitación en la que se colaba para dejar los frascos perfumados que él mismo elaboraba. Simplemente dijo que su semana había sido aburrida, y exactamente igual a cada uno de los días de su vida desde que había abandonado la carrera. 

Luke tampoco dijo mucho. Se limitó a hablar con desprecio de su último trabajo en el hospital de Geollen, y a relatar con detalle cómo había encontrado ratas en estado de putrefacción al levantar la tapa de la cisterna principal. Los ceños fruncidos y las muecas de desagrado no tardaron en aparecer en los rostros de sus compañeros, y él sonrió, satisfecho con las reacciones que había provocado. 

Estaba siendo una velada de lo más entrañable. Tranquila, con todos allí reunidos como en los viejos tiempos. No siempre podían coincidir, y cuando las responsabilidades y los estudios se lo permitían volvían a ser el grupo del mismo modo en que siempre lo habían sido. Fue Peter el que rompió la magia del momento —o así fue como lo vio Luke— al pronunciar las palabras que precedieron a su señalar de dedo hacia la barra. 

—¿Habéis visto a esa loca? 

Los seis chicos levantaron la cabeza y se giraron siguiendo la trayectoria del dedo. Algunos rieron, otros le restaron importancia a la situación y Enzo ni siquiera miró dos veces, demasiado sumido en el juego del móvil al que estaba viciado.  Luke no habló. Se quedó mirando a la chica del top rojo sin poder creerlo. Después de todo,  resultaba que sí era Vivian la muchacha que había visto en el hospital. 

Volvió la cabeza hacia sus amigos intentando esconder el impacto que, por algún motivo que desconocía, le conllevó descubrir aquello. Dio un trago largo a su vaso de Nestea y esperó con paciencia a que la conversación cambiara de rumbo. Peter y Mike dijeron algo de que era una zumbada. Luego Jorge añadió que estaba buena y que tal vez no sería mala idea acompañarla mientras se hacía dueña de la barra, a lo que los otros asintieron. Harrison ignoraba aquellos comentarios desviando su atención a la pantalla. Y Luke empezó a sentirse molesto. Le entraron ganas de decirles a sus amigos que mantuvieran el pico cerrado, pero se asustó ante tal pensamiento y se reprochó en silencio deseando poder auto castigarse por pensar algo así. Aquella chica no le importaba en lo más mínimo, ¿así que por qué deberían importarle cuatro palabras tontas de sus amigos? Para su alivio, la chica de la barra dejó de ser el eje principal de la conversación en cuanto Harrison dijo algo relacionado con unas motos y un nuevo récord. Pero Luke ya no prestó atención a lo que decían. 

Le estaba pasando algo, y no sabía qué era. Sus ojos se desviaban cada pocos segundos hacia el otro extremo del bar, buscando encontrarse con aquella mirada cuyo recuerdo había enterrado en lo más hondo de su memoria. La observó reír y beber con ímpetu. A ratos, mientras hacía como que escuchaba cualquiera de las ocurrencias de Enzo, se preguntaba qué le diría al hombre que tenía al lado. O a Joe. Se la veía animada, contenta, enseñando los dientes en todo momento. Y por un instante le apeteció levantarse e ir hacia ella, preguntarle qué tal le iba todo. Pero en lugar de eso, permaneció sentado en la silla de metal. ¿Es que acaso el sentido común lo quería abandonar?

Contempló los vasos vacíos que se desplegaban delante de ella. Torció el gesto cuando la vio engullir otro trago de tequila, pero siguió observando la escena. Los labios de la chica se apretaron conteniendo una mueca, y él no pudo mas que fijarse en ellos. Dio un trago a su bebida dulzona y continuó con el escrutinio al que secretamente la estaba sometiendo. Su pelo se ondulaba de manera que parecía una cascada, y le enmarcaba la nariz algo puntiaguda de la que ella solía quejarse cuando se conocieron. El color rojo de la camiseta contrastaba con sus ojos y cabello bañados de chocolate, y hacía resaltar la claridad de su piel. La vio reír una vez más, y salió de allí con el móvil en mano, excusándose con que tenía que hacer una llamada.

Y era cierto, llamaría a Melissa. Le apetecía escuchar su voz y olvidar que por un momento estuvo a punto de perder la sensatez. Había tenido un ataque de curiosidad, se dijo a sí mismo. Curiosidad por saber de alguien a quien había llegado a conocer en un pasado, eso era todo. 

Marcó el número y esperó apoyado en la pared. El frío de ahora era peor que el que hacía cuando había llegado con Harrison, y se arrepintió de no haber llevado con él algo más abrigado. Al tercer tono, Melissa contestó. 

—¿Si? —preguntó desde el otro lado de la línea. Su voz sonaba recelosa, como si aquella llamada la sorprendiera hasta el punto de pensar que no podía ser real. A Luke le dieron ganas de reír. 

—Hola Melissa, soy yo, Luke. Verás, sé que no te lo había dicho, pero bueno, es que entre unas cosas y otras se me había olvidado comentártelo —mentira—. Mañana tengo una competición de boxeo, y si quieres y no estás muy ocupada puedes venir a verme. Luego podemos ir a mi casa o cualquier cosa. 

Aquellas palabras no solo tomaron por desprevenida a Melissa, que por unos segundos no supo qué decir, sino que el propio castaño estaba extrañado con su comportamiento. Había sido un arrebato impulsado por un no sé qué al que no supo poner nombre. Era como si de pronto tuviera la necesidad de estar con Melissa, o con cualquier otra chica que se encontrara mínimo a un kilómetro de distancia de allí. No estaba seguro de qué locuras se le habían pasado por la cabeza estando adentro del bar, pero sabía que no quería repetirlo y por eso tenía que alejarse de allí a toda costa.

Por ironías de la vida, cuando volvió a entrar a la calidez del suelo de madera, el bar completo se había vuelto loco. Un hombre calvo tenía a Banksy enrollado en la cabeza y el señor Gilmore, al que él recordaba tetrapléjico desde que tenía uso de la razón, estaba de pie atizando a otro hombre con un jarrón en la cabeza. Dirigió la mirada hacia la barra, de manera odiosamente instintiva, y vio que Vivian seguía allí sonriendo como si nada. Cruzó el local esquivando puñetazos en el aire y llevándose sin remedio algún que otro empujón, y cuando llegó donde estaban sus amigos estos se estaban desternillando sobre la mesa. Continuaron sentados un rato, mientras observaban todo el percal sin intención de perderse ni un detalle, y por supuesto, sin hacer amago alguno por intervenir. Los gritos fueron en aumento y Luke posó sus ojos de nuevo en la chica que, sin quererlo, no dejaba de acaparar su atención. 

Entonces las imágenes se sucedieron como si se tratara de un vídeo a cámara lenta. Primero, el destello de miedo en aquellos ojos. Después la silueta rechoncha del dueño del bar dirigiéndose hacia ella a una velocidad que, de no haberlo visto, Luke hubiera pensado que aquello era imposible tratándose de Joe. Se levantó del asiento al tiempo que Vivian lo hacía. La vio tambalearse y él apretó el paso. Joe seguía caminando hacia ella sin darse cuenta de lo que el chico ya se había percatado para cuando Vivian dio un segundo paso; de un momento a otro la muchacha se derrumbaría. Apartó una silla de su camino y llegó junto a ella justo cuando daba el último paso antes de perder la consciencia.





La historia que nunca ocurrióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora