Capítulo 109

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Sonia avanzaba a toda prisa por una de las calles más largas del poblado. Se le había complicado la mañana con una chica camerunesa recién llegada que se negaba a ser registrada en el censo. Se le había hecho tarde y Natalia ya debía estar esperándola en el campamento. Tan concentrada iba en saltar por encima de los múltiples obstáculos que encontraba en su camino que no se percató del hombre que la seguía desde hacía unos minutos. Ni que ese hombre cada vez estaba más próximo a ella, ni siquiera se dio cuenta de que se situaba a su altura. Solo reparó en él cuando sintió una mano firme tirando de ella hacia un hueco entre chabolas al tiempo que le tapaba la boca con la mano. Todos sus papeles se desparramaron por el suelo. Forcejeó intentando zafarse cuando su asaltante aflojó y se plantó ante ella con una enorme sonrisa.

- ¡Payita!

- ¡Elton! ¿se puede saber a qué coño juegas?

- Chist, no grites.

- ¿Qué haces aquí?

- Solo quería darte una sorpresa.

- ¡No vuelvas a hacerme esto en tu vida!

- No te enfades.

- ¿Qué no me enfade? ¡eres imbécil! – se agachó a recoger sus cosas mientras él permanecía en pie, observándola, su rostro enrojeció levemente y se mordió el labio inferior controlando la ira que lo embargaba. Cualquier día iba a tener que cerrarle esa boca para siempre, pero aún no podía hacerlo, le era útil.

- No vuelvas a llamarme imbécil.

Su tono amenazador alertó a Sonia que recordó las palabras de Isabel "no le lleves la contraria", "si lo ves alterado no lo hagas enfadar".

- Perdóname – se levantó sumisa sin mirarlo a la cara – se me ha desordenado todo.

- No quiero que vuelvas a hablarme en ese tono – le levantó la cara sujetándola por la barbilla con fuerza y una mirada tan rabiosa que hacía centellear a sus ojos - ¿entendido?

Sonia se retiró un par de pasos de él.

- No lo haré cariño, perdóname. Es que... me has asustado.

- Parece que me tengas miedo.

- No es eso, es que sales de cualquier rincón y me asustas. Tú mismo me has prevenido muchas veces sobre andar por aquí sola y... has conseguido que sienta aprensión – volvió a acercarse melosa y sumisa y él dulcificó ligeramente su expresión – ¿Qué haces aquí? ¿no me dijiste que trabajabas hasta tarde?

- Sí, me voy pronto, solo he pasado a ver a mi madre que no estaba muy católica.

- ¿Qué le pasa?

- Cosas de mujeres.

- ¿Por qué no pasa por el campamento?

- No. No es para tanto.

- Puedo decirle a Fernando que se llegue a tu casa y...

- ¡Te he dicho que no!

- Bueno... no te pongas así.

- Me pongo como me da la gana.

- Cariño ya te he pedido perdón.

- En realidad, te buscaba por otro tema.

- ¿Ocurre algo?

- Ocurre que me engañas.

- ¿Qué yo te engaño? Eso no es cierto.

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