II

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Apoyado en la pared, Naruto mantenía los brazos cruzados sobre su pecho. Había abandonado la chaqueta de su uniforme en aquel edifico, así como lo hizo con la corbata y, para su desgracia, ahora los zapatos estaban completamente salpicados con la oscura y maloliente sangre de los zombis. Algún cacho de la carne putrefacta de estos seres, había quedado en la suela de sus zapatos. Y le habían obligado a quitárselos, por lo que ahora estaba descalzo.

Todo el trabajo era un asco.

Oyendo el deslizar de una puerta, Naruto levantó un poco la cabeza. Estaba en el hospital. Llevó a la pequeña niña a una sección psicológica que el gobierno mantenía para los casos de ataques de demonios o monstruos del infierno. Él mismo estuvo en la misma, manteniéndose en terapia por un tiempo. No es que funcionara demasiado para él, de todos modos. Nunca tuvo problema en aceptar la muerte debido a su familia; pero el gobierno le obligó a tomar la terapia.

―La niña está sedada, no te preocupes―la mujer le dijo. Naruto miró la bata. Ella fue quien veía cada vez que llevaba a un niño al hospital―. Eres el único de seguridad pública que se pasa por aquí.

―Eso es porque no soy igual al resto, Nagashaki.

Naruto levantó la mano, cogiendo con la misma la lata de soda que la mujer le lanzó.

Nagashaki era una mujer de cabello castaño. Naruto jamás la vio con un peinado distinto a la cola de caballo y las gafas cubriendo sus ojos verdes y rasgados, con un cuerpo lleno de curvas que atraían la mirada de muchos hombres.

Él incluido.

―Veo―la mujer sacó del bolsillo de su bata un paquete de cigarrillos y un mechero. Le ofreció uno―. Ciento treinta y tres niños. Esos son los que has salvado estos tres meses, Naruto.

Naruto tomó el cigarrillo con el dedo índice y pulgar de la mano derecha. Acercó el mismo hacia la llama del mechero de la doctora.

―Son demasiados―él admitió, recordando brevemente como la última niña se aferró a él. Aun sentía como las lágrimas mojaban su camiseta y su piel y como los sollozos llenaban sus oídos―. Es una mierda de trabajo. Es una mierda de mundo.

Nagashaki metió el cigarrillo entre sus labios delgados y rosados. Con la mano contraria, acercó el mechero y lo encendió, aspirando ligeramente y haciendo cobrar fuerza a la llama del mismo.

―El mundo es una mierda, al menos desde que los demonios cobraron fuerza y sentido en nuestras vidas. ¿Por qué están aquí? ¿Qué es lo que buscan? Muchas veces me lo pregunto, pero la respuesta escapa de mis dedos como el agua cristalina de un lago.

―¿Le das demasiadas vueltas? No eres nisquiera de Seguridad Publica.

―Pero vero los estragos de su paso por el mundo. Cientos, miles de personas sufren secuelas de un ataque de demonios y el gobierno solo puede habilitar esto, una pequeña sección en los hospitales―la mujer declaró, dejando salir humo entre sus labios―. Y no saben lo mucho que las personas sufren. Pesadillas, terrores nocturnos, fobia a la noche o al mundo exterior.

Naruto no respondió. Su único movimiento, fue llevar la soda hacia su boca. Estaba de acuerdo con aquellas palabras y con todas aquellas charlas que habían tenido ambos. Con ciento treinta y tres casos que él le llevó, tuvieron mucho tiempo. Y esos solo fueron de los últimos tiempos. No quería rememorar los que había rescatado totalmente.

―Pero―Naruto dudó por varios segundos―; si el gobierno hubiera podido, habría sacado a los demonios del mundo. Para eso estamos los cazadores. Eliminamos a los demonios arriesgando nuestra vida.

Un Demonio PeculiarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora