Luego de la Gran guerra el último bastión de la humanidad se refugió en Italia donde la Iglesia católica, como única institución social en pie, volvió a tomar el control de todas las almas e instauró las viejas reglas de la inquisición. Dentro del n...
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Segunda parte: Limbo
Oscar nos pidió que no comentáramos nada de lo sucedido a Rita y explicó que cuando ella acabara de preparase preguntaría quién tocó la puerta. Nos aconsejó que dijéramos que eran niños que se dirigían hacia el templo y hacían travesuras. Así pasó y repetí la mentira a la señora Fucci.
Billie me dio una capa para cubrirme, amarró los listones alrededor de mi cuello y ocultó mi cabeza con la capucha.
—Eso te pasa por ser tan linda —dijo su hermana y me pellizcó la mejilla, se burlaba de mí.
Yo le di una sonrisa amigable, pero no me dio risa. Imaginé que le rompía la cara a golpes y me sentí mejor de inmediato.
Salimos de la vivienda juntos y nos sumamos a la silenciosa muchedumbre que caminaba hacia la colina donde se ubicaba el templo.
Me entristeció notar que las personas no se veían como la noche anterior, la vida de sus rostros se había ido. Marchaban serios, desganados y no interactuaban entre ellos. En el ambiente reinaba un murmulló abrumador, las pocas personas que dialogaban lo hacían tan bajo que cuando soplaba el viento el ruido se acallaba.
Traté de enfocarme en lo positivo, salir al exterior de día se sentía bien, pero no podía gozarlo completamente porque Oscar se había ofrecido a escoltarme del brazo. Era un gesto normal llevar a las señoritas como si fueran ciegas o no supieran el camino, Billie lo hacía con su hermana. Quería soltarlo porque me resultaba incomodo tocarlo, pero no quería sonar maleducada así que me ofrecí a llevar el bebé. Pensé que sería igual a cargar un paquete, pero me equivoqué, era mucho más irritante. Alicia era curiosa y quería cambiar de posición a cada rato para observar los costados.
—¿Difícil? —peguntó Rita colgada del brazo de su marido.
—No pensé que se movería tanto —confesé.
—Billie era igual de pequeño —comentó—. Súper inquieto y fisgón. Déjamela, te la daré cuando estemos en el templo. Sentada será más fácil cargarla —dijo extendiendo los brazos para que le devolviera a la niña.
—De acuerdo —dije, la dejé sobre sus brazos y esperé que olvidara su promesa y no volviera a prestármela.
—Hola Rita —saludó una señora esbelta de cabello rojizo—. ¿Ella es tu nuera? —preguntó al notar mi presencia—. Hola, soy Olga —saludó.
—Hola —saludé con una sonrisa tonta.
—No, pero me gustaría —bromeó Rita.
—No puedo creer lo guapa que es —manifestó Olga con el cuello estirado para verme el rostro.
—Es verdad, es una niña preciosa —Asintió y me dio un codazo—. Ya sé que debes estar acostumbrada a ese tipo de comentarios, pero agradece el cumplido Océano.