Capítulo 160

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Alba tomó el camino que conducía al río, corrió sin descanso, deseando sentirse agotada, exhausta, necesitaba sentir un dolor físico que anulase el dolor de su alma. Cuando notó que le faltaba el aire frenó la carrera, sentía el estómago en la garganta y los pulmones colapsados. El resto del camino lo recorrió con paso lento, cansada y triste. Casi sin darse cuenta llegó al acantilado que tanto le gustaba a Natalia. El lugar en el que estuvieron los primeros días de paseo, se detuvo al borde del mismo, la altura era tan pronunciada que cualquiera se hubiera echado hacia atrás, pero ella acercó aún más los pies al borde y miró hacia abajo. Podía distinguir los diminutos puntos móviles. Sonrió recordando el día que se los enseñó a Natalia. Los hipopótamos y rinocerontes que se acercaban al agua a primerísima hora de la mañana y al atardecer, cuando ellas los vieron. No podía dejar de mirar al fondo del barranco, justo en el lugar al que fueron juntas la última tarde que Natalia pasó en el campamento, volvió a sonreír recordando su secreto anhelo de volver allí con ella, y de cómo la pediatra le hizo gritar al eco que la amaba. Era el paraje de siempre, pero algo había cambiado. Buscó entre los elementos conocidos, todo aparecía a su vista donde lo esperaba: la roca en la que se sentaba frente a ella, los rinocerontes allí abajo, la niebla en lo alto de las montañas, todo estaba igual, deseaba que le transmitiera la paz de siempre, y comprobó que no funcionaba, rompió el encanto el día que lo compartió con ella. Ya nunca volvería a ser su refugio, no había nada allí ya que pudiera retenerla. La fuerza que siempre le había transmitido aquella naturaleza, hoy ya no la sentía, todo aquello le mostraba su cara más desértica, o quizás lo que estaba desértico era su corazón.

Permanecía en pie, cada vez más cerca del borde, sintiendo el viento en la cara, a veces con tanta fuerza que casi la desequilibraba. Si diese un mal paso se encontraría allí abajo, junto a aquellos animales, y quizás así dejase de sentir ese devastador dolor, quizás así pudiese reunirse con ella. La corriente del río parecía atraerla, hacía unos minutos que su vista estaba perdida en las crestas de blanca espuma y la mente en los recuerdos de los momentos compartidos junto a Natalia. Ojalá la vida fuera tan simple como aquella corriente, ojalá todo fuera tan fácil como el agua llevándose su dolor, sus errores, sus recuerdos de la pediatra, ojalá todo fuera tan simple como eso. Pero no lo era, había desaprovechado todas y cada una de las oportunidades que le había brindado la vida para estar con ella. Intentaba seguir adelante pero no podía, una y otra vez sus recuerdos emergían de aquella corriente, y la torturaban diciéndole que erró, que se equivocó por completo, y que ahora estaba pagando por ello.

Ni siquiera era capaz de llenar su alma con aquel bello amanecer. Solo podía pensar que ese lugar en el que se encontraba había sido testigo de sus primeras charlas sinceras después de reencontrarse, de sus confidencias, hasta de sus promesas de amor eterno y, también, de algún que otro enfado... Sus labios se fruncieron en una leve sonrisa recordando aquellos momentos en los que la Natalia más nerviosa que había conocido comenzaba a abrirse a ella de nuevo, y como regresaba al campamento alterada y confusa intentando negar lo que sentía por ella.

Arrullada por el sonido de la corriente de agua no podía dejar de recordarla con emoción y nostalgia. Pero de pronto un fuerte golpe de viento estuvo a punto de lograr su deseo y lanzarla al fondo del barranco. Instintivamente dio unos pasos hacia atrás. Tenía la impresión de que había escuchado su voz. La voz de la mujer de su vida gritándole que se alejara del borde.

- ¡Alba cuidado!

Tuvo la extraña sensación de que unas manos la empujaban hacia atrás alejándola del peligro. Se estremeció y un escalofrío recorrió todo su cuerpo.

- Princesa siempre cuidaré de ti.

Era su voz de nuevo. Se abrazó a sí misma y miró a su alrededor comprobando que seguía completamente sola. "¡Habrá sido el fuerte viento!", pensó confusa, y se pasó las manos por los brazos con rapidez intentando darse calor. En ese instante todos los recuerdos se agolparon en su mente. La petición de mano en el baño de su apartamento, la que repitió en el gimnasio de su casa, las cartas que le había escrito durante semanas, las horas que pasaron en la cabaña de Nancy, el horror que sintió cuando la vio amordazada en el suelo de aquel zulo, el primer beso que se dieron en el ascensor, el que repitieron años después en la cabaña del campamento y que le supo cómo aquél... La emoción era desbordante. El recuerdo de sus cuerpos desnudos, por primera vez, hizo que se sonrojara. Quedaron inmóviles, dudaron un instante, y luego, instintivamente, se abrazaron con ternura. El roce de la piel, era una sensación maravillosa. La inmensa felicidad de un acto íntimo, de entrega total y armónica, sin condiciones. El abandono de los sentidos... el sublime e indescriptible placer del amor. Se estremeció.

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