Capítulo 129

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Interminables segundos después sus súplicas parecieron ser escuchadas y sus dedos situados en el lateral del cuello de Natalia fueron capazas de detectar el latido. Los nervios la atenazaron, "está viva", ¡¡está viva!!", se dijo aliviada. Alba paseo la vista con rapidez por sus ropas desgarradas y ensangrentadas, que permanecían tiradas por el suelo lejos de Natalia, que semidesnuda, tenía su rostro golpeado, su pelo pegado al cráneo que mostraba el lugar por donde había sangrado, varios cortes en su antebrazo, y un dibujo hecho en su abdomen del que no dejaba de brotar sangre. La examinó con cuidado. No parecía tener ninguna herida de gravedad, solo un par de cortes en el brazo eran más profundos y no dejaban de sangrar, pero estaba fría, demasiado fría...

- Nat – susurró – Nat ¿me oyes? – le dijo intentando moverla sin éxito – Nat cariño, abre los ojos, Nat vamos, cariño, abre los ojos, despierta Nat, despierta, mi amor, ¡despierta! – le suplicaba intentando tirar de ella y sacarla de allí.

"¡Desatarla! lo primero es desatarla", pensó alterada. "Y la mordaza, tengo que quitarle la mordaza, se estará ahogando", se animaba intentando buscar la calma en su interior, mientras no dejaba de hablarle.

- Nat abre los ojos, ¡ábrelos! ¿me oyes? tienes que darme la mano, no puedo levantarte sola, tienes que ayudarme – le dijo mientras le arrancaba de un tirón la cinta de la boca y le sacaba el trapo del interior – ayúdame cariño, tienes que entrar en calor.

"¡Dios! ¿a que huele?", se preguntó sin querer reconocer lo que tan bien conocía, comprendiendo inmediatamente lo que podía haber ocurrido y sintiendo que una arcada mostraba el asco y la revolución de su estómago. Con manos temblorosas rebuscó con precipitación en la bolsa de la silla, cogió la botella de agua que Natalia siempre llevaba y le limpió el rostro y la boca.

- Cariño, respira, respira – lloró acariciándole el rostro – te voy a sacar de aquí ¿me oyes? ¿me oyes, Nat? ¡te voy a sacar de aquí mi amor! – le prometió levantándose un momento.

Se sentía mareada. Ese olor le traía los peores recuerdos y su cuerpo estaba tan revolucionado que sentía unas enormes ganas de vomitar, se acercó tambaleándose a una de las paredes y se apoyó un instante en ella, respirando hondo, intentando controlar su estómago. Entonces sus ojos descubrieron unas señales en la pared, junto a las filas de interminables argollas, eran nombres tallados en la piedra Irina, Ivanna, Sara... Las imágenes se sucedieron con rapidez, su carrera por la selva, los gritos a su espalda, los brazos sujetándola, las voces y el olor nauseabundo a alcohol y sudor, los golpes, la penetración una y otra vez... Su respiración se había agitado, su corazón cabalgaba indomable y no pudo evitar terminar dando un par de arcadas. Pero su mente le repetía una y otra vez que debía ayudar a Natalia, que debía sacarla de allí, y ¡ya! Necesitaba asistencia médica urgente. Pero era incapaz de pensar con claridad. Tomó aire de nuevo, bebió un par de sorbos enjuagándose la boca y escupiendo y luego se giró hacia ella, tomando aire, dispuesta a regresar a su lado. Pero no podía moverse. Sus pies parecían anclados al suelo.

Natalia seguía inmóvil, no había hecho señal alguna de escucharla, pero desde hacía unos segundos, había empezado a ser consciente de que una voz le hablaba, sin gritos, sin odio, una voz que le pedía que abriera los ojos, ¡sí! era su voz. Estaba aturdida, no sabía qué ocurría, solo escuchaba la voz de Alba llamándola, y repentinamente no era Alba, era aquel hombre que la golpeaba y tiraba de ella "bebe puta", "¡bebe!", estaba en el coche, una luz la cegaba, sí era ella la que conducía, no, no era ella, el volante estaba al otro lado. Un gemido casi imperceptible se escapó de sus labios y en décimas de segundo Alba estaba de nuevo arrodillada a su lado.

- Nat, mi amor, ¡Nat! – exclamó Alba al verla pestañear e inmediatamente cerrar los ojos.

- Ana – musitó la pediatra, sumida en su sueño, Ana estaba a su lado, en el volante, "no, no es Ana soy yo, soy yo, yo la maté, yo los maté...".

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