Capítulo 15.

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Forastero, si tú, de paso, te encuentras conmigo y deseas hablarme, ¿por qué no has de hablarme? ¿Y por qué no voy a hablarte yo?
Walt Whitman

Juliana.

Es ella.

Tiene que ser ella.

que es ella.

Todos los nervios se disparan, todas las intuiciones que he tenido palidecen al lado de esta.

No puedo pagar mi combustible lo suficientemente rápido. Es la desesperación lo que me hace llamarla.

—¡Espera!

Ni siquiera disminuye la velocidad.

—¡Espera, un momento! —la llamo de nuevo, pero no mira hacia atrás.

Maldigo entre mis dientes mientras meto los estúpidos dulces en mi bolso. Introduzco los dulces a la fuerza en mi bolso mientras me abalanzo sobre la cola y corro por la puerta abierta.

Mierda.

Observo los autos en los surtidores de combustible, pero no la veo. Solo cuando doy un paso a la derecha la veo dirigirse a una camioneta en el extremo.

Frente a mí. Estaba en el surtidor enfrente de mí. Debo haber estado justo a su lado.

Mis sandalias suenan en la explanada cuando empiezo a correr. Puede que esté actuando como una jodida loca, pero de ninguna manera voy a dejar que se vaya. No sin saber con seguridad cómo puedo volver a verla.

Si es que puedo volver a verla.

Me acerco hacia la parte delantera de su camioneta, poniéndome como una idiota para bloquear su salida. Tendría que derribarme para salir de mi vista.

Y entonces la miro. La miro de verdad.

Cabello rubio, ojos azules. Su cabello es tan largo, tal como lo recordaba. Su cara es jodidamente perfecta. Tiene un aspecto feroz, salvaje. Va vestida de negro. Chaqueta negra, camiseta negra, todo negro. Me tiemblan las piernas y no me importa. Todo mi cuerpo palpita y se siente como la vida misma.

Los tatuajes de su cuello son evidentes. Gloriosos.

Es jodidamente gloriosa.

Y me está mirando fijamente.

—Eres tú —le digo, aunque mi voz es débil.

Ni siquiera se inmuta, solo levanta una ceja.

—¿Lo soy?

Asiento con la cabeza, aunque me retuerzo. Contemplo la posibilidad que esté loca, y esta mujer—esta hermosa criatura— sea solo una coincidencia.

Pero no.

Sé que no es una coincidencia.

Recuerdo cómo se sentía su piel bajo las yemas de mis dedos. Recuerdo el roce del cabello en su cuero cabelludo.

Me acuerdo de ella.

Da un paso adelante y se me corta la respiración.

—¿Quién soy yo exactamente, cariño?

Otro paso adelante y soy tan consciente de su tamaño. Tan consciente de la facilidad con la que me levantó.

Hay una tensión en el aire entre nosotras, y no lo estoy imaginando. Su cuerpo conoce el mío, al igual que el mío conoce el suyo, y tampoco me la estoy imaginando.

—Fuiste tú... —susurro—. Sé que fuiste tú...

Inclina la cabeza. Su sonrisa es sucia.

Divina.

𝐂𝐚𝐫𝐧𝐚𝐝𝐚 ; 𝐉𝐲𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora