31. Luke

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—¡Baldimore! 

El labrador apareció dando trotes como si nada, con la pelota que había salido a buscar hacía cerca de veinte minutos llena de babas. Luke se agachó junto a él, reprochándole por no haber contestado a sus llamadas hasta la que debía ser la número ciento y pico, y pasó las manos por su pelaje hasta que logró tranquilizarse. Seguía con el corazón latiéndole a doscientos. Había llegado a pensar que no volvería a ver a su perro, o que para cuando lo encontrara, sería al lado de una cuneta, sin vida. 


—No vuelvas a hacerme esto, Baldi. Nunca, nunca en toda tu existencia —le advirtió volviéndole a poner la correa. Si algo le llegaba a pasar al animal alguna vez, él no volvería a ser el mismo.


Amaba los animales con todo su ser, y ese era el motivo principal por el que quería estudiar veterinaria, para ayudarlos y poder conceder una segunda oportunidad a unos seres tan libres de culpa y malas intenciones. Siempre había pensado que alguien que deseaba el mal a los animales era alguien que no merecía ser considerado persona. Porque, ¿Qué tipo de maldad había que tener para querer herir a alguien totalmente inocente? Desde su punto de vista, era equiparable a querer hacer daño a un niño. 

Julie lo esperaba en el comedor con los brazos cruzados y una expresión de lamento sincera. 


—Madre mía, menos mal que lo has encontrado. No me lo hubiera perdonado en la vida, ya sabes que no ha sido a propósito. Juro que no le volveré a tirar la pelota nunca más.


Luke se echó en el sofá con las venas del cuello aún marcadas. Estaba hecho un mar de sudor por la carrera que se acababa de pegar, y Julie tuvo que contener las ganas de regañarlo, pues aquello no habría sido justo, así como él sabía que tampoco era justo enfadarse con su madre por el incidente. Julie tan solo estaba jugando a lanzarle la pelota, que ésta se hubiera extraviado no había sido provocado a consciencia. 


 —No pasa nada, mamá. Ya está en casa, eso es lo que cuenta. 


—Ay, de verdad, no llevo ni un día de baja y ya estoy causando estropicios. Si es que lo digo siempre, que lo mío es el hospital. 


—Sí, menos mal que allí no la lías, porque sino... —habló Luke divertido, esperando un reproche por parte de su madre que no tardó en llegar—. Lo sé, lo sé, era broma, tenía que decirlo, mamá. Tranquila, antes de que te des cuenta te habrán quitado la escayola y podrás volver a tu dulce hogar. 


El castaño se había preocupado al recibir una llamada del hospital esa mañana. Hacía una semana exacta desde que había tenido que ir allí a encargarse de toda la mierda de las calderas, así que al ver la llamada había pensado que se trataba de algo relacionado con el trabajo que había hecho. Pero nada más lejos de la realidad, se trataba de Julie, de su pierna y de un descuido al ir corriendo por el pasillo para atender a lo que llamaban código azul, o lo que es lo mismo, un paro cardíaco-respiratorio. 


—Este es mi hogar, Lukey. Que yo sea un desastre no significa que no me guste pasar tiempo aquí, contigo y con tus hermanos —puntualizó con mirada severa. Después suavizó el rostro, mostrando al chico una sonrisa algo maliciosa que tan similar era a la de él—. Además, a Brenda y a Tomeo no les vendrá mal algo de mano firme, ahora que estoy por aquí. Si llega a ser por ti, esos dos se pasan día sí y día también de fiesta. 

La historia que nunca ocurrióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora