Día 12

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Las sábanas parecían más cálidas cuando amanecían. El día parecía más cálido aunque Sophie aun desistía de abrir los ojos. A final de cuentas fue una buena decisión tener su desayuno a las nueve. Para el momento, eran las siete y sus deseos de levantar eran tan pocos como los de siquiera abrir los ojos. Escuchó un poco el ajetreo fuera de la habitación. Habían programado una firma en alguna librería y ella debía estar disponible pasado el medio día. Mientras tanto, la mañana era tomada para finiquitar detalles de los cuales Sophie se había olvidado con el pasar de los días.

Dos segundos. Contó con paciencia el instante perfecto para dejar el lugar. ¿Trabajo? ¿Personajes? Kev había olvidado lo que era trabajar un personaje y, con tan poco tiempo, también olvidaba la hora en que se había acordado ¿Qué huracán había pasado por su mente? Solo podía creer que tenía un rojo apellido más su personalidad era de un celeste tranquilo.

—¿Se encuentra bien, señor? —Preguntó Gus luego de ver al hombre bostezar por tecera vez consecutivamente.
—Sí, Gus. Gracias.
—Noté a la señorita Wreth un poco agitada.
—Si por poco agitada quieres decir eufórica, sí, lo estaba —exclama condescendiente—. He estado muy desconcentrado para su gusto.
—No es para menos, señor, y disculpeme si lo digo de esta manera —comentó el hombre abriendo la puerta del vehículo.
—¿Te parece eso? —preguntó Kev antes de entrar. Gus extendió una sonrisa que mostró sus dientes, asintió convencido haciendo que Ryer resoplara negando.

Sí, el sabía que era tan cierto como el hecho de que aquello se volvía una rutina como comer, trabajar o dormir. Ir a ese lugar era una de las rutinas que más disfrutaba.

Kev decidió tomar un espresso mientras esperaba y las palabras de de su manager se asomaban en su cabeza. Ese día estaba más insistente que nunca y, aunque deseaba dejarlas pasar, caía en cuenta en las razones tras sus inquietudes ¿Qué haría él cuando llegase el momento? ¿Qué diría ella?

La voz de Sophie relampagueó en su entorno. Ella dulce y como una luciérnaga, tenía un brillo que no había visto en días anteriores; uno más intenso.

—Espero que hayas dormido bien —comentó.
—Lo hice. Espero que tu también —respondió sonriente—. Me agradó hablar contigo ayer fue lindo.
—Para mi también lo fue, aunque Sophie, hablamos todos los días. —Ella carcajeó y él sonrió. Eso era ella, una sonrisa juvenil que se mostraba en su rostro y lo hacía querer dejar el mundo afuera.

¿Qué sería Kev sin esos días? El mismo hombre solitario que ella conoció días atrás. El mismo sujeto que se sentaba en una mesa y dejaba que sus pensamientos vagasen. Sophie reotmó la charla del día anterior y él no pudo hacer más que seguirla. Ella siempre tenía un tema; él solo podía responder.

—¡Genial! —exclamó ella—. Sabía que te harían caso.
—No lo imaginé, a decir verdad. Esperaba que creyeran que estoy loco y que debía salir adelante —susurró.
—¿Como si fueras a lanzarte?
—Si —respondió convencido.
—Algo muy triste ha debido pasarte si ellos lo creerían —murmuró apenada—. Quizás no sea tan buena idea.
—Lo es, Sophie. Gracias por esto —concluyó.

Un escalofrío recorrió la columna de Sophie. El deseo de abrazarlo, de susurrarle, se metió en su mente como un ladrón y se quedó ahí. Y, por si fuera poco, empezaba a rememorar las advertencias en el momento menos indicado. Era Kev su amigo, alguien a quien quería ¿Era algo más para ella? Y si lo era ¿Qué importaba?

—No tienes que agradecerme, yo soy quien debiera hacerlo. —expresó. Veré el mundo desde arriba sopesó alegre—. Gracias.

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