17- Ignis

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Caminé entre tropezones hasta el borde de la cornisa y miré la ciudad que se alzaba a mis pies

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Caminé entre tropezones hasta el borde de la cornisa y miré la ciudad que se alzaba a mis pies. La gente huía despavorida por la calle, buscando refugio en las tiendas que habían cerrado sus persianas. Se acumulaban en las entradas, aporreaban las puertas y chillaban diferentes suplicas para que los dejaran entrar. Nadie quería estar afuera cuando los Preguntadores y los agentes llegaran.

—¡Wild! —llamé desesperada antes de encontrarlo detrás de unas mesas, tenía el cuerpo de Borris entre sus brazos.

¡Estaba vivo! ¡Wild estaba vivo!

Mi corazón dio un salto de alegría.

Para mi sorpresa la bala le había dado a Borris en el pecho, el pobre se desangraba poco a poco sobre el regazo de una de las personas que más odiaba. Mientras la sangre y la vida se iban de su rostro pálido, Wild vociferó por ayuda entre llanto descontrolado y una risa histérica.

—A mi papá acaban de matarlo joder, papá ¡Ayuda! ¡JAJAJA! ¡Pobre hombre! ¡Papi! —gritó, le metió los dedos en la herida y le susurró cosas al oído—. ¡Socorro! ¡Por favor, socorro! ¿Qué será de mí?  

Bajé corriendo las escaleras para sacarlo de allí antes de que viniera la caballería. Salté los últimos tres escalones y caí sobre la nieve del callejón. Mis piernas dolían, mi cuello ardía y mi estómago estaba punto de matarme, pero logré ponerme de pie e introducirme a la calle. Quería llegar a él lo más rápido posible. Empujé a un par de personas que se interpusieron en mi camino, entre tanto pánico nadie se detuvo a verme. Wild se había incorporado, cargaba con un cuchillo que no sabía de donde coño lo había sacado.

Apuñalaba a su padre y al mismo tiempo lo pateaba, escupía y gritaba por ayuda. No tenía mucho sentido, pero lo atrapé de los brazos para detenerlo. Estaba masacrando el cuerpo, una cosa era matarlo y otra muy diferente era profanarlo de esa manera. Tal vez, fuera algo hipócrita viniendo de una prostituta que acababa de matar a un hombre que no le había hecho nada, pero me gustaba creer que todavía conservaba ciertos límites.

—¿Qué diablos haces? —pregunté nerviosa.

Con un movimiento brusco se libró de mí y me dedicó una sonrisa salvaje. Con razón quería que lo llamáramos "Wild", le quedaba mucho mejor que su nombre original. Estaba completamente fuera de sus cabales.

—Ayuda —gritó una vez más a su alrededor como si eso le divirtiera.

—Tenemos que irnos —chillé histérica y miré los escaparates que componían la calzada.

La gente temblaba y lloraba. Algunos, incluso se escondían detrás de los mostradores y las mesas, tampoco era para tanto.

Vi al padre de Billie observarme con miedo y rogué para mis adentros que no me reconociera.

El pecho de Wild subía y bajaba por el esfuerzo, había apuñalado de forma desmedida en las mejillas, los ojos, el cuello y la frente, a la masa de carne que algún día fue su padre. La piel se caía en fetas gruesas. Temí de Borris por mucho tiempo, pero, al parecer, él también era un conjunto de carne y huesos. Wild se limpió la cara, se puso de cuclillas frente al rostro deformado de su padre y dijo:

El diablo habla de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora