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__ ¿Estás lista?_ Preguntó Justin apoyándose contra el marco de la puerta del baño, asentí con la cabeza luego de darme una última mirada en el espejo.

Si él hubiese sido un caballero, hubiera caminado hasta mí para tirar de la silla de ruedas y sacarme de ahí, pero no, no era un caballero, era solo Justin. Aún lo es.

De todas formas, no entendía porque él me proporcionaba una silla de ruedas, ya no me dolía para nada la pierna y podía usar muletas sin problema alguno. No me quejaba tampoco, era menos esfuerzo y más práctico, así que no dije nada.

Salimos del cuarto, yo iba vestida y por primera vez me detuve a prestar mi atención a la casa. Era enorme, los pasillos de un color crema casi amarillo, unas escaleras inmensas con su barandal de oro, en el hall de entrada una inmensa araña de cristal colgaba alrededor de las luces y los cuadros en colores cálidos le daba el toque perfecto. Era bonita, pero demasiado para lo que alguna vez pensé que iba a conocer.

Me percaté, también, de que las chicas llevaban ropa común. Tanto Bryony como Chelsea iban vestidas exactamente igual que yo, pantalones negros igual que la remera y una sudadera gris. El padre de Justin estaba parado frente a nosotros seis, miraba a sus hijos serio y como si estuviese pensando que decir.

__ Ya saben cómo es esto._ Comenzó, las chicas no levantaban la vista para verlo ni un solo segundo. Los chicos, en cambio, lo miraban serios y con la frente en alto; como soldados.
>> Vayan con cuidado, vuelven antes del atardecer y no me traen problemas. Háganlo rápido y sencillo._ Yo si lo miraba, con el ceño fruncido al igual que a Justin.

Ese hombre si que me daba miedo, sus facciones y su mirada parecían vacías, desoladas. Como si nada de lo que estaba a su alrededor le importara, ni sus hijos. Una mirada que no expresaba nada, que no tenía sentido. Había visto esa frialdad antes, esa mirada la reconocía, era la misma que veía en Justin.

Los tres asintieron y salimos de la casa sin más. Había tres autos en la entrada, uno era con el que Justin me había encontrado entre las hierbas el día que quise escapar, un vehículo amarillo. Otro plateado le seguía, en el que entró Barclay junto a Bryony y el tercero quedó para nosotros. Un Mustang Shelby GT 500 negro, supuse, el coche de Justin. Él me ayudó a subir dejando la silla en el asiento trasero, se subió del lado del conductor y emprendimos viaje.

Se sintió como si hubiese pasado una hora cuando entramos a la ciudad, me puse alerta cuando, por casualidad, pasamos por la antigua tienda donde trabajaba. Seguimos por media hora más y de pronto Justin se dispuso a estacionar el auto. Mis manos sudaron, igual que mi frente, mi corazón se aceleró y mi estómago se revolvía. Estaba tan nerviosa que no sabía cómo actuar. ¿Cómo reaccionaría mi padre al verme con los moretones en la cara? ¿Podría morir intentando rescatarme? ¿Se preocuparía por verme con una pierna quebrada? Esas y muchas otras preguntas cruzaron mi mente aquella tarde soleada.

Mi mirada no dejaba la puerta de esa casa, rodeada por un paredón gris y tapada por un portón eléctrico que se abrió cuando Justin, siendo el primero de la fila, presionó un botón desde el auto. Mis ojos se humedecieron, tenía tantas ganas de ver a mi padre que la emoción no cabía dentro de mi cuerpo. Los tres autos entraron al predio donde nos encontraríamos con nuestras familias y Justin me ayudó a bajar, sin ni siquiera dirigirme la mirada. Parecía tenso, pensativo, como si estuviese nervioso por lo que iba a pasar. Él siempre me miraba, siempre tenía sus ojos clavados en mí cada vez que estaba cerca, por lo que me sorprendió demasiado que no haya alzado sus ojos en mi dirección ni una sola vez esa tarde. Pero estaba tan concentrada en volver a ver a mi papá que no presté demasiada atención.

Una sonrisa involuntaria se extendió por mi rostro y la dejé ser. Estaba tan contenta que no quería reprimir nada durante el tiempo que tuviera con él. Era una casa de un solo piso, sencilla, con una cocina, grandes ventanales y un enorme patio. También tenía una habitación y un baño pero no llegué a verlos nunca. Una vez que entramos en la casa, Bryony y Chelsea corrieron hacia las personas que estaban esperándolas entre llantos y emoción. Elevé mi vista y busqué con ella a mi padre, en la otra punta de la cocina, detrás de la isla con la cintura sobre la encimera estaba él. Desalineado, desganado y con cara de pocos amigos. Aún así, me acerqué con una sonrisa inmensa a mi padre, contenta e ilusionada.

Atrapada. JBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora