Capítulo 34.

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El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos.
Ernest Hemingway

VALENTINA

Oh, mierda, cómo me he equivocado.

Me siento como una maldita idiota mientras mi cisne negro solloza delante de mí. Se derrumba en mis brazos mientras la abrazo con fuerza.

Le digo que está bien, que puede tomarse su tiempo con Cameron. Sin presiones. Sin preocupaciones.

Le digo que no tiene que preocuparse por tener hijos ahora, que lo solucionaremos, que hay maneras. Opciones. Muchas cosas que considerar.

Le digo todo lo que se me ocurre para sacarnos a las dos de este abismo de mierda, pero creo que no la alcanzo.

—Maldición, Valentina —dice ella—. Mírate, cuidando de mí. Como si no hubieras pasado por tu propia mierda más que suficiente.

—Nos hacemos más fuertes en los lugares rotos —le digo—. Yo lo hice y tú también lo harás. Todo estaba en cenizas cuando Mariana murió, el negocio, Guillermo, Cameron. Sabía que tenía que volver a levantarme y seguir adelante. Solo perdimos uno de los camiones en el incendio, el del muelle de carga. El resto estaba intacto. El seguro no nos pagó y nuestros clientes perdieron una fortuna en el incendio, pero tomé esos camiones y me instalé de nuevo. Volví a hipotecar la casa y volví a trabajar duro, aunque me doliera, y poco a poco. Despacio.

Sus dedos son tan suaves contra mi mejilla.

—Eres increíble —dice—. De verdad. Cameron tiene suerte de tenerte.

—Estarás bien —le digo—. Serás fuerte en los lugares rotos, igual que yo.

—Eso espero —susurra ella.

Y lo será. Sé que lo será.

He visto el brillo en sus ojos, el fuego en su vientre. La he visto trabajar con una multitud como si fuera la dueña. Como si fuera mi dueña.

Aprieto sus dedos entre los míos.

—Cuando te conocí todavía estaba corriendo. Sin alma. Su fantasma estaba en todas partes, y ahora no. Ni siquiera usaba mi propio nombre, no podía enfrentarme a la mujer que había sido antes.

Me mira fijamente.

—Valentina —dice.

Sonrío.

—Algo así.

—Era tu nombre de usuario en Internet.

Asiento.

—Y seguía ardiendo, hasta que te conocí.

Ella toma aire.

—¿Nos lo tomaremos con calma?

—Tan despacio como quieras, siempre que nos movamos.

—¿Y qué pasa con los niños? ¿Y si nunca puedo...?

—Nos preocuparemos de eso cuando surja.

Contengo la respiración.

Me siento jodidamente aliviada cuando sonríe.

Su voz se equilibra cuando vuelve a hablar.

—Vine corriendo y no encontré nada. Tú me devolviste a la vida y lo encontré todo. Amo mi vida aquí. Amo todo.

Y yo te amo a ti.

No lo digo. No ahora.

Soy muy consciente que el amanecer brilla a través de las cortinas. Bien consciente que Cam se despertará para desayunar dentro de una hora más o menos en casa.

𝐂𝐚𝐫𝐧𝐚𝐝𝐚 ; 𝐉𝐲𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora