Día 17

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Una taza vacia a su lado era similar a la habitación que le envolvía. Sin sonidos, sin risas, sin personas. El ambiente perfecto para la escena perfecta transcribiéndose desde sus pensamientos hasta la libreta. Había encontrado en ese sentimiento la mágica forma de dar vida a un capítulo de una nueva obra, pero que al mismo tiempo dolía ¿Por qué? No tenía la mejor manera de explicarlo que decirse así misma: ella estaba viviendo lo que su protagonista.

Y era doloroso.

Cada palabra dolía, cada sensación le atravesaba, cada suspiro se movía por ella. lo vivía en carne propia, con su alma atravesando la punta de bolígrafo hasta que se detuvo porque las lágrimas nublaban su visión y porque las gotas empezaron a caer en el cuaderno. No podía seguir escribiendo. El sonido de la puerta la sacó de sus pensamientos y detrás de ella tan solo encontró a Nicolás.

El hombre aspiró la sensación de tristeza que emanaba la imagen de Sophie; triste, delicada, como una taza apunto de resquebrajarse. Se movió hacia ella rodeando con sus manos su rostro, dolido porque temía saber el porqué de su llanto.

—¿Sophie? —Entrecerró los ojos—. ¿No es por...?

—¡Oh, no! —esbozó tomando sus manos y mostrando una sonrisa que terminase por aclarar todo—. Por supuesto que no, es que yo... —paseó la mirada por la libreta y se encogió de hombros— Supongo que me adentré demasiado en este capítulo y no lo pude evitar —Nicolas miró la libreta resoplando. Se lanzó al mueble negando.

—Me has dado un susto de muerte —bufó apenado.

—Perdóname.

—Ya, da lo mismo. He debido imaginarlo, no es la primera vez.

—¡Asi es! —espetó riendo.

—Saldré un momento ¿quieres que te traiga algo? —Sophie miró la libreta y arrancó un pedazo de papel sobre el cual escribió una nota. Se la entregó a Nicolás quien sin ningun tipo de vergüenza lo leyó—. ¿Estás segura? —Ella asintió.

Kev se refregó los ojos por segunda vez en todo el día. Había tenido una sesión ardua que terminó a altas horas de la noche o quizá madrugada. No lo sabía, solo deseaba descansar, pero justo ese día debía trabajar y no le importaba hacerlo, en tal caso nadie podría negarse a que él hiciera lo que quisiera a excepción de su manager y su hermana. Miró las agujas del reloj, el lungo a su lado y la silla frente a él.

Se lo merecía, por supuesto que se lo merecía.

Notó la mano de una persona dejar un trozo de papel sobre la mesa y alzó la mirada. Xavier sonrió complice moviendo el pequeño pedazo hacia él. Cuando el chico se alejó lo tomó y leyó. Le sacó una sonrisa tonta como ella solía hacerle lucir. Optó por terminar su café para empezar su mañana de una vez.

Debía estar libre ese día.

Debía estar libre ese día

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Un café por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora