Capítulo 33.

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Lloré y pensarías que estaría mejor por eso, pero la tristeza duerme y permanece en mi columna por el resto de mi vida.
Conor Oberst

JULIANA

Me digo que estoy preparada para esto. Pero no lo estoy.

No estoy preparada para la forma en que sus cicatrices me quitan el aliento, ni para la forma en que mi corazón estalla ante la realidad de su dolor. No estoy preparada para el modo en que quiero estrechar sus heridas contra mi pecho y no soltarlas nunca.

—Todavía siento que me arde a veces —dice—. Supongo que siempre lo haré.

Mis dedos bailan por su columna y mi boca los sigue. Se estremece cuando mis labios besan su piel arruinada.

Quiero decirle cómo lo consigo. Quiero contarle cómo me despierto algunas mañanas convencida que la sangre todavía corre por mis muslos más rápido de lo que puedo limpiar. Cómo todavía siento los calambres mientras sangro en la camilla del hospital.

Cómo todavía recuerdo el momento en que el bebé en mi vientre se derramó como despojos en el piso del hospital mientras trataba de subirme al inodoro.

Pero no digo nada. No cuando mis dedos recorren la piel tensa de su hombro y bajan por su brazo. No mientras beso las marcas que el fuego ha dejado en él, amándolas tanto como el resto de su cuerpo.

—¿Es tan horrible como pensabas? —pregunta.

—Nunca pensé que lo fuera. Tus cicatrices son tan hermosas como el resto de ti.

Se ríe.

—Esa es una gran afirmación

—Realmente no pensaste que me ibas a asustar tan fácilmente, ¿verdad?

Se gira para mirarme.

—No. No lo pensé.

Sonrío.

—Me gusta un poco esta cosa de luces encendidas. Tal vez podamos mantenerlo funcionando.

—Quizás debería empezar a perseguirte a la luz del día.

Levanto una ceja.

—Tal vez.

—Ten cuidado con lo que deseas. Podrías acabar desnuda delante de tus amigos en tu próxima barbacoa.

—Primero tendrías que atraparme. —Saco la lengua.

Grito cuando ella se abalanza, volteándome para inmovilizarme antes que me haya movido una pulgada.

—No he tenido problemas para atraparte hasta ahora.

—Hay tiempo —susurro.

—Todo el tiempo del mundo —dice y mi vientre se agita con tanta fuerza que podría volar.

Me retuerzo para liberar mis manos y ella me da suficiente margen para deslizar mis dedos por la parte trasera de su pantalón.

—Te quiero desnuda —le digo.

—Quiero tu bonita boca alrededor de mi polla —me responde.

Me arrodillo y espero mientras ella se levanta. Me quedo con la boca abierta cuando se baja el pantalón y presenta a la bestia para que la vea.

Tiene los dedos apretados alrededor de la polla, igual que en la foto. Las púas brillan a la luz de la lámpara mientras sube y baja el puño.

Es monstruosamente hermoso. Mis dedos se ven diminutos cuando los envuelve alrededor de su base.

𝐂𝐚𝐫𝐧𝐚𝐝𝐚 ; 𝐉𝐲𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora