14- Serpiente de Eva

129 18 38
                                    

Seguí repitiendo el proceso una y otra vez

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Seguí repitiendo el proceso una y otra vez. El cabello cayó con gracia por mis hombros y formó un montículo debajo de mis pies.

Con cada mechón que arrancaba me sentía un poco más libre porque dejaba de ser tan deseable para el mundo de los hombres. Aunque esto me gustaba, lo que más placer me daba era que mí parte oscura, que disfrutaba provocar sufrimiento, hervía en cólera con cada tijeretazo porque creía que cometía una estupidez.

¡Ya no sonríes con esto, eh! Pensé mutilando mi brilloso y sedoso cabello. No hubo respuesta, por supuesto, hablaba conmigo misma. Lo sabía, no estaba loca como Wild.

Sonreí, no podía evitarlo. El ángel de cabello y rostro celestial se esfumaba, y los ojos que se volvían sedientos cuando me veían en mi vestido de satén se apagaban. Ellos creían que podían poseerme, ponerme de rodillas, tomarme del pelo y montarme como si fuera un animal que, con la fuerza de sus penes, domesticarían. Pensaban que podían hacerme cambiar de actitud o hacerme sentir algo. Ser más simpática, repetían ellos, ser más agradecida, más dócil. Sin pretenderlo, lo único que habían logrado era hacerme más fuerte, pocas cosas podían lastimarme ahora.

Primero con mechones grandes y luego con los más pequeños que se escapaban de mis dedos, mi gracia se caía, Océano moría y el alcalde se alejaba de mí. Corté y corté, y seguí hasta que estuve segura de que podía abandonar aquella etapa, aparecer y reclamar el control.

Mantuve la vista fija en la persona que tenuemente figuraba en la superficie del espejo. Se veía como alguien fuerte y decidido que haría cualquier cosa para ayudar a otros. Yo moldeaba su actitud como un alfarero. La nueva identidad no era sumisa, no guardaba opiniones, no se doblegaba, ni dejaba creer a los demás que podían hacer lo que quisieran con su persona. Tampoco lamentaba su suerte, ella la creaba, no se defendía, luchaba. Se preocupaba por el resto, pero solo por los justos. Estaba harta de las personas que toman y toman porque creen que tienen derecho a algo en este mundo.

Esta persona dejaría de tratar alcanzar una figura inalcanzable para ella. No era buena ni mala persona, hacía cosas que, depende los ojos que la observaran, eran necesarias. Todo sería con fines altruistas, por supuesto, porque su meta era dejar de obedecer, ser libre y mostrar que se equivocan.

La nueva yo era un alma, sin cascara, cuerpo o sexo. Un ente inquebrantable que va a conseguir lo que quiere. No habría nadie esta vez que se interpusiera en su camino o le pusiera una mano encima.

Wild tocó la puerta y me detuve, agitada por pelear conmigo misma. Giré el pomo frío y me crucé con su rostro torcido por una mueca apocada. Durante un puñado de segundos nadie dijo nada, nos quedamos en silencio, estudiándonos con las pupilas, hasta que él señaló con su mentón la tijera que dejé sobre el lavabo.

—¿Puedo? —preguntó.

No sopesé mucho en las opciones, para mí la discusión no había significado nada. Todos en casa estábamos mentalmente desechos, por esa razón las peleas, los golpes y los gritos eran algo que abundaba en El Ciego. La única que no cumplía la regla era Patty, mi querida y fiel amiga nunca lastimaba a otros para mitigar su dolor. Toda ella rezumaba afecto.

El diablo habla de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora