𝐂𝐇𝐈𝐂𝐀𝐆𝐎 | Michael Jackson

19• 𝐂𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐜𝐚𝐞 𝐥𝐚 𝐧𝐨𝐜𝐡𝐞

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—Espera... ¡No!— grité y salí corriendo mientras reía por toda la cocina, a mi lado corría Axel pues detrás de nosotros Michael y Santi nos perseguían con las manos llenas de harina para atacarnos en una pelea.

Tomé el tazón de la mezcla que preparábamos y se la aventé a Michael ensuciando toda su ropa.

—¡Esto lo lavé yo mismo!— exclamó en una carcajada. Axel le embarró a su hermano mantequilla derretida y Santi por accidente tiró sobre la mesa el cartón de leche que estaba abierto, este se derramó en la superficie y oficialmente la cocina está hecha un desorden.

Hoy era un nuevo día, y los cuatro intentamos hacer galletas, una linda actividad inocente que terminó en una pelea amistosa con los ingredientes volando en todas partes y nuestras ropas repletas de harina y demás.

—Michael me tiró polvo para hornear en los ojos— Santi reclamó con diversión restregando sus ojitos con el dorso de su mano limpia.

—Lo siento, amigo, eso no hubiera pasado si mami no se hubiera quitado en ese momento, porque el polvo de hornear era para ella— el rizado me lanzó una mirada de complicidad y yo le fulminé con una sonrisa.

—Me las vas a pagar algún día— le señalé y Axel sacudió su ropa.

—¿Creen que el tío Joe nos regañe?— preguntó mi bebé con preocupación.

—He, no, no— Michael se acercó agachándose a la altura de Axel para calmarle— Joe no nos dirá nada si no se entera— con su mano despeina el cabello de mi pequeño y este ríe contento— ¿Qué tal si vamos a darnos una ducha mientras llamo a alguien que limpie todo este desastre?— Michael sugiere mirándonos a todos.

—Quizás podríamos después salir un rato a pasear por la ciudad— intervine, en serio quiero conocer más a fondo Culiacán.

El rizado hizo una mueca— Es que...

—¡Si!, ¡Vamos, Santi!— Axel tomó del brazo a su hermano y juntos salieron de la cocina directo al pasillo para ir a bañarse supongo.

Michael se puso de pie observándome.

—¿Pasa algo?— cuestioné con intriga.

—No quería decírtelo así solamente— responde suspirando— Sabes, la ciudad es peligrosa, hasta cierto punto, y no creo conveniente que salgamos con los niños a explorar, quiero protegerlos.

Fruncí levemente el ceño y caminé hasta él enrollando mis brazos en su cintura.

—¿Peligrosa?, ¿qué tan peligrosa puede ser esta ciudad tan linda?— con inocencia dije.

Michael besó mi frente.

—Es una ciudad linda, no lo negaré, pero de este lado del país la inseguridad es muy alta, hay tantas bandas de narcotráficantes rondando en busca de peleas o para secuestrar a alguien por las noches, así que prefiero no arriésgalos a ustedes.

—Pero es de día, no creo que nos pase algo— alcé mis hombros— Los niños quieren salir.

—Aún así, te prometí que este viaje sería completamente seguro para tus hijos, y no hay lugar más seguro que estar adentro de esta casa, ¿entendido?— sujeta mi rostro entre sus manos y con sus pulgares acaricia mis sienes.

Asentí rodando los ojos— Está bien.

—¿Está bien... qué?— alzó ambas cejas.

Sonreí traviesa y acerqué mi boca a su oído.