Día 2

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Los delgados y alargados dedos de Ryer galopaban sobre la mesa con tranquilidad

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Los delgados y alargados dedos de Ryer galopaban sobre la mesa con tranquilidad. Era una bonita tarde que creyó no abordar. Sus compromisos lo habían absorbido durante toda la mañana y no quería que lo hicieran durante la tarde. Debía hacer algo más importante, algo mas divertido, algo que tenia que ver con una joven de cabellos azabaches y nombre anglosajón. Pidió un frapuchino queriendo probar algo nuevo. No era de probar cosas nuevas, más bien gustaba de la rutina, pero aquel día necesitaba probar algo nuevo.

Sophie había llegado hacia media hora, pero no se había acercado a él. Oculta en un auto negro veía como el hombre paseaba su vista por el lugar, no como un vigilante, mas bien como alguien paciente. Ella no iba tarde, aun restaban diez minutos para que fueran las cuatro y el había llegado quince minutos antes de que ella llegara al lugar. Su deseos pudieron mas. Ninguno de los dos podía esperar más. Sin embargo, Sophie aguardó en el auto viéndolo. Observó cuando se sirvió de su frapuchino, no gustaba del café frío y, aparentemente, él tampoco. No entendía por qué pedirlo si no lo consumiría, pero tampoco lo juzgaría, ella solo sonrió.

Cuando su reloj marcó las cuatro exacto, Sophie bajó del auto y caminó hacia él. Kev había decidido que era un bonito día como para ocultarse dentro del local, así que disfrutaba de las horas en las mesas fuera del lugar. Supo cuando la joven llegó y cuando la calidez lo volvió a cubrir. Ella se quedó parada frente a él con las manos dentro de su cazadora y las comisuras de sus labios extendida hacia arriba.

—Espero que no hayas esperado mucho —esbozó ella.
—No, acabo de llegar...—murmuró. Entonces ambos lo supieron. Se habían mentido y se habían perdonado porque no valía la pena discutir por ello. Sophie se sentó frente a él notando una novedad. La barba había descendido un poco.

Sophie y Kev habían descubierto la bonita vista que se mostraba cuando la tarde caía. Los colores anaranjados y la proximidad de la noche. Kev descubrió el mundo de donde venia Sophie, uno donde debes ser altivo, desconfiado pero jamás debes perder los sueños, porque si los pierdes se pierde tu alma. Sophie le habló sin redundar de sus metas proximas, de lo que deseaba ver y entonces, le habló de lo poco que conocía la ciudad.

Kev se mostró curioso de ello, pues en algún momento pasó por lo mismo. Descubrió aquel coloso de edificios a través del metro, de las caminatas, de los días grises y los días soleados. Debería en algún momento mostrarle tal ciudad.

—Quizá un tour —asomó. Ella ladeó la cabeza sopesandolo, pero no tenia que hacer mucho. Le agradaba la idea.
—No sería una mala idea —musitó—. Hay mucho que ver y nada a la vez —esbozó.

El muffin, la razón de aquella cita se presentaba en el medio de la mesa. Uno solo, para dos personas, uno que pertenecía a Kev, el hombre lo tomó y acercó a ella. Él ya los había probado, por lo que creyó conveniente entregárselo.

—¿Para mí? —Él asintió sonriendo.
—Lo considero lo más apropiado.
—Es una lástima que deba comerlo —susurró—. Me gusta guardar las cosas que me regalan —Kev observó a la joven por breves instantes. Tomó el papel que cubría la parte inferior del muffin y acto seguido apuntó una frase. Se lo entregó al momento haciendo que Sophie sonriera.
—Muy oportuno.
—Consideralo un recuerdo —esbozó.

Las risas no se hicieron esperar. Kev vio en Sophie una chica especial, alguien con quien podía hablar de temas tan vagos como de algunos de naturaleza extraordinaria. Se imaginó descubriendo la solución al problema social en aquellos minutos que parecía pasaban más rápido de lo que debían. Quizá porque tal encuentro se acordó a una hora inadecuada, sin embargo poco importaba cuando había pasado dos horas de dicha y paz. La tranquilidad lo sobrecogía y el mundo se desvanecía. Era el recuadro idílico de cualquier enamorado, pero Kev no estaba enamorado o por lo menos no todavía. Encontraba a Sophie como un escape, tal como ella lo encontraba a él como la hora del día en que nada más tenía sentido, nada que no fueran ellos dos.

Claro, siempre había un paparazzi que les recordaba: no estaban solos. No obstante aquello cambiaba cuando volvían a sus mundos. Sus universos colisionados por una taza de café y un sin fin de temas de los cuales iban saltando uno tras otro.

El mismo vehículo se estacionó frente a ellos. El recuerdo para Sophie de que debía partir, esta vez la diferencia radicó en que lo mismo sucedía para Kev. El mánager de Sophie notó cuando una mujer de cabellos rubios bajaba de un auto y veía al par. Sophie aguardó con la mirada de Kev sobre ella. Él sabia que a su alrededor algo sucedía, pero no se quería perder los últimos instantes con el que finalizaba el día. Kev quería recordar cada expresión del mestizo rostro de Sophie. Y también, por qué no, saber la razón detrás de aquel nombre.

—Sophie —La llamó. Ella lo vio luego de notar la cercanía de su mánager con aquella otra mujer, verlos intercambiar miradas y posicionarse para verlos. Ambos tan roboticos, ambos tan ensimismados en recordar los deberes de Sophie y Kiev.
—¿Si? —inquirió.
—¿Como te llamas? —preguntó —. Digo, Sophie es un bonito nombre, pero no parece tan propio.
—¿Te has dado cuenta? —preguntó mas que asustada, alegre—. Me llamo como el sol —se río. Kev no lo entendía pero si era por ver aquella sonrisa no se molestaría—. Lo siento, es broma. 
—Puedes bromear tanto como quieras —esbozó convencido.
—Mariangel. Mi nombre es Mariangel —susurró—. Es la combinación de Maria y ángel.
—Es hermoso.
—Gracias —Kev contempló al par mudo en la distancia. No se hablaban entre ellos, no se miraban. Mas sus posturas rígidas hablaba de tensión.
—Creo que nuestro tiempo se agotó —comento señalandolos—. Sarah estará dispuesta a recordarme mis deberes.
—Ni que lo digas. Nicolás solo sabe hacer eso —dijo riendo—. Yo solo asiento —farfulló haciendo el gesto.

Sophie fue la primera en levantarse, guardó la envoltura del muffin en su bolsillo recordándole a Kev que aquel pedazo de papel estaría en su caja de recuerdos. Tal como el día anterior Sophie sintió la inmensidad de la despedida, pero también recordaba la emoción del encuentro. Quería volver a sentirla.

—Vendré a desayunar mañana —comentó—. Me ha gustado este lugar.
—Suelo desayunar aquí, tiene todo para hacer de este tu local favorito —esbozó.
—Entonces puedo decir "te veré mañana" —sonrió. Él asintió.

Ambos caminaron hasta los autos que los esperaban. Kev negaba con una leve sonrisa en sus labios producto de aquellos pensamientos ocultos entre sus miradas. Sophie era una chica risueña que se estaba convirtiendo en alguien cercano y, aunque temía, tampoco podía evitar querer conocerla un poco más.

—Qué agradable coincidencia —esbozó ella deteniéndose. Él la observó un tanto consternado, otro tanto inquisitivo, un poco mas emocionado.
—¿Como dices?
—Qué agradable coincidencia —repitió ella—. Ese será mi saludo —aclaró. Kev ensanchó los labios, respiró hondo y entrcerro los ojos. Los abrió al instante para ver la mirada dulce de Sophie y sus pasos ir hacia el vehículo gris que hacia una hora la esperaba.

Algunas veces Sophie deseaba tener algo más que un lugar y una hora. Pero entonces recordaba la emoción de la espera, angustiosa, exasperante, inquietante. Nada podía compararse con ella.

Un café por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora