Luego de la Gran guerra el último bastión de la humanidad se refugió en Italia donde la Iglesia católica, como única institución social en pie, volvió a tomar el control de todas las almas e instauró las viejas reglas de la inquisición. Dentro del n...
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Los tres días siguientes fueron algo extraños. Luego de hacer el trato me trajo un cuenco de agua y un aperitivo porque sabía el momento exacto en el que me despertaría o eso dijo. Devoré la comida de inmediato sin saber que el momento más incómodo estaba por llegar, el cambio del vendaje.
Me resistí demasiado, no quería que me tocara, pero terminé cediendo cuando Wild juró que si no lo hacía la herida se infectaría. Antes de sacarme las vendas me cubrió el busto con su bufanda bromeando con que solo así lograría concentrarse. Sabía que era mentira porque un cuerpo desnudo no significaba nada para nosotros, pero quería darme el lujo de la privacidad.
Sentí un poco de pena por él porque noté que había puesto ahínco en la tarea, pero aun así el resultado era penoso. La herida se exhibía de una manera asquerosa. La piel estaba hinchada, infectada, afiebrada y cosida de forma desprolija, como si fuera un oso de peluche al que das varías puntadas antes de que se le salga más relleno. La zona que rodeaba la herida se encontraba oscura, arrugada y chamuscada por el calor del plasma, comenzaba con quemaduras en el hueso de mi cadera y se extendían de manera circular por mí vientre, cerca del ombligo. El desgraciado tenía razón, me quedaría una cicatriz enorme, una muy mala.
—¿Te duele?
—Sí —contesté, me aferré a las sábanas y, para pensar en otra cosa, analicé el amplió kit médico que usaba de forma profesional, era asombroso.
—Porque tu piel ya absorbió la pomada, te puse esta, es analgésica —Tomó un frasco de vidrio con pasta amarilla oscura y me lo mostró—. Los componentes son muy buenos —dijo y le dio una ojeada a la etiqueta del reverso, luego exhibió el dorso de su mano izquierda, tenía un tajo tan profundo que podía llegar a su hueso—. Me hice un corte para probarla, deberías sentir muy poco. Parece magia, pero es un medicamento del Vaticano, carísimo, por supuesto. Si no fuera porque es robado este producto nunca acabaría en personas como tú o como yo.
—Nadie nos quiere —dije con la mirada clavada en los pequeños cuchillos, las vendas y cintas.
—Pero todos nos desean —apuntó con una sonrisa mientras rozaba mi lesión con una gasa esterilizada, era muy cuidadoso y fruncía su entrecejo cuando se concentraba, se sentía raro.
Resistí la tentación de robarle la navaja, clavársela en el ojo y salir corriendo porque era estúpido. Él me ayudaba a sobrevivir, para bien o para mal, durante los próximos días éramos socios. Aliados. Si alguien me hubiera dicho hace una semana que Wild estaría viéndome desnuda sin intentar nada sexual, jamás le hubiera creído.
—No eres tan habilidoso como creí.
—Suelo ser mejor abriendo agujeros, no cerrándolos. Si quieres te muestro.
Cuando terminó aseó el lugar y rascó detrás de mí oreja, igual que cuando éramos niños. Con un movimiento estúpido sacó de allí un comprimido en vez de una moneda.