Capítulo 2.

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Macarena (Valentina)

Hay algo en golpear la ladera con un aliento brumoso y mi pulso en los oídos que da la ilusión de estar llegando a alguna parte. A veces siento que, si pudiera correr lo suficientemente rápido, dejaría atrás todos mis errores.

El amanecer se puede ver desde la cima mientras subo hacia la cordillera de Malvern Hills, con las luces parpadeando mientras la gente empieza su viernes por la mañana. Es agridulce pensar en los madrugadores que se juntan alrededor de la mesa del desayuno. Charlas, risas y discusiones. Canciones en la radio. Música en el auto.

Esa sensación de viernes.

La familia.

Una vez pensé que esa sería yo.

Si Mariana siguiera aquí, se reiría. A veces, cuando cierro los ojos, todavía la siento delante de mí, como si ella siguiera corriendo y yo persiguiéndola. A veces juraría que oigo el fantasma de su respiración junto a la mía. A veces su recuerdo se siente lo suficientemente cerca como para tocarlo: su respiración agitada cuando la atrapé, su boca caliente y hambrienta. Sus uñas en mi espalda

Su salvajismo cuando luchaba contra mí.

La oscuridad de sus ojos.

La forma en que me amaba.

Y luego recuerdo sus lágrimas mientras corría por última vez. El dolor en mis entrañas cuando me contuve y la vi partir.

Me permito un momento de tranquilidad cuando llego a la cima, doblándome para recuperar el aliento mientras contemplo la tierra de abajo. La vista es espectacular aquí arriba. Me quedaría a admirar la forma en que el mundo se desploma si no tuviera tanto miedo de quedarme quieta.

Nunca superaré mis errores, pero seguiré intentándolo.

El descenso es siempre un anticlímax. Siempre tengo el corazón en la garganta cuando me dirijo a la parte trasera de la casa y me meto por el porche. He convertido mi rutina diaria en un mecanismo de relojería que me permite avanzar con el piloto automático. Estaría felizmente en piloto automático ahora mismo si no fuera por el mensaje de texto que arde silenciosamente en mi bolsillo.

Están dispuestos a negociar.

Es una pena que yo no lo esté.

Solo me permito cinco minutos en la ducha. Me seco con la toalla a toda prisa mientras saco una blusa nueva del armario.

Los pasos de Cameron llegan al rellano cuando termino de vestirme. Esta mañana lleva un pijama de astronauta, su favorito.

Sus ojos somnolientos se encuentran con los míos cuando abre la puerta de mi habitación. El cabello de mi hijo es una maraña oscura recién salida de la cama. Se parece tanto a su madre que me deja sin aliento. Todas las mañanas es lo mismo.

—Hola, pequeñín —lo saludo y lo subo a mi cadera mientras agarro mi maletín de la cama. Compruebo que no se ha mojado antes de bajar las escaleras. —¿CornFlakes?

Mueve la cabeza cuando llegamos a la cocina.

—¿Krispies?

Otro movimiento de cabeza.

—¿Estrellas fugaces?

Tiene los hoyuelos de Mariana cuando sonríe.

—Muy bien entonces, serán las estrellas.

Todavía tiene su silla especial, aunque el próximo verano cumplirá cuatro años. Todavía tiene su taza azul favorita y su cuchara, aunque ya es lo suficientemente grande como para tener cubiertos de niño grande.

𝐂𝐚𝐫𝐧𝐚𝐝𝐚 ; 𝐉𝐲𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora