Luego de la Gran guerra el último bastión de la humanidad se refugió en Italia donde la Iglesia católica, como única institución social en pie, volvió a tomar el control de todas las almas e instauró las viejas reglas de la inquisición. Dentro del n...
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Cuando la soledad se volvió mi única compañía me atreví a inspeccionar la condición de mi cuerpo. Todavía sufría mucho con el mínimo movimiento, pero me sentía mejor, porque la caricia de Miriam y el agua de su familia me habían lubricado los ánimos oxidados que punzaban mi corazón.
Estaba vestida con el pantalón café, las botas de cordones amarillos y la camisa que Wild me había regalado en la casa de Billie. Los tiradores de rayas rojas colgaban de mi cadera.
Agarré los botones de mi camisa y el poco valor que tenía se esfumó. El cuerpo me dolía incluso por respirar. Mi piel, músculos y carne estaban destruidos, lo sabía, y tenía mucho miedo de cruzarme con esa imagen.
Entonces, recordé las palabras de Kitty.
Ocurrió hace un par de meses, Dorian y Darla me obligaron a traer un poco de vino para la salsa que acompañaría los fideos del almuerzo. Me atraparon justo en el acto, mi mano estaba a medio camino de la olla burbujeante cuando me ordenaron ir hasta el bar. Bajé el trozo de pan que pretendía mojar en la salsa y protesté, pero no sirvió de nada. No era la gran cosa ir hasta las repisas de la entrada y robar un poco de algún vino viejo, pero para mí, ese día, se convertía en una misión terrible porque la luz de toda Bolonia se había cortado, y yo le tenía miedo a la oscuridad. Ambas dijeron que estaba grande para hacer tanto berrinche, y que fuera o si no me darían fideos desnudos para almorzar. Ante esa amenaza terminé yendo. No me enojé con ellas porque fue mi culpa entrometerme. No puede juzgarme padre, usted nunca probó esa salsa. Ellas eran las mejores cocineras de Bolonia, en realidad, tal vez lo siguen siendo, nunca supe si sobrevivieron. Ojalá estén vivas, lejos de esta playa, deleitando a alguien con sus comidas.
En fin, en el camino al negocio que había delante me crucé a Kitty y, por suerte, ella decidió acompañarme. Kitty era mucho más pequeña que yo, pero aun así tomó mi mano y me guió siguiendo la luz que emitía el pedazo de vela al que se aferraba.
—Sabes Alyssa a mí no me gustaba el agua —dijo mientras se acomodaba en la barra y yo buscaba la botella que me habían dicho, una olvidada al fondo del estante—. Le tenía mucho miedo, hasta que fuimos a ese día de campo y Wild y Collie me enseñaron a nadar. Tienes que aprender a nadar en la oscuridad —zarandeó sus piernas gorditas hacia adelante y hacia atrás—. Nadar es divertido, es lindo, tienes que encontrar algo lindo en la oscuridad.
—No creo que pueda, no me gusta cuando no puedo ver. Si todo está oscuro no puedo saber qué se va a meter en mi cama.
—Pero ahora no estás en tu cama.
—Aguarda un poco —Agarré el vino—. Tienes cinco años y hablas como la vieja Kohei.
Sonrió.
—Si no estuviéramos a oscuras ahora no podría hacer esto —dijo y utilizó la luz para proyectar sobras sobre la pared—. Ven, juega —pidió—. Siempre vas a tener miedo si no te animas.