Día 26

499 64 2
                                    

Si alguien le hubiera dicho a Kev que, recibir un mensaje de la persona que más quería le haría sentirse tan nervioso como si fuese a salir por primera vez con una chica, no lo hubiera creído. De hecho, le diría que eso era poco probable. Ya no son niños. Lo cierto es que, aunque eso hubiera pensado, la realidad le demostraba que nada puede decirse hasta no haberlo experimentado. En toda la semana que había pasado, sería la primera vez que la vería luego de su confesión. Sería el momento crucial para explicarle lo que sentía, cómo se sentía y cómo quisiera seguir; sería momento para despejar dudas, para empezar o seguir o lo que fuera, siempre que ella estuviera ahí.

Sophie lo miró entrar al local con una sonrisa en su rostro distinta a las de siempre. Estaba nerviosa, asustada, dolida hasta cierto punto, triste de alguna manera. Ni sus ojos brillaban, ni su sonrisa la iluminaba. Entonces Kev supo que esa no sería una reunión casual, como las que solían tener.

Tomó asiento frente a ella luego de saludarle y la observó por largo rato en que sus pensamientos divagaban ¿sería tonto pensar en que no sabía cómo iniciar una conversación? No lo sabía. Miraba su rostro, sus ojos, sus cabellos, su respiración intranquila, sus dedos anudados entre sí.

—Ha pasado un tiempo —supo decir luego de unos segundos.

—¿Una semana es mucho tiempo? —preguntó apenada—. Eso me ha parecido.

—Lo es, sí, lo es para nosotros.

—Tuvimos motivos... —negó—. Quizás.

—No, Sophie, yo desaparecí y luego lo hiciste tú. —Ella lo miró curiosa, extrañada por tal aseveración y negó.

—Te escribí —refutó.

—Sí, te vi. —Él asintió. Se sentía un idiota por decirlo, por no haber sido valiente—. Te vi aquí, cuando me escribiste, estaba aquí. No pude seguirte, no pude moverme tan siquiera. Y luego decidí escribirte, pero nunca respondiste.

—Jamás recibí mensajes tuyos.

—Fueron decenas, Sophie —aseguró—. Quería verte. —Algo se rompió en él, de la misma manera en que se rompe las vasijas al caer al suelo—. Nunca recibí una respuesta.

—No recibí nada —negó ella, dolida porque le creía y porque era verdad, nunca recibió algo de él—. Hasta ayer —musitó.

Ambos callaron. Sophie miraba sus dedos sin poder verlo y él la miraba sin desear ver a otro lado. Estaba ahí por y para ella, poco le importaban los mensajes, las llamadas sin contestar, el momento que dejó pasar. Después de lo ocurrido, ambos estaban ahí y no iba a desaprovechar la oportunidad.

—Mariangel —murmuró. Ella lo miró inspirando hondo ante la mención de su nombre—, quiero lo mismo que tú.

—Kev... regresaré a casa.

Un café por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora