VII

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Dejando unas flores en un jarrón lleno de agua fresca, Naruto dejó escapar un suspiro de sus labios mientras miraba a través de la ventana de aquella habitación. No había algo reseñable en el exterior ni en el interior de la misma. Un jarrón, unas flores y los aparatos acordes a un hospital era lo que adornaba la habitación por dentro. Fuera, un pequeño cerezo estaba siendo coronado por pequeños gorriones de un color rojizo, como si provinieran del mismo otoño.

―Has venido.

Uzumaki no respondió por dos segundos, el tiempo en que terminó de meter aquellos girasoles en el jarrón y llenarlo con el agua justa. Después, solamente movió los labios suavemente.

―Dije que vendría.

Separando a ambos, Nagashaki y Naruto, una cama media ocupaba la habitación. Sobre la cama, cubierta por una sábana cian, una chica de cabello caoba dormía plácidamente, siendo conectada por varias vías que salían de sus brazos a los aparatos cercanos a la misma cama.

Aquella era Nanami. Y Naruto la rescató hacía dos semanas exactas.

―No lo esperé. Tras tus palabras ligeramente vacías, no esperé que alguien de seguridad pública mantuviera realmente su palabra. Todos dicen una cosa, pero hacen otra.

Nagashaki cerró la puerta tras de sí, generando un leve eco que resonó por el pasillo. No fue fuerte, por lo que Nanami podía seguir descansando.

Modulando su voz, Naruto procedió a responder.

―Siempre cumplo lo que prometo, así sea imposible―aseguró, girándose hacia la doctora. Nagashaki se había centrado en revisar a la niña―. Y es algo que juré a mi madre.

―Muy noble de tu parte. Las promesas a los muertos se olvidan demasiado rápido, Uzumaki―expresó la mujer. Anotando algo en el cuaderno, clavó sus ojos sobre el chico―. Y los nobles mueren en unos segundos.

Naruto mantuvo el silencio.

[Te la metieron, mocos]

―Cazas demonios. Luchas, arriesgas tu vida. Permitirte ser noble en un mundo así, termina por convertirte en un blanco claro para tus enemigos y, un día, tus seres queridos terminaran siendo afectados por tus nobles decisiones. Tal vez Nanami merecía morir―murmuró al mirar a la niña. Naruto la miró a ella―. No puedes saber si tus nobles acciones afectaran para mal a otras personas. Ella fue separada de su familia. Ahora, ¿la obligarás a vivir sin ellos?

―Eso es algo que terminará haciendo―metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón, Naruto se apoyó contra la ventana de la habitación. No llevaba chaqueta―. Sus familiares no hubieran querido que ella se suicidara. Es un hecho. No necesito ni preguntárselo. Una madre siempre vela por la seguridad de sus hijos, sean pequeños o mayores―movió la mano y mostró una cajetilla―. ¿Puedo?

―Es un hospital.

―Tch.

Naruto metió nuevamente la cajetilla en el bolsillo, pero tomó uno de los cigarrillos y lo colocó entre sus labios. Prefería sentir algo que lo calmara a no sentir absolutamente nada.

―¿Perdiste a alguien, Uzumaki-san?

―Si.

Fue su escueta y monosílaba respuesta. Mordiendo el filtro del cigarrillo, Naruto cerró por varios segundos los ojos, pareciendo en su mente que pasaron horas, pero solo fueron segundos en el exterior, no llegando ni a diez.

Durante esos diez segundos, Naruto recordó a su madre, una mujer hermosa con un fino cabello formado por hilos del destino, con unos ojos que parecían piedras preciosas brillando con intensidad. Y no podía olvidar aquella divertida y energética sonrisa que siempre le daba, tanto a él como a muchos otros, pero para él era especial. Era su madre después de todo.

Un Demonio PeculiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora