Capítulo 42

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Emprendieron la marcha y Alba disfrutaba solo de ver como la pediatra se sorprendía con cada pájaro de colores chillones, con el incesante zumbido de insectos, con los reflejos verdes del lago entre la tupida vegetación, pero sobre todo, si había algo que la hacía chillar, llamando la atención de la enfermera, era cada vez que veía saltar algún mono entre las copas de los árboles.

- Allí, allí, allí ¿lo ves? – le dijo señalando con el dedo.

- Si, Nat, lo veo – rio contenta de verla tan entusiasmada.

- ¡Es increíble! – exclamó – ¡esto es precioso! – se volvió hacia ella con un brillo especial en los ojos y con tanta ilusión que Alba sintió un pellizco en la boca del estómago, ¡estaba guapísima!

- Estamos teniendo mucha suerte, no es normal ver tantos – sonrió pensando en que ni en sus mejores sueños, todo habría salido tan bien.

- ¡Habrán salido a recibirme! – bromeó.

- ¡Claro! Una Lacunza, no los visita todos los días – respondió irónica.

- ¿Hay muchos monos en Uganda! tenía entendido

- ¡Qué va! creo que no hay ni para llenar un estadio de fútbol. Los masacran.

- Pero... ¿por qué?

- Para venderlos, para comérselos, para todo.

- ¿Sabes! todo esto...

- Te gusta, pero te desespera – le dijo adivinando sus pensamientos.

- ¿Cómo sabías lo que iba a decirte?

- A mí me pasó lo mismo – le sonrió poniéndose frente a ella.

- Ya... - murmuró pensativa con un suspiro.

- ¿Sabes lo que se dice de estos bosques? – le preguntó misteriosa, señalando con el brazo extendido a su alrededor.

- ¿El qué? – preguntó con un deje de temor – si es algo de miedo no me lo cuentes

– la avisó al ver el tono en el que se lo había dicho.

- Pero... ¡serás cobarde!

- A ver... - dijo condescendiente - ¿qué dicen?

- Que están llenos de seres malignos – le dijo bajando la voz y acentuando el tono de misterio – y que los días....

- ¡Te he dicho que no me lo cuentes! – la cortó bajando la vista y con un hilo de voz añadió – que... luego sueño.

- ¡Venga ya! pero... ¿es en serio?

- Sí – la miró a los ojos y Alba supo que no mentía – ya lo sabes.

- Nat...

- Últimamente siempre tengo miedo, hasta despierta, y... no sé por qué – se sinceró dando un pequeño retemblido. La conversación, los sonidos que llegaban del bosque, la densa vegetación, la angostura del camino, la hicieron sentir un escalofrío.

- Bueno, no lo tengas porque los blancos, aquí, somos los fantasmas y nos temen – rió burlona, acariciándole la mejilla para transmitirle tranquilidad y volviendo a su lugar empujando la silla.

- No te rías de mí – le pidió con seriedad – luego siempre quieres que te cuente cosas y cuando lo hago, te ríes – le reprochó mohína.

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