Luego de la Gran guerra el último bastión de la humanidad se refugió en Italia donde la Iglesia católica, como única institución social en pie, volvió a tomar el control de todas las almas e instauró las viejas reglas de la inquisición. Dentro del n...
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Cuando desperté al día siguiente Billie no estaba ahí. Estiré mis dedos sobre la sábana para buscar una pizca de calor, algo que indicara que no había imaginado todo. Lo único que encontré fue un cuerpo tibio y pequeño.
—Kitty —La abracé—. ¿Dónde está Patty?
Una risilla desconocida llegó hasta mis perezosos oídos y la solté asustada. No era Kitty.
—¡Molly! ¿Qué te dije de meterte en su cama? —rezongó Mirta.
La hermana de Billie entró al cobertizo con una bandeja en sus manos.
—Lo siento tanto, es una malcriada, siempre hace lo que quiere —Con el taco de su zapato pateó la puerta y la cerró—. Yo también lo soy, prometí que esperaría para despertarte.
—Oh, gracias —expresé al ver el enorme desayuno que me había preparado.
Dejó la bandeja sobre mi regazo, recuperó a su hija y ocupó un lugar en la cama.
—No es nada —garantizó, lucía molesta y cansada.
Se sirvió una almendra y se la llevó a la boca.
—Las dos queríamos ver cómo dormiste ¿Billie te tuvo hasta altas horas de la noche aburriéndote con su poesía?
—Jamás podría aburrirme algo así.
—A mí sí, está todo el día con eso.
El vapor de la comida caliente acarició mi nariz, y la boca se me llenó de saliva. Si Dorian o Darla vieran lo abundante que era la porción caerían rendidas. Había huevos revueltos, cereales, frutos secos, un vaso de jugo, otro de leche y una flor decorándolo todo. Era extraño que tuvieran naranjas, en Bolonia los granjeros no cosechaban ese fruto. Además la enfermedad no facilitaba las cosas, poco a poco, la reserva de semillas sanas aminoraba. Solo podías encontrar algo así en el mercado Azul y por un precio exorbitante.
—¿Dónde consiguen tanta comida? —quise saber.
—Gracias a Dios nos va bien con el negocio y podemos comprar productos de otros pueblos por el trabajo de Billie que lo tiene de un lado a otro.
Cada vez se escuchaba más entretenido ser talador de árboles.
—Se llama Rosalia —Molly pegó su muñeca a mi cara—. Me la hizo Billie.
—Qué monada ¿Qué día es? —quise saber.
—Es lunes, dos de Diciembre.
—¿Y Billie? —averigüé.
—Fue al trabajo como todos los lunes, pero ya debe estar de regreso porque en el templo tocaron las campanas. Creí que las habías escuchado.
—No, no las escuché ¿Qué pasó? ¿Habrá sido un incendio?
El obispo Hugo era muy estricto con el uso de las campanas. Los diáconos las tocaban única mente los domingos a la hora de la misa, así todos recordaban que debían marchar hacia el templo. También las utilizaban para anunciar ejecuciones, incendios o emergencias graves como el día que un oso pardo dejó el bosque y se introdujo en las calles.