Unexpected
Thalía
Washington, Estados Unidos.
He contado cada maldito día que he pasado en este infierno y he tratado de no perder la noción del tiempo. Ellos quieren hacerme creer que estoy loca y no, no lo estoy.
Hace dos semanas y cinco días desperté en este lugar rodeada de paredes blancas y sin ningún tipo de salida. Durante estas 2 semanas he fingido hasta la manera de respirar.
Todos los días meten a mi boca una píldora la cual evito a toda costa tragar. Admito que una o dos veces no me he resistido al sabor metálico de la extraña píldora que ellos creen que estoy tomando diariamente; desde un principio supe que intentaban drogarme.
Soy una adicta, pero un psiquiátrico no es el lugar indicado para tratar mi adicción. Recuerdo las últimas palabras del director del hospital psiquiátrico, «Eres una adicta, por lo tanto te trataremos como tal» .No soy la única persona que me considera de tal forma, todos piensan lo mismo.
Escucho la puerta abrirse detrás de mí. Me pongo alerta actuando de la misma manera que lo he estado haciendo las dos últimas semanas; clavo la vista en la pequeña ventanilla que tengo frente a mí.
—Acércate y observa sus ojos inexpresivos. Su cuerpo está siendo esclavo del PMMA, creo que tenemos que reducir la dosis de los sedantes. —La mujer que veo todos los santos días esta parada frente a mí observándome detenidamente— Si te fijas bien, verás que su mirada sigue perdida, su cuerpo está aquí, pero sus pensamientos están divagando —Ilusa.
—Así me gusta. —Escucho unos fuertes pasos acercarse por detrás, reconozco la voz del director— En unos minutos llegara el señor, llévala al jardín —Dice pasando sus escamosas por mis brazos.
—Antes de sacarla tengo que darme su dosis diaria.
—De hoy en adelante solo será sedada una vez a la semana, ya no tiene caso seguir sedándola —Dice él. Grito internamente de felicidad, no quiero que me sigan sedando.
La psiquiatra se acerca a mí colocando una píldora en la punta de mi lengua, finjo haberla tragado, pero me las apaño para guardarla debajo de la lengua.
—Abre la boca —Lo hago y ella se cerciora de yo haberla tragado.
Siento la píldora disolverse y las papilas gustativas detectan el sabor metálico. Me mantengo neutral tolerando el sabor adictivo de la píldora que me tortura.
No quiero y no voy a seguir siendo el juguete de nadie y mucho menos de una adicción.
Escucho la puerta cerrarse detrás de mí, miro por el rabillo del ojo la cámara que sigue activada. Después de esperar algunos minutos me levanto del pequeño sofá, voy hasta el baño y expulso en el retrete todo lo que estaba reteniendo, me mojo la boca y vuelvo al sofá.
Quiero salir de aquí, no puedo seguir siendo la basura insignificante en la que me he convertido. Todas las noches lloro por todo lo que un día no lloré, he llorado por la basura en la que me convertí, porque nadie nunca me tomara en serio y por seguir siendo lo que soy. En su momento tuve tantas expectativas con Humberto, pero me bajó de esa nube en cuestión de segundos, nunca imaginé que sería tan poca cosa.
—Vamos, acaba de llegar el señor Monroe —Avisan mientras me levantan dos hombres y me trasladan a una silla de ruedas.
Observo todo el alrededor, son demasiados pasillos, parece que estoy dentro de un maldito laberinto. Cruzamos la puerta que nos conduce al verdoso jardín, miro a los lados y veo psiquiatras paseando a personas en sillas de ruedas que prácticamente algunos están en estado vegetal; otros están sentados en las banqueta aislados del mundo y otros corriendo por el lugar.
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Némesis Inquebrantable
RomanceÉl quiere quebrantar su alma Ella es inquebrantable Él quiere destruirla Ella quiere venganza Ahora los dos combaten en una guerra de destrucción y venganza. ¿Quién ganará?.