7. Vivian

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En el aeropuerto de Mingham se respiraba una tranquilidad que a ojos ajenos parecía incorruptible. La gente, en masas, se desplazaba de un pasillo a otro con sus maletas, exponiendo como en un gran desfile sus ilusiones y esperanzas. Los gestos relajados, las sonrisas sinceras, los reencuentros con abrazos y lágrimas. Todo encajaba con una sincronía y calma únicos.

La joven de ojos oscuros se sentó en la cafetería para hacer tiempo. Su padre vendría a recogerla, pues Mingham se encontraba a media hora de Geollen. Lucía abatida. Su mirada era triste, cansada. Parecía que en su interior albergara el alma de alguien mucho más vieja, con aquellas ojeras pronunciadas y aquel gesto de resignación propio de alguien que, pese a no esperar nada de la vida, seguía arrastrando pena tras pena y aguantando el golpe de cada nueva decepción. Dejó descansar la barbilla sobre la palma de la mano, y cerró los ojos casi de forma automática. Si alguien le hubiera ofrecido una cama en ese momento, hubiese aceptado de muy buen grado. Viajar en avión siempre le dejaba el cuello destrozado, y si además le añadía la ansiedad que llevaba horas experimentando, no era difícil concluir que se sentía hecha un asco. Abrió los ojos justo a tiempo para ver por el rabillo del ojo el fantasma de unos cabellos blondos. "Vale" se dijo, "es tu imaginación, estás delirando, es normal. El psicópata de Mateo no te ha seguido hasta casa".

Sintió alivio cuando una voz conocida sonó a su lado. Se giró para ver a su padre, aquel señor en sus cincuenta que iba a visitarla siempre que el trabajo se lo permitía.

—Papá —dijo con la voz entrecortada. Alejandro Gómez la envolvió en un cálido abrazo, a través del cual Vivian pudo notar el temor y preocupación en su organismo.

—Cariño, me alegro tanto tanto de que estés aquí —contestó haciendo énfasis del "tanto"—. Aunque lamento mucho de que sea en estas circunstancias. No... No sabemos cómo pasó, cariño. Nos llamó una vecina y más tarde nos confirmaron desde el hospital -la voz se le rompió a mitad de la frase y Vivian se acercó a él de nuevo para abrazarlo.

—Está bien, papá. Tú y mamá no tenéis culpa de nada, Ángela es fuerte y saldrá adelante.

—Lo sé, sé que lo hará —respondió limpiándose una lágrima que le caía por el lagrimal—. Siento mucho recibirte así, angelito. No lo he podido evitar.

A Vivian le rompía el corazón ver a su padre así. No soportaba verlo disculpándose por estar triste, ni viéndolo tan roto. Salieron del aeropuerto haciendo comentarios inocuos sobre el clima y los últimos festejos del pueblo. Condujeron hasta la casa familiar con la radio encendida y sin hablar demasiado, intercambiando alguna que otra frase muy de vez en cuando. Durante todo el recorrido la muchacha estuvo absorta en sus pensamientos, casi como viviendo en otra realidad. Y es que a pesar de estar tremendamente preocupada por su hermana, no pudo evitar que al estar allí, viendo las calles y parques de Geollen, se le viniera a la cabeza aquel chico que había prometido olvidar. Rio, irónica, en su cabeza. Parecía que el universo estuviese conspirando en su contra. Se había propuesto pasar página y olvidarse de él dos días atrás. Y ahora se encontraba justo allí, en el punto de inicio, en el lugar que durante dos años había conseguido esquivar con tal de no encontrarse con los ojos que tan bien parecían conocerla.

Suspiró, fatigada. Estaba allí por Ángela, su hermana mayor. Todo el asunto de Luke ya era agua pasada y además no iba a encontrarse con él. Estaría solo un par de días o, a lo sumo, unas semanas. Unas semanas en las que toda su atención iría directa a Ángela, no a recorrerse las calles ni a conjurar recuerdos viejos. La vieja Vivian que vivía aferrada a un chico al que nunca le importó, había quedado en el pasado. Se lo había prometido, y así pensaba cumplirlo.

Se apeó del coche con su padre siguiéndola con la maleta. Su madre los esperaba en el porche, con una sonrisa un tanto incómoda.

—Vi, mi niña, qué alegría verte —se unieron en un abrazo largo. Sarah le pasó la mano por el cabello y le dio un beso en la frente—. Lamento no recibirte con la alegría que debería, es solo que... —los ojos se le empañaron de lágrimas y Vivian no pudo evitar reaccionar igual.

—Lo sé mamá, tranquila. Estoy aquí por eso. Quiero ayudaros en todo lo que pueda y estar cerca de Ángela.

Sarah asintió con el semblante apenado. Amaba a sus hijas, y le producía un inmenso dolor ver a una de ellas intubada y a la otra teniendo que regresar a casa por un tema de tan profunda tristeza. Se lo habían pensado mucho, ella y Alejandro, antes de llamar a Vivian. Al principio tenían pensado no decirle nada, pero con las horas que transcurrieron tras el accidente y a medida de que la gente del pueblo se fue enterando, concluyeron que lo mejor era contarle. Era el único modo de evitar que se enterase por alguien ajeno a la familia, o peor aún, por las noticias.

Cuando Vivian entró en la casa sintió la nostalgia inundándole el pecho, que no hizo más que aumentar cuando fue a instalarse en su habitación. Todo seguía exactamente igual que cuando estuvo allí por última vez. Casi parecía que sus padres lo hubiesen preservado como un altar fúnebre. Los cojines, la colcha, las fotos, la guitarra que se compró y nunca aprendió a tocar... Todo seguía en su mismo sitio. Su madre la miró algo avergonzada desde la puerta.

—Una, que no quiere aceptar que su niñita se fue de casa. Cielo, es que nadie pensaba que estarías tanto tiempo fuera.

Esta vez fue el turno de Vivian para avergonzarse. Ahora que ya estaba allí, de vuelta en Geollen, le empezaba a parecer una bobada no haber pisado aquella casa durante tanto tiempo con el solo objetivo de evitar a alguien. Aunque tampoco podía otorgarle plenamente la razón a su yo actual, pues era consciente que cuando tomó aquella decisión tenía el corazón hecho añicos. Fuera como fuese, lo había hecho mal, lo sabía. No había sabido manejar la situación como una persona adulta y había decidido huir centrándose en la sola existencia de una persona.

—Lo siento, mamá. Eso ya acabó, de ahora en adelante te juro que vendré a casa más seguido.

Sarah no supo si creerla, pero aquello era mejor que la negativa que había estado recibiendo durante años. Le dedicó una sonrisa esperanzada y cerró la puerta tras ella, dejando a Vivian sola con sus pensamientos.

Sola en su habitación, hurgó en los cajones, repasó con el dedo índice su viejo ordenador de mesa, contempló las fotos con sus antiguos amigos, a quienes había perdido la pista tras pasar tanto tiempo sin verlos. Había sido una mala amiga, y muy posiblemente una mala hija. Ahora podía verlo. Se había distanciado de todos sin previo aviso. Un día dejó de contestar a las llamadas de sus amigos. Y así, poco a poco, había ido cortando cualquier lazo que la uniera con el pueblo que la había visto crecer. La universidad era solo una excusa, la punta del iceberg del verdadero motivo de su huida. Había dolido, recordaba. Sus amigos al principio no la comprendían. Creyeron que los odiaba, que los estaba sustituyendo por nueva gente allá en la gran ciudad. Y Vivian les dejó que pensaran aquellas cosas horribles. Porque total, si no iba a volver, ¿qué bien les hacía? En ese momento, sintió un repentino punzante dolor en la boca del estómago. Era su consciencia amenazando con sacar la artillería pesada: la culpa y la cobardía. Se forzó a dejar aquellos pensamientos a un lado. El daño ya estaba hecho y eso ya no importaba. Hezzel, Harry, Lucas, Adara... todos ellos ya no importaban, era probable que ni siquiera pensaran en ella una vez al mes. Y se lo merecía.

Caminó hasta la estantería, hasta los libros. La pieza clave de su dormitorio. Su refugio. Pasó el dedo por los lomos con cuidado, barajando en su cabeza la posibilidad que tenía de arañar alguno sin querer. Y se detuvo en la tapa rojiza que sobresalía en una de las esquinas. Tragó saliva con dificultad. Era su diario. El mismo que la había acompañado prácticamente cada noche de su adolescencia. En él había dejado constancia de todos sus miedos, dudas, ilusiones, peleas, engaños... En él confirmaba que todo lo que pasaba con Luke no era fruto de su imaginación. Apartó la mano como si de pronto se estuviese quemando. Aquel cuaderno que tanto alivio le había proporcionado, de pronto se le asemejaba a un arma de gran calibre. Pero no era solo el diario, sino la habitación entera. Había tardado, pero al fin los recuerdos y el sentimiento de culpabilidad la habían encontrado.

Desempacó las cosas para distraer la mente, y una vez hubo finalizado, bajó a preguntar a sus padres a qué hora irían a ver a Ángela. Ángela, el verdadero motivo de su regreso. El porqué de su presencia en Geollen. No sus viejos amigos, no aquel chico que conoció en el instituto, sino Ángela.

La historia que nunca ocurrióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora