10- Sєntí єl dσlσr

82 6 11
                                    

Algunos creen en Dios y el Diablo, el bien o el mal. Otros creen que eso no es posible y apuestan por las teorías científicas. Hay quienes soy budistas, judíos o hindúes.
Algunos creen en la suerte, en el destino y sostienen que nada es coincidencia. Que todo pasa por algo. Hay quienes dicen no creer en nada, se hacen llamar agnósticos. Sin embargo, yo creo que todos tenemos fe en algo, aunque no sea algún Dios. Creo que todas las personas pueden creer en algo, incluso si no quieren hacerlo.

Yo tenía fe en mi padre. Cuando mi mamá nos abandonó años atrás, vi a mi padre caer en una depresión irremediable y, a pesar de todo, nunca me rendí. Todos los días sostenía mi hogar como si mi vida dependiera de ello, la casa, mi padre, el trabajo; todo. Sin importar nada nunca baje los brazos, siempre tuve fe en que algún día mi padre se levantaría se ese sofá y me sonreiría. No fue así.

A pesar de todo lo que había pasado, nunca me arrepentí de haberle salvado la vida. Aunque la mía haya quedado pegada a la suya aquella noche, volvería a hacerlo una y otra vez, porque ese fue el último acto de amor que logré hacer por él antes de que se suicidara. ¿Valió la pena? No, no valió la pena. Yo debía pagar una deuda de por vida por alguien que no me había valorado y nada podía cambiar eso, ni siquiera tenía la dicha de saber que gracias a mí él fue feliz. En realidad, tenía la absoluta certeza de que sin importar que hiciera, Helmer jamás hubiera superado el hecho de que mi mamá nos abandonó y yo hubiese seguido una triste vida a su lado.

Por un momento pensé en mí, dejé a mi padre de lado y divagé en mi cabeza sobre mi vida. Creía con certeza que estaba destinada a sufrir, a sentir dolor y a llorar. Sin embargo, el destino, la vida o Dios; como quieran llamarlo, tenía algo más para mí.
Nada. Porque cuando creí que nada podría ser peor que llorar todos los días por alguien, me llegó la hora de no sentir nada.

Ya no sentía la tristeza, ese dolor en la garganta, la presión en el pecho y las lágrimas incontenibles. Ya no sentía ganas de llorar, incluso no derramé una lágrima al enterarme que mi padre se suicidó. No sentía angustia ni aflicción. No sentía nada.

Miré hacia abajo, mi pierna yacía inmóvil sobre la cama cubierta con el yeso. Faltaban pocos días para que me lo quiten, pero una idea se me cruzó por la cabeza. A pesar de que ya no lograba sentir sentimiento alguno, ¿podría sentir dolor físico? Fruncí el entrecejo y llevé una mano al material blanco, cuestionándome.

Suspiré. Me senté en la cama, absorta en la idea de hasta qué punto no sentía nada, y con cuidado bajé mi pierna. Apoyé las manos sobre el colchón con los dos pies en el suelo, me quedé inmóvil durante unos segundos y, como si de respirar se tratara; me di el envión para levantarme. Con la mirada fija en el yeso intenté dar el primer paso, pero fue un intento fallido cuando la voz de Justin me interrumpió.

__ ¿Qué estás haciendo Andrey?_ Sus brazos rodearon mi cintura, su pecho se pegó a mi cuerpo y con delicadeza me volvió a sentar en la cama. >> Te puedes lastimar, usa la silla de ruedas. Falta poco para que te quiten el yeso, pero aún debe doler cuando pisas._ Continuó sin dejar de mirar mi pierna.

Lo miré. Físicamente era tan hermoso que mi seguridad temblaba, con sus ojos mieles y sus cabellos claros desorientaba la razón de cualquiera.

__ No importa, ya no duele._ Contesté volviendo a apoyar mi espalda contra el respaldo de la cama. Justin acomodó mi pierna con sutileza y pensé en lo ridículo que era porque yo no sentía nada.

__ ¿Cómo estás?_ Para cualquiera hubiese sido absurda su pregunta en ese momento. Quería decirle que me sentía como me veía, pero algo en mí no tenía las suficientes energías para la conversación que eso desataría.

__ Bien._ Mi voz seca y rasposa se escuchó, a penas un poco, al dejar salir aquella palabra. Mentía, no me sentía bien pero tampoco me sentía mal. No sentia nada.

Atrapada. JBDonde viven las historias. Descúbrelo ahora