Capítulo 55

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Alba desapareció entre el bullicio del local y Natalia comprobó con temor que allí estaba de nuevo su fiel compañera, su amiga de tantos días y tantas horas, llegaba en silencio y ocupaba el lugar de la enfermera, sí, había vuelto con toda su fuerza, Alba había conseguido vencerla, arrinconarla hasta el punto de olvidarla, pero allí sentada, rodeada cada vez de más gente y sin ella, se sintió profundamente sola.

Casi sin saber cómo, comprendió lo que le ocurría. Alba, en esas horas desde que salieran del campo de desplazados había conseguido llenar su alma de poesía, fue plenamente consciente de que deseaba con toda su fuerza volver a sentir el calor de sus besos, como los que le regalara la tarde anterior, consciente de que se estaba empeñando en retrasar lo inevitable, que las ilusiones que albergara durante tanto tiempo podían dejar de ser tales con solo dar un paso, y sintió pánico de que fuera así y lo sintió de estar equivocada y que no lo fuera. Las manos comenzaron a temblarle, presa de los nervios. No le gustaba estar sola. Miró impaciente hacia el lugar por donde la viera desaparecer, sin ella se sentía triste, vacía, sola... "siempre sola, sin ti", pensó con un suspiro.

Minutos después Alba regresaba y ocupaba su silla, frente a ella. Natalia la observó como si no la hubiera visto desde hacía años, la sensación de temor se esfumó. Su cálida sonrisa, sus ojos siempre risueños, su voz pausada que le hablaba de un mundo desconocido y cada vez más atractivo para ella, le devolvieron instantáneamente la calma que había perdido y supo que su espíritu ya navegaba en sus brazos, aquellos en los que ella se rebelaba a caer.

- ¿Me has oído? – le preguntó Alba al ver que no le decía nada.

- Eh... no... - reconoció volviendo a la realidad – perdona – se disculpó azorada.

- Te decía que no vuelvas a besarme – repitió mientras cambiaba de lugar la silla y la ponía junto a ella dejando espacio libre para un grupo de gente que comenzaba a rodearlas. Aquél lugar cada vez estaba más lleno. Natalia la miró desconcertada, con los ojos tan abiertos que la enfermera soltó una carcajada – no pongas esa cara. En este país la homosexualidad está castigada.

- Ya... - le dijo insinuante creyendo que se burlaba de ella - ¿muy castigada?

- Nat, no es una broma ni un juego, te hablo muy en serio. En un par de meses se vota en el parlamento si se aprueba proyecto de ley que aprueba la pena de cárcel e incluso en casos graves la pena de muerte para los homosexuales.

- ¿Me estás hablando en serio? – preguntó al escuchar su tono había adquirido tintes de gravedad y que no le sonreía como antes.

- Muy en serio.

- Pero yo creía que la pena de muerte... vamos que solo se daba en los países musulmanes y creo recordar que me contaste que aquí la mayoría de la población es cristiana.

- Lo son, aunque también hay muchos musulmanes. Si al final las protestas no surten efecto y lo aprueban tendrán el honor de ser el primer país cristiano con pena de muerte para los homosexuales.

- ¡Vaya honor! – exclamó sin poder evitarlo e interesada en el tema preguntó - ¿qué hacen los que protestan! quiero decir que...

- Sé lo que quieres decir – sonrió – han recogido firmas, casi quinientas mil. Aunque parezca curioso el principal opositor es un clérigo anglicano, está haciendo todo lo posible para que lo escuchen en el Parlamento. Germán me dijo que pocos días antes de que llegásemos había convocada una manifestación, aquí en Jinja, contra la homosexualidad, esta cuidad es muy... digamos... tradicional, han creado una organización, la llaman "Movimiento internacional contra la homosexualidad en Uganda", la lidera el pastor de la Iglesia Pentecostal.

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