Día 15

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Desde arriba mirar hacia abajo le provocaba arcadas, pero se las aguantaba como nadie. En primera porque no era su intención marcar tal día con su estómago revuelto y en segunda porque sería bajar rápidamente, quitar la sonrisa sincera de los labios de Sophie y volver a la realidad que significa tocar los adoquines del edificio. No, no lo era, no había opción a bajar por lo que se dedicó a no ver más hacia las luces móviles que producían los vehículos al transitar, ni las luces de los altos faros, ni nada que le recordara que estaban a una distancia poco prudente del suelo. Alzó la mirada al cielo, poco despejado, la luz rojiza titilando en lo alto de la antena del edificio de más de treinta plantas y concretó en solo mirar las estrellas. Sintió los dedos fríos de Sophie sobre su mano, se obligó a verla, a notar sus mejillas rojizas y la sonrisa que provocaba sentimientos contradictorios en él.

—¿Sabes los nombres de alguna de las estrellas? —preguntó temerosa. Sonrió y negó al mismo tiempo.

—En lo absoluto —suspiró—. No sé identificarlos tampoco, no sé cómo alguien puede saberlos... tampoco veo mucho al cielo. —Acongojado miró la estela a su lado. Sophie se afincó del barandal y, tomándose de las manos, alzó la mirada al inmenso mundo de estrellas que les saludaba.

—Igual, no veo mucho al cielo, pero cuando lo hago quisiera estar ahí. No sé cuales son las constelaciones, de hecho no puedo identificarlas —rio apenada—. Debería de prestar más atención.

—Debería hacer lo mismo, Sophie, pero el mundo es desconocido aun para quienes pretenden saber todo de él —esbozó.

—¿Lo crees? —inspiró profundo por breves segundos para luego mirarlo y sonreír—. No deberían tener nombres, de todas formas —Él negó—. No hay necesidad, solo saber qué son.

—No sabríamos cuáles son.

—Sabríamos qué hacen y por qué están ¿no es eso lo único importante? —Kev, pensativo, se encogió de hombros.

—A veces deseamos que todo tenga un nombre para darles identidad, así como tu tienes otro nombre para ocultar la tuya, ellas tienen una —señaló—. No me hagas caso, estoy desvariando un poco.

—Al contrario... creo que los nombres solo nos dicen que somos individuos, la identidad ya la tenemos.

—Qué curiosa eres, Sophie Red.

Al bajar la burbuja del encanto seguía intacta aun cuando habían tropezado con el vigilante y les había hecho saber lo notorio: se habían pasado de la hora acordada. Kev no tenía forma de disculparse, mucho menos de excusarse. Lo único que sabía es que al estar al lado de Sophie las horas no caminaban y el tiempo se tornaba estático. Era tonto con solo pensarlo, era un niño cada vez que lo veía en ella, en su timidez a destiempo.

Recorrieron el camino de salida hasta verse en orillas a la húmeda carretera ¿había llovido mientras bajaban? Lo dudaba ¿importaba? En tal caso para ella lo que había sucedida fuera de esas horas no importaba. Sophie se sentía como colegiala, aunque sus días de colegiala eran intolerables, Kev hacía la diferencia.

—Supongo que es hora de despedirse —musitó inquieto. No quería, más ver los ojos de Nicolás puesto sobre él no le daba más opción—. No sé cuántas veces más debo decir que ha sido un placer, pero lo fue, y siempre lo es.

—Kev... —Temblorosa, al punto de creer que se quedaría estática en su posición, Sophie se acercó a él y como la caricia de un pétalo sobre las ramas del árbol, besó su mejilla—. Gracias por todo.

 Gracias por todo

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