Capítulo 32.

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Mi anhelo por la verdad era una sola oración.
Edith Stein

JULIANA

Las partes rotas de mi corazón sangran, y todo es por ella.

Por el amor que perdió.

Las cicatrices que lleva.

La tristeza en sus ojos mientras revive todo esto por mí.

—¿No fue un accidente? —pregunto, odiándome por insistir.

—No lo sé —dice—. Todavía tienen que dar el veredicto absoluto. Hay indicios que fue eléctrico. Puede haber sido una desafortunada combinación de un bote químico defectuoso y una chispa de uno de los generadores. Se quemó a tal temperatura que es difícil de determinar. Hay muchos factores que analizar, y muchas de las pruebas fueron incineradas. Tuvieron que identificar a Mariana por sus dientes. Oficialmente, quiero decir.

Odio la forma en que me estremezco cuando me lo dice.

—Lo siento —dice.

Sacudo la cabeza.

—No lo sientas. Es increíble que sigas viva. —Me acerco un poco más—. Si fue eléctrico, seguro que es un accidente.

Esboza una triste sonrisa.

—El incendio ocurrió a medianoche. Dos personas en ese edificio, Guillermo y Mariana.

—Eso es bastante tarde para estar trabajando —comento.

—Habíamos tenido una discusión —dice y mi estómago se tensa—. Me escupió y me dijo que se iba. La habría perseguido... pero... —Deja de hablar—. Siempre la perseguía. Teníamos una... dinámica...

Asiento. Sé exactamente a qué se refiere.

—De todos modos. No la perseguí esa noche. No pude. —Me mira directamente, y hay más. Sé que lo hay. Lo que sea se aleja antes que lo exprese—. No la perseguí. Me juré que ya había tenido suficiente.

—¿Y terminó en el almacén? ¿Con Guillermo? ¿No es extraño?

—Eso no me sorprende. La verdad es que no. Pero el resto no tiene sentido, no si fue un accidente. Verás, las tinas de productos químicos estaban almacenadas en el otro extremo del almacén. Somos cuidadosos con las normas contra incendios, siempre lo hemos sido. Cuando el lugar se levantó, estaban en el extremo superior por el muelle de carga. Podrías decir que tal vez alguien los movió antes para cargar, pero eso no tiene sentido. No estaba en los registros.

—¿Mariana los movió ella misma?

Se encoge de hombros.

No lo sé. Ella o Guillermo. O ambos.

—¿Pero por qué?

—No tengo idea —me dice—. No, a menos que estuvieran planeando quemar el lugar.

—¿Crees que lo hacían?

—Esa es la pregunta del millón. —Vuelve a encogerse de hombros—. Mariana era salvaje. Imprevisible. Odiaba el negocio, decía que me convertía en una adicta al trabajo, decía que era un tigre en una jaula, desesperada por correr libre. —Desvía la mirada, toma aire—. A veces pienso que tal vez intentaba castigarme, quemar lo que creía que yo apreciaba.

—Parece drástico... —le ofrezco.

—Y desafortunado. Una olla hirviendo de desafortunadas coincidencias. Los productos químicos amontonados en ese ridículo lugar, para empezar. Luego estaba el hecho que otro de nuestros clientes era un proveedor de camas para animales. El serrín apretado en una estantería alta creó una explosión de polvo de proporciones épicas. —Suspira—. Lo saben todo menos cómo empezó. Según nuestra documentación oficial, los procedimientos de riesgo de incendio se siguieron al pie de la letra. Mariana ni siquiera era empleada oficial cuando se produjo el incendio. Les ha costado asignar alguna responsabilidad, pero por la misma razón no parecen poder descartar definitivamente un incendio provocado. —Vuelve a suspirar—. Por otra parte, nadie parece estar dispuesto a descartar esto como un accidente extraño, tampoco. En realidad, nadie lo sabe.

𝐂𝐚𝐫𝐧𝐚𝐝𝐚 ; 𝐉𝐲𝐕Donde viven las historias. Descúbrelo ahora