Apenas volteé quise llorar por la oportunidad que dejé ir.
El pecio que implicaba la libertad era demasiado caro y no estaba dispuesta a que otra persona lo pagara por mí. Además yo no merecía libertad, Duna sí.
Así se llamaba la chica que intentó irse.
Ella era amable y cariñosa, incluso quiso enseñarme a leer. Cada noche me obligaba a ir a la cama, estiraba la colcha hasta mi cuello y me contaba un cuento. Su sonrisa aparece difusa en mi memoria, pero su voz sigue intacta.
La última vez que la vi fue cuando se inclinó hacia mí y se despidió con un beso y una promesa que ya no recuerdo. Nuestras miradas volvieron a cruzarse, en esa última ocasión la suya estaba clavada en el vacío y la mía nublada de lágrimas. Ella no llevaba ropa, descansaba en el medio de la plaza, repleta de rasguños y mordidas.
Ese día Karla nos había obligado a Wild, Debby y a mí a hacer las compras. Apenas salió el sol nos dirigimos al mercado, era muy temprano, y la policía acababa de llegar. Levantaron su cuerpo mutilado, le faltaban los pezones, los labios y algunos dedos. Los mismos dedos con los que me acariciaba el cabello. Wild nos obligó a voltear y eso fue todo.
Duna, la chica que vendía su amor pero a mí me lo daba gratis, había muerto.
Billie y su familia no terminarían como ella, no lo merecían.
Tomé las calles paralelas, para no cruzarme con el gentío de personas y los carruajes que parecían salir de un cuento. Llegué a mi hogar y me situé en la calle de enfrente. No estaba lista para entrar y retomar mi vida.
Estuve un par de minutos mirando los escaparates, sí, el frente de mi casa tenía escaparates.
¿Qué pensó padre que habría un cartel enorme que diría prostíbulo? Pues no.
A los ojos de cualquiera ese lugar era un bar oscuro para caballeros, algo intelectual para mi gusto. Las paredes del interior estaban forradas de libros, desde la cima del techo hasta los bordes del suelo. En varias ocasiones venían señores a comprar, leían un rato, se tomaban un trago, disfrutaban de los mullidos sillones y se iban sin sospechar nada. Inútiles.
Muy pocos caían en cuenta de que algo ocurría ahí. Era fácil, solo bastaba con fijarse en que había demasiadas meseras y ninguna salía al concluir su turno. Además el ambiente era tenso y la fachada exterior presentaba muchas habitaciones.
Por otro lado, los locales del costado no representaban un problema porque ambos eran de Borris. El de la derecha estaba abandonado y el de la izquierda era rentado por Kohei, una mujer entrada en años que se dedicaba a las artes místicas. Ella era muy buena amiga de todas las chicas, pero tenía una relación especial con Wild y conmigo. De pequeños solíamos ir juntos a su casa y pasar la tarde, ahora que los tiempos habían cambiado prefería ir sola.
Crucé la calle y me encaminé a su negocio, hablar con ella siempre me hacía sentir mejor. A veces sentía que Kohei me conocía a la perfección, después de todo ella y Karla fueron las mujeres que me criaron al dejar el cuidado de las monjas.
ESTÁS LEYENDO
El diablo habla de Dios
Science FictionLuego de la Gran guerra el último bastión de la humanidad se refugió en Italia donde la Iglesia católica, como única institución social en pie, volvió a tomar el control de todas las almas e instauró las viejas reglas de la inquisición. Dentro del n...