Día 8

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—Sophie, yo... Lo siento ¿Qué estoy haciendo? —Se reclamó el hombre ofuscado.

—Se disculpa, señor —comentó Gus desde el asiento del piloto. Hacía ya varías horas que habían salido de la residencia de Kev con destino a Knolles Coffee, aunque Ryer se preguntaba por qué—. Si me permite inmuscuirme, no importa cómo se lo diga, señor. Estoy seguro que ella aceptara sus disculpas.

—¿Tu crees? Gus, actué como un verdadero idiota ayer, no le dí explicación alguna y solo me retiré. Cualquier persona se sentiría enojada después de eso. Además —suspiró—, no creo que esté allí. Ni siquera sé porque te he pedido que me trajeras —alargó en un soplido.

—Porque en el fondo tiene la esperanza de que estará allí —respondió el conductor sonriendo—. Ella estará allí, señor, esperando por su llegada como lo ha estado esperando durante todos estos días.

Kev se reclinó en el asiento meditando las palabras de Gus, su amigo fiel, su consejero en más de una ocasión. Si alguien sabía mejor que nadie quién era Kev Ryer debían ir con aquel hombre de fuerte contextura y piel morena. Gus se había ganado la simpatía de Kev en más de una manera y, aprovechando tal hecho, puso todo de sí para arreglar la presencia de Sophie en el local.

Gus creía en sus palpitos y ellos en ese preciso momento le decían que Sophie Red estaría allí esperando pacientemente como la pequeña nota que había dejado con Xavier había pedido.

El hombre se estacionó frente al local sintiendo sus palpitos ahogarse. Nadie les dijo que el lugar estaría cerrado, mucho menos un jueves. Kev salió del auto observando las puertas cerradas para él junto con la frustración cerniéndose sobre sus hombros. Había huido de sus problemas y de la presencia de la joven el día anterior y ahora, justo delante de él, las puertas del lugar acordado se cerraban.

Sophie observaba el auto azul estacionarse esperando ansiosa por ver la silueta de Kev, sintió su corazón galopar como lo hacían los equinos sobre las praderas al caer la tarde. Una pizca de emoción la embargó de alegría. La nota había sido cierta y Kev, aquel hombre que empezaba a convertirse en algo preciado para ella, estaba allí.

—Ya lo viste, Sophie. Debemos irnos —murmuró Nicolas a su lado.

—Debo hablar con él —musitó la joven embriagada. Abrió la puerta del auto escuchando el llamado de Nicolas tan lejano en un horizonte al que ella no miraba. Cerró la puerta y aconrtó la distancia entre ella y él.

Sus ojos habían colisionado.

—Qué extraña coincidencia —rememoró Kev al verla.

—Lo extraño es saber que no estaremos mucho tiempo aquí. —Kev sonrió amplio. Reconociendo a sí mismo aquel sentimiento, el único que podía otorgarle Sophie Red. sacó de su bolsillo un papel doblado, rasgado de alguna hoja que ahora yacía sin un pedazo de él. lo entregó a la jovenrozando sus dedos con las manos de la chica.

—Parece que es necesario —comentó. Ella descubrió el contenido notando un numero telefónico.

—Solo en casos necesarios —atisbó observándolo. El asintió.

—Solo en casos necesarios —repitió—. Mañana, 7 p.m. —Sophie ladeó la cabeza con extrañeza. Eran los días junto a Knolles tan seguido que conocía sus horarios y, definitivamente, esa hora era momento de cerrar—. Recuerdo que habías aceptado comer conmigo. —Ella sonrió negando—. Viste como prefieras, no muy elegante, no queremos ser motivo de murmullos.

—Bien —aceptó sin dejar un segundo de sonreír—. ¿Algo más? —Kev negó. La simple satisfacción de saber que el día siguiente sería muy largo,pero sería recompensado en la hora y momento justo.

—Si puedes y quieres, prueba el maroccino con cioccolato bianco.


Un café por amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora